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sábado, 18 de marzo de 2023

Revolución

 


Del II Tomo de “La revolución cubana: Un análisis crítico de la era del castrismo”. Capítulo I

Mario J. Viera

Si estudiamos todos los procesos o peculiaridades por los que transcurren y caracterizan a las revoluciones clásicas, podrá colegirse ─ sin implicar en este razonamiento una admisión del determinismo histórico ─, que existen y rigen, en toda revolución, determinadas características que las identifican.

La revolución que se iniciaba en Cuba no era una de carácter clasista, sino una revolución de la clase media cubana urbana

Las revoluciones no son movimientos de ciudadanos, sino movimientos de masas; y ya Castro, desde el primer día, se manifiesta como un agitador de masas. Toda revolución, en sus etapas iniciales, es populista; porque sin el apoyo popular, devenido en apoyo de masas o de populacho, fracasan. Y Castro proclama al pueblo como el conductor verdadero de la insurrección. Le coquetea al pueblo, presentándole como el verdadero ejecutor de la rebelión antibatistiana; quiere ganarse su simpatía, y aún más, si fuera posible, su adoración, como si él mismo fuera el Mesías ansiado. La revolución la ha hecho el pueblo y el pueblo es la revolución. Identidad pueblo-revolución. El mal que se haga contra la revolución se entiende hecho contra todo el pueblo: Dice Castro: “Los ataques contra la Revolución van contra el pueblo, los ataques contra nosotros van contra el pueblo, porque nosotros aquí no representamos otro interés que el interés del pueblo[1].

Las revoluciones comienzan con la toma del poder del partido revolucionario, y solo desde el poder se ejecuta la revolución, así ha sido con la Revolución Francesa del jacobinado, así fue durante la mini revolución de la Comuna de París, y así ha sido con la revolución bolchevique de 1917.

Desde ahora en adelante se cumplirían las leyes o caracteres que rigen un movimiento revolucionario:

Primera ley: En toda revolución rige la Ley de Jano, un rostro mirando al pasado que la justifica, y otro rostro mirando al futuro que la anima, y nunca mirando al presente. Se impone el miedo al retorno del pasado, formándose a posteriori el miedo a la libertad: “en un proceso revolucionario tan hondo como este ─ dirá Castro el 6 de febrero de 1959 ─, no caben términos medios, que un proceso revolucionario como este llega a la meta o el país se hunde en el abismo, que o avanzamos cien años o retrocedemos cien, que una recaída en el pasado sería la peor suerte, y la suerte más indigna que pudiera caberle a un pueblo como este”. Y ratifica este concepto el 16 de marzo cuando toma posesión del cargo de Primer Ministro: “¡El fracaso de la Revolución es el abismo, la guerra civil, el mar de sangre y, al fin y al cabo, el regreso de Batista, de Ventura, de Chaviano, de Masferrer, de Carratalá y de toda aquella caterva de criminales!, porque aquí no hay términos medios”.

El futuro visto como promisorio y el presente es solo una etapa que se alcanza para llegar al futuro halagador. Castro lo dice así, el 22 de diciembre de 1975 con motivo de la Clausura del Primer Congreso del Partido Comunista (PCC):

Nuestro futuro se presenta halagador, se presenta claro. Hoy somos libres, hoy somos dueños absolutos de nuestro destino, y por eso podemos construir ese futuro. Llegaremos tan lejos cuanto seamos capaces de llegar (…) Seguiremos adelante. ¡Construiremos el socialismo! (…) Una nueva etapa de la Revolución se inicia con este Congreso. El camino hasta aquí no ha sido fácil, pero lo hemos andado. El camino futuro tampoco será fácil, pero lo andaremos mejor todavía. Ese camino lo ha trazado el Congreso…”. 

La Revolución promete la libertad; pero las libertades han de ejercerse bajo un condicionamiento: “hacer un uso digno y patriótico de ellas”, según el criterio de Castro, entendiéndose como “patriótico” el apoyo que se dé al partido revolucionario y solo a la revolución.

Segunda Ley: En toda revolución existe la violencia de la Titanomaquia, la batalla entre los titanes: lucha entre adversarios competidores por el liderazgo de la revolución, el sector más fuerte aplasta al más débil, jacobinos sobre girondinos, Stalin sobre Trotsky; Movimiento 26 de Julio sobre el Directorio Revolucionario; la lucha entre revolucionarios y contrarrevolucionarios; las fuerzas revolucionarias reprimen con violencia a las fuerzas antagónicas opuestas a la revolución. En este contexto no deja de faltar el revanchismo del partido vencedor, en contra de los desplazados del poder o en contra de los adversarios políticos dentro del campo revolucionario, pudiendo asumir tanto formas violentas como sutiles. El revanchismo con apariencias de “hacer justicia” por medio de la guillotina o los paredones de fusilamiento; o como cuestión de los “principios revolucionarios”

Tercera Ley: A la revolución en sus inicios siempre se opondrá un movimiento armado, generalmente con base campesina al estilo de la Vendée en Francia, con apoyo de alguna potencia extranjera; así ocurrió en la revolución francesa, así se produjo durante la revolución bolchevique con las bandas blancas de Antón Denikin y Aleksandr Kolchak, y así se cumplió en la revolución cubana con las bandas de guerrilleros principalmente en el Escambray. Movimientos condenados al fracaso, aplastados por el poder revolucionario y la fuerza de las masas: Ley de la Vendée. 

