Mario J. Viera
Hace
poco leí, de la Sra. Cruz, el primero de su trilogía de artículos, “Socialismo
en la Cuba de hoy y de mañana”. En ese su primer artículo la economista se centró
en dos grupos “que pretenden perpetuar el socialismo más allá del castrismo”.
Estos son, uno, aquellos que denominó “socialistas puros”, y dos, el más
peligroso, según ella, los partidarios de la socialdemocracia. En el segundo párrafo de ese
primer artículo, la autora establece que los miembros de esos dos grupos “pueden
encontrarse tanto del lado aún fiel al Gobierno (…) como del lado de la
oposición más intransigente”, puesto que “combinan su filiación
socialista con otras interpretaciones de la realidad que incluyen el
patriotismo/nacionalismo, la solidaridad, la justicia y, en casos extremos, mecanismos
seudorracionales para justificar los desmanes totalitarios del régimen
vigente”. No me quedó más remedio que poner signos de interrogación entre
paréntesis a este razonamiento.
Según
Rafaela Cruz, los socialistas puros interpretan la realidad como que “el castrismo ha
traicionado — o ha olvidado, según visión más laxa — los principios socialistas”.
En realidad, esta es una tesis planteada por los trotskistas en rechazo al
castrismo; aunque no creo que los partidarios de Trotsky en Cuba puedan
calificarse como “no minoritarios”.
Supongamos
que es cierto, que existen muchos que critican al castrismo desde posiciones
trotskistas; entonces debemos aceptar correcta la afirmación de Cruz sobre
estos socialistas puros: “La debilidad de la crítica al castrismo que
pretenden estos puristas filosóficos está en que ni ellos mismos saben qué
es socialismo, pues hay tantas definiciones de este como
"socialistas" existen”. (El resaltado es de la autora) Aunque
ella da la siempre planteada definición de “socialismo” como “la propiedad y
administración colectiva o estatal de los medios de producción”, no existe
ninguna realidad socialista. El dominio de los medios de producción y su
conducción por medio de una planificación estatalmente centralizada, de ningún
modo representa la utopía denominada “socialismo”; en todo caso es una distopía,
como también lo es la denominada “dictadura del proletariado”. Jamás el
socialismo ha sido construido, no lo fue en la Unión Soviética a lo largo de
sus 73 años de existencia., no ha podido ser en Cuba, no ha podido ser en China
ni en Corea del Norte, ni siquiera en Vietnam.
Lo
que existe en Cuba, como existió en la Unión Soviética, no es socialismo sino la
dictadura totalitaria dirigida y mantenida por un solo y único partido político, y el poder de una caterva de inescrupulosos usurpadores del poder político y de
la soberanía nacional. Ni existe, ni existirá jamás el socialismo, simplemente
porque el igualitarismo es irracional, no existe en la naturaleza ni puede
existir en la sociedad humana, porque lo limita la capacidad individual. El
igualitarismo no puede confundirse con el principio de la “igualdad y justicia
social”, que la autora parece identificarles. Igualdad es tal como lo establece
el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos
los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y,
dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los
unos con los otros”; “…sin distinción alguna de raza, color, sexo,
idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional
o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”
(Artículo 2). Igualdad, como se reconoce en el párrafo segundo de la
Declaración de Independencia de Estados Unidos: “Sostenemos como evidentes
estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados
por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la
vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos
derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes
legítimos del consentimiento de los gobernados…”
Luego
de leer este primer artículo fruncí el entrecejo; algo me olía mal, sentí como
un tufillo de proyecciones más allá de lo que insinuaba su crítica de los “socialistas
puros”, algo me decía que lo que estaba leyendo tendría cierto influjo de la
Escuela de Chicago de Milton Friedman.
Cuando
leí el segundo de los artículos de la economista Rafaela Cruz ya el hedor a
neoliberalismo se me hizo más potente. Detrás de todo el ataque a los idílicos
soñadores de paraísos socialistas, está implícita la crítica demoledora al
estado de beneficio, para lo cual tenía que arremeter contra la
socialdemocracia. Denuncia entonces: “…la segunda variante del socialismo
que pretende sobrevivir al castrismo, la socialdemocracia, era la mutación
más peligrosa — económicamente hablando — de los muchos socialistas que aún
viven y piensan Cuba”. ¿Cómo identifica Cruz a los socialdemócratas? Pues
dice de ellos: “…aceptan abiertamente
que el libre mercado es imprescindible para el progreso humano y,
además, abrazan la democracia como organización política; dos rasgos que
los diferencian tajantemente ideológica y moralmente — de los socialistas puros”.
Está bien, sí, pero ella ve que navegan en dos aguas; ¿Cuáles? “… sus
concepciones económicas, basadas en el igualitarismo como ideal y camino de
justicia, serían fatales para el sistema económico (¿?) al
que debe evolucionar, inmediata y necesariamente, una Cuba poscastrista”.
