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martes, 14 de agosto de 2012

El Manifiesto que yo firmaría


Mario J. Viera

Puedo repetir lo que había dicho en el 2004: Están de moda; pareciera que se ha descubierto la  fórmula de los proyectos para mejorar el totalitarismo. “Es la nueva onda y quienes no quieran desentonar y hacerse buenos aspirantes a premios Sajarov y nominaciones para el Nobel no deben quedarse sin presentar una nueva receta de cambios políticos en Cuba”, dije entonces y repito ahora. Hay tantos proyectos, tantos Manifiestos, tantos llamados a la reconciliación, tantos los que proponen un diálogo con personeros del castrismo y que ilusamente esperan que exista la voluntad política de “parte de quienes siendo menos del 1% de la población, poseen la capacidad real de decisión sobre todos los aspectos de la vida cotidiana en nuestra patria” para implementar las propuestas recogidas en esos proyectos y manifiestos.

No son pocos los proyectos que proponen reformas a la Constitución socialista con la pueril idea de aprovechar “resquicios” dentro del ordenamiento jurídico del totalitarismo y la propuesta del olvido y de la política del “borrón y cuenta nueva”.

En medio de esa marejada de propuestas patrióticas “Castro podrá decir lo que un día dijera Gerardo Machado: “con papelitos a mi no se me tumba”, los autores de los proyectos, las propuestas, los programas, los documentos de trabajo, se ganaran algunos titulares de la prensa extranjera y hasta quizá nominados para alguno de tantos premios y… ¡Todos felices!  Todos, menos el sometido pueblo cubano

Dentro de Cuba y dentro del exilio existen dos tendencias que se contraponen, una, la representada por el sector moderado, reformista, disidente; otra la que agrupa a los radicales, demoledores, opositores. La primera busca reformas conducentes a una transición democrática pactada, la segunda, la de los demoledores exigen el cambio total sin medias tintas y convenios. La primera, entre los más publicitados; la segunda, los muchas veces olvidados y casi colocados en el anonimato; ellos no elaboran manifiestos cargados de retórica y de lenguaje políticamente correcto. Son demoledores, son como sans coulottes de nuevo estilo.

Yo firmaría un Manifiesto que no propusiera un diálogo con los represores y, en cambio, pidiera un diálogo entre los diversos sectores del exilio y la oposición interna, un diálogo que llamara a la reconciliación entre ellos y se dirigiera a la creación, como en Venezuela, de una Mesa de Unidad Democrática, la unidad dentro de la diversidad. La unidad de la izquierda, el centro y la derecha dirigida a un mismo fin y sin convenios con los tiranos.

Firmaría un Manifiesto que no cerrara las puertas al sector reformista dentro del castrismo no manchado por actos en contra de las libertades públicas y hayan probado su intención de acercarse a los opositores.

Firmaría un Manifiesto que no pidiera reformas a la Constitución de 1976 ni a la reformada de 1992, sino que pidiera restablecer la Constitución de 1940 sin llamado previo a una Constituyente. La Constitución de 1940 no fue derogada legalmente y ha de ser el documento guía para restablecer la República. No es necesario buscar nuevas fórmulas cuando se tiene un documento elaborado, legítimo y democrático como la Constitución de 1940. Las reformas podrían venir después. No se puede fundar la nueva república sobre los endebles pilares de la Constitución de 1976 a partir de una reforma de sus postulados. La Constitución Socialista debe ser derogada.

Yo firmaría un Manifiesto que no lanzara un manto de olvido sobre los crímenes cometidos por la dictadura. Firmaría un Manifiesto que exigiera llevar a los grandes culpables y a sus auxiliares ante los tribunales para responder por sus crímenes y recibir el castigo por sus culpas. La reconciliación no es olvidar las culpas de los principales responsables del drama cubano.  La reconciliación es el encuentro pueblo-pueblo; es el abrazo de todos los cubanos para emprender un empeño común, de nación.

Yo firmaría el Manifiesto que busque imponer el derecho, llevando ante los tribunales de justicia a los dirigentes del Partido Comunista, a los oficiales de la Seguridad del Estado, a los dirigentes del Ministerio del Interior, proscribiendo el PCC, deshabilitando permanentemente para el ejercicio de la abogacía a los jueces y fiscales que hayan actuado en juicios que condenaron a los opositores pacíficos.

Yo firmaría un Manifiesto que condenara a todos los que mancharon su dignidad desde 1952 hasta el presente. Lo mismo a antiguos batistianos como a furibundos castristas. 

Los culpables, los grandes culpables, los que se mancharon las manos con sangre para sostener las dictaduras haya sido la de Batista o la de Castro que enfrenten la justicia. No puede haber “borrón y cuenta nueva” para los castristas, tampoco puede haberlo para los batistianos cuando unos y otros se mancharon directamente con la sangre de sus opositores.

Los que antes fueron batistianos de simpatías, sin crímenes de que arrepentirse, pueden fundirse en el abrazo de vecinos o de amigos con los que antes fueron fidelistas de simpatías sin crímenes sobre su conciencia.

Yo firmaría un Manifiesto que proclamara tajante que la nueva República no reconocerá la deuda externa contraída por el gobierno usurpador y que esa nueva República replanteará sus relaciones diplomáticas con aquellos estados que se aliaron al castrismo y le ofrecieron apoyo internacional.

Me complacería en firmar un Manifiesto que reconociera como legítimo y apoyara cualquier método de lucha dirigido a derrocar la dictadura siempre que no incluyera la colaboración con los altos personeros del régimen.

Ese Manifiesto que contuviera estos mínimos pronunciamientos lo firmaría sin dudarlo. Los otros, los ya existentes y los que estén por venir de idéntico corte no los firmaría… ¡Definitivamente no!

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