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jueves, 5 de mayo de 2011

Osama Bin Laden está muerto y bien matado.

Mario J. Viera.   Englewood, Florida.


Bin Laden fue un obcecado. Quería crear el califato mundial. Fanático hasta el arrebato, no reconocía piedad por nadie. Lanzó una guerra despiadada y cobarde contra la civilización occidental sin detenerse en la ejecución de los crímenes más despiadados. Llevó a la muerte inútil a cientos de musulmanes que se inmolaban como bombas homicidas. No le temblaba la mano para derramar sangre inocente. Su odio era desmedido e irracional.
Osama Bin Laden desató las furias y las furias se volvieron contra él. Murió como él había hecho morir a cientos de seres humanos, por el único delito de no comulgar con su encolerizada fe. Con cánticos del Corán sus seguidores degollaban a sus víctimas frente a cámaras de televisión.
Nunca tuvo compasión por la vida ajena y tampoco se tuvo compasión con él. Murió, denigrantemente como denigrantemente había vivido.
Hay muertos que no merecen una lágrima de despedida. Son aquellos que levantaron un pedestal a la muerte y ante su deidad se inclinaron en adoración. Quien miserablemente despreciaba la vida ajena solo desprecio merecía aun hasta después de muerto.
Osama Bin Laden está muerto y bien matado. No puede entenderse que alguien con sensibilidad humana pueda sentir compasión por una vida miserable cuando esa vida fue la negación de la vida. ¿Cómo es posible que alguien pueda sensibilizarse por la muerte violenta de un miserable sociópata peor que el más salvaje de los asesinos en serie? ¿Cómo puede un hombre de honor condenar la muerte violenta de un victimario sin siquiera sentir compasión por los miles de seres humanos que fueron sus víctimas?
Sus víctimas claman desde el Universo por su sangre, piden justicia, exigen que sus asesinos paguen con sus vidas. Las manos crispadas de los caídos en las Torres Gemelas, víctimas inocentes, humildes empleados, funcionarios administrativos, policías, bomberos, gente ajena a las maquinaciones criminales de una mente embotada por el odio y el fanatismo.
Es el colmo del cinismo la recriminación de Fidel Castro por la muerte de Osama Bin Laden a manos de un comando militar de Estados Unidos. El, que no ha pedido disculpas por las víctimas inocentes del remolcador Trece de Marzo. El, que no le tembló la mano para firmar las ejecuciones de miles de sus oponentes, sin importarle siquiera el ruego de los familiares de los encausados, sin escuchar el llanto de las madres que imploraban por la vida de sus hijos condenados en juicios marciales sin las debidas garantías judiciales. Nunca sintió piedad por la ejecución extrajudicial de muchos campesinos de la Sierra Maestra acusados de colaboradores del régimen de Batista.
Y afirma en su última reflexión que “asesinar (a Osama) y enviarlo a las profundidades del mar demuestra temor e inseguridad, lo convierten en un personaje mucho más peligroso”. ¿Acaso esta no ha sido la práctica habitual de su régimen con los que condenara a morir en el paredón de fusilamiento ocultándole a los familiares de las víctimas el lugar donde fueran enterradas?
Osama Bin Laden le declaró la guerra al mundo occidental, asesinó y fue asesinado. Está muerto y bien matado, obtuvo solo lo que merecía.

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