Sí, coloqué las interrogantes, porque no define cuál es ese sistema económico al
que debe evolucionar Cuba. Sin embargo, vuelve la confusión de la autora. Es
muy diferente el “igualitarismo” del concepto de una política destinada a reducir
la desigualdad, la discriminación de los grupos desfavorecidos y la
pobreza, donde se incluye apoyo a servicios públicos universalmente accesibles
como atención a personas mayores, cuidado infantil, educación, atención médica
y mejoras laborales.
Ciertamente la socialdemocracia en sus inicios se identificó con las tesis marxistas del socialismo o comunismo “científico”, aunque hubo varias revisiones de sus conceptos marxistas como las de Eduard Bernstein en 1895 y, posteriormente en 1899 con su folleto “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia” donde planteaba una fuerte crítica al marxismo calificando de erróneas sus predicciones. Luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia ya nada de influencias marxista quedaban dentro de sus concepciones políticas, proyectándose, como lo expuso el catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, Alfonso Ruiz Miguel, “hacia una mayor intervención estatal en los procesos de redistribución que en los de producción, de forma que una política fiscal progresiva permitió consolidar eficazmente la red asistencial que configura el Estado de bienestar”.
Cruz
entra en una contradicción cuando, luego de haber afirmado que los
socialdemócratas “aceptan abiertamente que el libre mercado es imprescindible
para el progreso humano” señala que ellos “entienden al mercado como
un ente irremediablemente defectuoso que necesita constante regulación,
intervención y control estatal (de ahí su desplazamiento teórico desde Marx
hasta Keynes). Para ellos, son los políticos quienes en última instancia deben
repartir las riquezas que crea la nación, no el libre mercado (¿?), al
cual consideran irracional e injusto: un mal necesario”. No sé de donde
la autora ha obtenido estas conclusiones, ni cual dirigente de la
socialdemocracia europea haya planteado tales propuestas; tal vez sean simples
afirmaciones propias, sin pruebas testimoniales o documentales.
Llegado
a este punto, y para evitar alguna que otra suspicacia, voy a aclarar que no
milito dentro de la corriente socialdemócrata, e incluso, he criticado algunos
de los proyectos de la corriente socialista o socialdemócrata de Cuba. No me
afilio a ninguna corriente económica, sea de cualquier tipo y, mucho menos de
aquellas corrientes economistas que han devenido en ideologías. Mis posiciones
son políticas no economicistas y considero que el método económico adecuado no
es aquel que pone en primer plano al libre mercado sino el que pone como eje
central al ser humano.
Ahora
bien, hay otro párrafo de la Sra. Cruz que resulta muy interesante. Escribe: “El
punto de convergencia de los socialistas puros y los socialdemócratas es su
desconfianza en las leyes del mercado para obtener el máximo de “justicia social”
— término bastante indeterminado — que para ellos es equivalente
a niveles altos de igualdad”. ¿Las leyes del mercado? Algo en sí
muy impreciso. Dependiendo de la doctrina económica que se tome como referencia,
el concepto de “leyes del mercado” puede tener diferentes interpretaciones. De
acuerdo con Adam Smith, las principales leyes del mercado son, la división del
trabajo y la libre competencia; para Ludwig von Mises lo principal es un
mercado puro o sin trabas, lo cual requiere la división
del trabajo y la propiedad privada; la existencia de un mercado para el
intercambio de bienes y servicios, y, por supuesto que no haya interferencia,
de factores ajenos al mercado, con los precios, tasas de salarios y tasas de
interés. Sin embargo, la libre competencia muchas veces está limitada por el
poder de grandes corporaciones que compiten por el control del mercado y de los
precios; ante esta situación, el Estado ¿debe cruzarse de brazos y dejar que el
problema lo resuelva la smithiana “mano invisible del mercado”? Dictar leyes
antimonopolios ¿sería un atentado contra el mercado puro o sin trabas? Otras de
las leyes del mercado es la imprescindible ley de la oferta y demanda. El
Estado, el gobierno debe inhibirse de establecer precios oficiales para los
productos del mercado. Existe una relación proporcional entre los
factores de la oferta y la demanda. Si existe una mayor demanda por un artículo
determinado que sobrepase a su oferta, la mano invisible del mercado resuelve
el conflicto, los precios se incrementan. Sin embargo, hay ocasiones donde la
oferta y la demanda se igualan, y, no obstante, los precios del producto en el mercado
se elevan, como resultado del acuerdo de algunas de las mayores empresas productoras, de ese producto en específico, para incrementar los precios y obtener un mayor
ingreso en sus ventas. En ese caso, ¿debe el gobierno inhibirse de actuar?
¿Justicia social, término indeterminado?
Aquí lo dejo, por el momento. Sobre esto y algunas cosas más continuaré mi réplica
en próximo artículo.