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jueves, 22 de septiembre de 2011

Cuando un pueblo teme

Adolfo Pablo Borrazá

Centro Habana, La Habana, 22 de septiembre de 2011, (PD) En el artículo “Cuando cae un dictador”, publicado en El Nuevo Herald el pasado 30 de agosto, el periodista Jorge Ramos señala: “La caída de Gadafi envía un clarísimo mensaje de que ninguna dictadura, por más férrea y sangrienta que sea, aguanta la rebeldía de un pueblo dispuesto a morir antes que seguir igual”.
Siempre concuerdo con los trabajos de este excelente comunicador que ha sabido ganarse un espacio con sus artículos claros y certeros. Pero esta vez discrepo respetuosamente de él.
Jorge Ramos se pregunta si pueden exportarse los movimientos rebeldes del mundo árabe a Cuba y Venezuela. Acto seguido aclara: “la pregunta no es para estudiantes de posgrado en relaciones internacionales de las universidades de Harvard, Columbia y Princeton, sino para cubanos y venezolanos”.
Como nací, crecí y vivo en Cuba, creo poder opinar sobre el asunto desde mi torpe punto de vista.
Como bien dice Ramos, un dictador cae cuando un pueblo está dispuesto a morir. En este 2011, los ejemplos sobran. Pero, ¿qué sucede que Cuba no puede librarse de la dictadura impuesta por los hermanos Castro hace 52 años?
Ante todo, está el miedo generalizado de la sociedad cubana. Incluso de la misma oposición. El pueblo, aunque desea libertad, se mantiene ajeno a todo lo que concierne la política. Su indiferencia y temor cuando el régimen ataca sin piedad a los disidentes, ayuda a que este acreciente la represión.
Cuando en agosto de 1994, durante el llamado Maleconazo, centenares de capitalinos se lanzaron a las calles a protestar, muchos de sus compatriotas se asomaban desde los balcones para ver, cachazudamente, como “esos locos” gritaban. La fuerte respuesta del régimen no se hizo esperar delante de estos tranquilos observadores.
Algo similar ha sucedido recientemente cuando las Damas de Blanco protestan en las calles y son reprimidas por la policía política y sus turbas de porristas.
Muchos cubanos huyen de la isla por razones políticas y una vez instalados en el exterior olvidan que sus coterráneos vegetan en una dictadura. Luego de varios años, regresan como turistas y se dedican a restregar en la cara de sus paisanos lo bien que les va “afuera”.
La oposición interna, que debe llevar la voz cantante, no se une. Excepto valiosísimos ejemplos, no hay disposición alguna de luchar hasta las últimas consecuencias.
Ni hablar de tomar las armas. Eso sería -como he oído decir a muchos- terrorismo. ¿Fueron terroristas los rebeldes libios o los militares rumanos?
Sin proponérselo, la oposición sigue el juego a la dictadura castrista al aceptar sus clichés.
Mientras Libia ardía, los cubanos buscaban la comida del día. Paralelamente, una parte del exilio luchaba porque senadores norteamericanos liberaran 20 millones para ¿ayudar? a la oposición; entre tanto, otra parte, aplastaba discos de Pablo Milanés.
Mis 34 años de existencia en este país me dicen que Cuba es la excepción de la regla. Cuesta decirlo pero la dictadura cubana terminará como la de Franco: con el dictador en el poder hasta el último aliento.
Las dictaduras hacen lo suyo. Los pueblos también deberían hacerlo. Pero el mío siente mucho miedo.

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