Augusto Cesar San Martín | |
-Desde la enseñanza primaria, el currículo del sistema educacional cubano hace un bosquejo de la época colonial y la republicana, la insurrección de Fidel Castro, y culmina con el triunfo “emancipador” de 1959.
Para nosotros, la conversión de los cuarteles en escuelas fue una de las razones por las que debíamos admirar a los gobernantes y tener como primer padre al Líder Máximo al que la gente llamaba El caballo. Niños al fin, respondíamos “al llamado de la patria” cuando nos incorporaron las clases de preparación militar para enfrentar “la posible agresión del imperialismo norteamericano”. Seríamos como el Che. Nos ideologizaban para ser el hombre nuevo de la sociedad comunista.
Las páginas de los libros de historia presentaban imágenes de niños desnutridos que regresarían “si retrocedíamos al capitalismo decadente”. Crecimos mirando el supuesto horror del anterior sistema social en documentales en blanco y negro. En alguno de ellos, los manifestantes rompían los parquímetros, que representaban la privatización de las calles.
Mientras alabábamos a la Rusia protectora y teníamos las luces apagadas en Navidad, nos ocultábamos para ser bautizados por la Iglesia Católica. Los juguetes vendidos solamente una vez al año convirtieron al gobierno en rey mago que a destiempo repartía turnos a nuestros padres para otorgar el derecho a comprar en las tiendas señaladas.
Nos cohibimos de Mickey Mouse, Pluto, Supermán. Eran dibujos animados contrarios al desarrollo (entiéndase ideológico) de la niñez. Tuvimos que conformarnos con el oso Misha, el Tío Estiopa, Kastanka, animados soviéticos que entretenían nuestros infantes cerebros aun cuando los maldijéramos por monótonos y repetitivos.
Todo complementaba la educación comunista impuesta en las escuelas. Como robots intentaron programarnos sin tener en cuenta la evolución del ser humano.
La mayoría de edad nos liberó de la inocencia para revelarnos que los cuarteles convertidos en escuelas no eran más que una maniobra transitoria para justificar la construcción de nuevos centros de interrogatorios que aumentaron cuando las escuelas se restablecieron como cuarteles.
Nos percatamos que los Estados Unidos se burlaban de nuestra preparación militar para enfrentarlos con estrellas ninjas y cócteles Molotov. El Che dejó de ser la imagen a seguir de hombre nuevo para convertirse en el aventurero traicionado por El caballo. Los niños escuálidos saltaron de las páginas de nuestros libros de historia a las calles socialistas, para prostituirse o pedir limosna a los turistas. Retrocedimos más allá del capitalismo: casi llegamos a la Edad de Piedra.
Con el derrumbe del socialismo ruso, tío Estiopa rompió relaciones con la isla y de pronto Mike, Pluto y sus amigos dejaron de ser capciosos y se mezclaron con nuestro Supermán: Elpidio Valdés. Quizás al mismo Elpidio Valdés podríamos preguntarle qué sucedió con el presupuesto revolucionario de la desaparecida merienda escolar, o por qué se han cambiado los otrora parquímetros por “parqueadores estatales” que cobran el derecho de estacionar autos hasta en la calle más desolada.
Si antes era cruel la forma de ideologizar nuestra infancia, hoy resulta patética. En los exámenes finales del curso anterior, en una pregunta se solicitó la comparación de un personaje de La Ilíada con un mártir revolucionario.
Ilustrativa resulta la respuesta que recibí de estudiantes de secundaria básica cuando indagué quién era Napoleón Bonaparte. Si no está sentado, hágalo. La respuesta fue: “un mártir, un internacionalista que vino a luchar en nuestra tierra”.
A mi generación se le inculcó el miedo al capitalismo derrotado que no podía volver. En el presente se evocan las hazañas de quienes tomaron el poder en 1959, para que las actuales generaciones sepan que esos ancianos decrépitos que ostentan el poder, sólo lo abandonarán con la muerte que una vez afrontaron.
El molde ideológico en que nuestro sistema educativo encierra las mentes de los niños, es un modo de robotizar al individuo. La enseñanza primaria se aleja de su propósito cuando obvia la iniciativa e individualidad de los niños y las sustituye con dogmas que confunden a los infantes. El verdadero objetivo no es educar sino formar una nación al servicio del partido y la ideología gobernante.
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