Cuarta Ley: En toda revolución fatalmente se cumple la Ley de Saturno, cuando comienzan los antagonismos dentro del mismo partido revolucionario: la fuerza hegemónica del partido revolucionario, anula o asesina a la minoría disidente. El fuerte devora al débil. Si, así lo vislumbra el mismo Castro cuando dice en su discurso del 8 de enero de 1959, pronunciado en el Campamento militar de Columbia: “Los peores enemigos que en lo adelante pueda tener la Revolución Cubana somos los propios revolucionarios”.

Quinta Ley: Toda revolución se proclama a sí misma, a su movimiento, como “fuente de derecho”, por la dinámica propia de las transformaciones que implanta, y se legitima en la razón misma del ser y del poder ser. La revolución no solo es fuente de derecho, sino también el final de la historia. El pasado es una etapa oscura de enfrentamiento entre las fuerzas del “progreso” y la retardatorias, la revolución es la negación del pasado. La Historia comienza con la revolución y con ella llega el fin de la Historia.

Sexta Ley: En toda revolución hay combate contra un enemigo objeto ─ aristócrata, oligarca, terrateniente, burguesía, grandes intereses ─ al que se le identifica como causa y razón de todos los tropiezos y de todos los obstáculos que se presentan durante el proceso revolucionario; el enemigo al que hay que eliminar con la violencia de la justicia revolucionaria: sans-culottes contra aristócratas, en Francia; arios contra judíos, en Alemania; clase obrera contra “saboteadores”, en Rusia. Castro identificará como enemigo objeto al “imperialismo” o a los “ricachones”: “Ustedes saben bien que hay gente que no tiene que trabajar ─ denuncia en Santiago de Cuba en discurso del 30 de noviembre de 1959 ─.  Ustedes saben bien que hay gente que en su vida ha derramado una sola gota de sudor.  Ustedes saben que hay gente que vive muy bien y sin embargo no trabaja, y que, sin embargo, tiene tiempo de sobra para murmurar, para regar “bolas” y para hacer campañas contrarrevolucionarias”. Lucha de clases según la doctrina marxista de interpretación de la historia.

Séptima Ley: Las revoluciones necesitan de las crisis, reales, imaginarias o auto creadas, para prolongarse en el tiempo. Las crisis justifican los medios. Así lo entendía Castro:

La Revolución necesita combatir, el combate es lo que hace fuerte a las revoluciones; las amenazas de invasión extranjera y las agresiones que ha sufrido nuestro país, y que pusieron en pie de lucha al pueblo cubano, ha hecho más fuerte a la Revolución. Una revolución que no fuese atacada, en primer lugar, no sería, posiblemente, una verdadera revolución.  Además, una revolución que no tuviera delante un enemigo, correría el riesgo de adormecerse, correría el riesgo de debilitarse. ¡Las revoluciones necesitan luchar, las revoluciones necesitan combatir, las revoluciones, como los ejércitos para hacerse aguerridos, necesitan tener delante un enemigo![2] 

Octava y Novena Ley: Toda revolución cumple una función sigmoide: inicio, clímax y decadencia. En toda revolución que se pretenda continuar más allá del marco de sus objetivos, prolongarla en el tiempo, se cumple la Ley de Termidor: la revolución deviene entonces en su propia antítesis; la negación de su propia negación.

Décima Ley: El torbellino revolucionario, actuando como Ley sobre toda Ley, subsume y subroga al mismo tiempo al Estado. El poder revolucionario, al asumir el Gobierno, asimila al Estado y se hace Estado y Gobierno, todo en una sola unidad. La coerción ya no es función exclusiva del Estado, y el mismo Estado deja de ser la representación jurídica y política de toda la sociedad para, absorbido dentro del único ente político que es la Revolución, ser la representación política y jurídica de la facción en el poder.

Todos estos factores se irán manifestando en la “Revolución Cubana” con el transcurrir de los años.

Para Silvio Costa[3], las revoluciones “se dan a partir de las modificaciones económicas, sociales, políticas, culturales, que agravan las contradicciones inherentes al propio desarrollo de las sociedades, y cuando una parte significativa de la población entiende que no es posible continuar viviendo bajo el orden económico, social y político existentes, y que es necesaria una transformación”.

Para la llamada Revolución Cubana, ¿se cumplen estos presupuestos?



[1] Fidel Castro: Discurso ante los trabajadores de la Shell 6 de febrero de 1959

[2] Fidel Castro, discurso en Santa Clara en el antiguo cuartel Leoncio Vidal, 28 de enero de 1961

[3] Silvio Costa. Comuna de París: Historia y Revolución. Madrid, Invierno/2001

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