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domingo, 29 de agosto de 2010

Mi breve amistad con Mario Chanes de Armas.


Tanto había oído hablar de aquel hombre; de sus largos años de prisión, de su inclaudicable actitud como preso plantado; que ardía en deseos de conocerle personalmente. En la prisión del Combinado del Este los presos comunes de muchos años me hablaban de él con profundo respeto. Le recordaban cuando pasó sus últimos años de confinamiento en el área del Edificio Dos, vestido de blanco desde 1986 y luego de haber estado plantado por veinticinco años. Fue el preso político con más años de cautiverio, sancionado a 30 años de privación de libertad que cumplió a su cabalidad.




Me lo imaginaba muy diferente a como era en realidad. Dudaba yo en acercarme a él; yo que tan poco tiempo llevaba dentro de las filas opositoras, poco conocido y sin el aval de años de actitud contestaría. ¿Cómo me recibiría? ¿Me le presentaría así, sin más? ¿Tendría algún recelo por mi abrupta llegada al pequeño apartamento que ocupaba en el callejón que se abría al costado del paradero de la Víbora?

Un día, no recuerdo cual, me decidí. Me presenté en el edificio de apartamentos donde él vivía. No sabía ni siquiera cual era su apartamento. Uno de los vecinos me lo indicó pero señalándome que quizá a aquella hora el debía estar afuera. Así fue en efecto. Frustrado decidí regresar al siguiente día; creo que sería como las nueve de la mañana.

Toqué a la puerta. Pensé que antes de que contestara a la llamada se asomaría sigilosamente por la ventana para ver quien había llegado. No fue así. Abrió directamente la puerta y me recibió con una amable sonrisa. Ante mí apareció un hombre, cubierto el torso con una camiseta, de pequeña estatura, delgado. No recuerdo qué introducción hice para explicar mi presencia, el caso es que me franqueó la puerta amablemente. Me invitó a sentarme y me ofreció una taza de café que acababa de colar.



Enseguida me cautivó su sencillez, su manera de tratarme como si me conociera de toda la vida; hablaba pausadamente, sin rencor por sus años de cruel cautiverio, tan diferente de mí que sentía un profundo odio por aquellos que me habían arrancado tan solo un año de mi vida en las prisiones del Combinado del Este y de Agüica. Creo que estuvimos conversando por espacio de dos horas. Me escuchó atentamente como si yo fuera el gran personaje. Me contó de sus experiencias en la cárcel; de cuando formó parte de la Generación del Centenario, aunque me aclaró que entonces aquel movimiento no tenía nombre y que no recibió la denominación con la que era conocido hasta mucho tiempo después. Me dijo que antes del golpe de estado había sido un dirigente sindical y que nunca había comulgado con el comunismo.

Quedé muy impresionado con su presencia de ánimo y con su extraordinaria personalidad.

Algunos días después, mi esposa vino a despertarme; debo decir que no me levantaba temprano porque acostumbraba a acostarme bien tarde en la madrugada leyendo y escribiendo, lo que me era posible ya que como opositor había sido despojado de mi empleo.

-“Ahí hay un hombre preguntando por ti ─ me dijo muy intrigada mi esposa ─. Dice que es Mario Chanes…”

-“No es que lo diga; es Mario Chanes…” ─ Le contesté.

Ella no podía concebir que aquel hombre tan famoso pudiera ser el que se había sentado tan humildemente en nuestra sala, con aquella sencillez, con aquellos modales tan suaves. Había venido a devolverme la visita.

Nunca podré olvidar su sonrisa cargada de afecto, su enorme valía como ser humano.

Mario Chanes de Armas había nacido en La Habana el 25 de octubre de 1926. Luego del golpe de estado del 10 de marzo de 1952 comenzó a conspirar contra Batista. Según él mismo dijera durante su exilio en Miami conoció a Fidel Castro por medio de un fotógrafo amigo suyo llamado Fernando Chenard Piña. Participó en lo que denominó “una mezcla de locura de juventud y rebeldía contra Batista”, el asalto al cuartel Moncada.

Al fracasar aquella algarada es capturado y condenado a diez años de prisión. Es puesto en libertad junto con el resto de los moncadistas gracia a la amnistía del 15 de mayo de 1955. Partió al exilio en Miami y se unió, invitado por Fidel Castro, a la expedición del Granma. Salva la vida tras el desastre de Alegría del Pío y se incorpora al clandestinaje en La Habana. Capturado nuevamente es llevado a prisión hasta el triunfo de la revolución. Pronto se desencanta del camino que emprende la dirección revolucionaria hacia el totalitarismo. Su rechazo a la implantación del comunismo le acarrea el odio de Fidel Castro y acusado de una supuesta conspiración contra la vida de este es condenado a treinta años de prisión. Mario siempre negó su participación en aquella conspiración.

Poco antes de partir al exilio definitivo fue a despedirse de mí. Nunca más volví a verle. El 24 de febrero de 2007 moría en Miami.

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