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lunes, 26 de julio de 2021

Las lecciones del 11-J

 

Mario J. Viera

 


Son muchas las lecciones que nos ha dado la explosión del 11 J, y muchas las enseñanzas que, de ellas, pudiéramos extraer. La primera de todas, es que podemos alcanzar la liberación por nuestros propios medios, sin necesidad imperiosa de injerencias de poderes externos.

 

La principal característica de las multitudinarias manifestaciones del 11 J ha sido su carácter inusitado, al margen e independiente del concurso y la dirección de organizaciones internas, que no han podido superar su estadio de disidencia para convertirse en verdaderas organizaciones políticas de oposición; y este carácter inusitado significa que, existe y se manifiesta dentro de la gran masa de la población, la conciencia de la necesidad del cambio y la voluntad para producir el cambio. Estos dos factores son los que, necesariamente tienen que estar presentes en la conciencia social ─ necesidad del cambio y voluntad para producir el cambio ─ para producir una revolución.

 

Tiene razón la economista Rafaela Cruz cuando señala ─ en Diario de Cuba ─ que la debilidad de la oposición (yo preferiría decir “disidencia’) se hizo manifiesta en las protestas del 11 de julio, “cuando ningún movimiento o líder logró fusionar y encausar el descontento. Muchos, desde largo tiempo, hemos estado abogando para que los grupos disidentes se vuelvan más hacia lo interno que hacia el exterior, actuando dentro del pueblo, haciendo labor de proselitismo de manera directa, para darle cauce a la indignación popular. Se trata de ejercer el liderazgo para impulsar el cambio cuando existe “una masa lista, como propone Cruz, para estallar cuando el liderazgo correcto los invoque”. Es decir, enfocarse en el fortalecimiento, tal como aconseja Gene Sharp, de la “población oprimida en su determinación de luchar, en la confianza en sí misma y en sus aptitudes para resistir”. Esto quedó determinado en los sucesos del 11J, la existencia de una masa lista para producir el estallido, confiada en sí misma por la identificación del conjunto que eleva el grito de Patria y Vida. Pero faltó algo importante, por la desidia de los grupos disidentes al interior de la isla, la necesidad ─ que Sharp propone ─ de “desarrollar un amplio y concienzudo plan estratégico global para la liberación, y ejecutarlo con destreza”. Sin un plan, sin una estrategia elaborada sobre realidades, no existe un movimiento de resistencia que logre el éxito. Factor este, sobre el cual tantos hemos insistido.

 

En su espontaneidad, sin la presencia de líderes conductores, aparecieron, diversas personas actuando como verdaderos agitadores políticos, quienes proponían consignas y determinadas acciones; como ocurrió en San Antonio de los Baños, cuando, al inicio de la protesta en un punto de la ciudad, algunos propusieron desfilar hasta la sede del Comité Municipal del Partido Comunista, en una forma de liderazgo horizontal con iniciativas no limitadas por un liderazgo vertical.

 

Este estallido social, el profesor Fernando Mires, lo identifica como la expresión de “un colectivo deseo de vida, de un grito desesperado por ser, de una expresión masiva por la libertad”; un movimiento, más que político, “fue un movimiento existencial”. Mires rechaza catalogar el grito del 11 J como “espontáneo”. “Una cosaexplica Mireses que un movimiento no tenga líderes ni partido y otra es que sea espontáneo. Espontáneo, en el léxico político, significa un estallido anárquico y desorganizado”. Y esto para Mires no es lo que sucedió en Cuba., dado el hecho de que la protesta “se expandiera tan rápidamente desde los poblados más lejanos hacia las grandes ciudades y que en todos los lugares fueran coreadas las mismas consignas y que sus participantes hubiesen decidido poner término a todas las manifestaciones a la misma hora” evidencia que hubo “un alto grado de sincronía, de intensiva comunicación (digital) interna”. Esto, visto así, es cierto. Una coordinación que tuvo su antecedente en la sincronización comunicacional que estuvo presente para llevar a cabo la plantada frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre del pasado año; una acción esta de desobediencia civil que tomó por sorpresa, igual que ahora, a los servicios de inteligencia de la dictadura.

 

Lo espontáneo, dentro de los hechos del 11 J, estuvo solo presente en la táctica empleada, sin ajustarla a una estrategia consensuada para impulsar una verdadera resistencia noviolenta; aunque, de modo instintivo, se pudo consolidar el número crítico de participantes que se requieren en un proceso de resistencia noviolenta, en una masa multigeneracional y de géneros. Fue significativa la participación de las mujeres lanzando el grito de “no tenemos miedo”. Hay pueblo, solo se requiere que los disidentes conviertan el movimiento en uno de tipo político, con demandas políticas, y, como propone, muy acertadamente, Rafaela Cruz, “haciendo propuestas mínimas, básicas, pocas, cortoplacistas y comprensibles, teniendo en cuenta que el pueblo no rechaza todo del castrismo — los sistemas de salud y educación estatales son intocables —, solo quiere vivir mejor. Hay que definir qué es "vivir mejor" y ofrecerlo ya, ahora”.

 

¿Qué se buscaba alcanzar con las manifestaciones del pasado 11 de julio? ¿La toma del poder político? Ese no era el objetivo de los manifestantes. Lo que se pretendía era lanzar un reto al poder y mostrar el descontento que existe en toda la sociedad cubana por las reformas económicas que últimamente ha venido implementando el PCC y el gobierno de Díaz-Canel; por los métodos incorrectos empleados por el gobierno para enfrentar la pandemia del COVID-19 que han provocado el colapso de las capacidades hospitalarias, especialmente en Matanzas; y por la crisis de desabastecimiento agudizada con la aparición de las tiendas que comercian en dólares y a sobreprecio de los productos esenciales.

 

He aquí donde fallan los grupos disidentes de Cuba, cuando solo se centran en problemas puntuales, en la elaboración de proyectos inocuos de reformas, como el tan mentado Proyecto Varela o la idílica Plataforma 18 de participación en el proceso electoral de Cuba; y en la búsqueda de apoyo externo, sin plantear como objetivo básico la toma del poder político a partir de un poderoso movimiento interno de resistencia. La disidencia descuidó el trabajo de captar pueblo; y pueblo había para impulsar ese movimiento de resistencia interna, como ha quedado demostrado en este accionar del 11 J.

 

Como bien se afirma en Los 50 puntos cruciales de la lucha no violenta de los autores Srdja Popovic, Andrej Milivojevic y Slobodan Djinovic, no se puede cambiar una sociedad si no se alcanza el poder político para la implementación de las reformas que esa sociedad requiere. No se trata solamente de plantear una lucha por ideales, por el respeto de los derechos políticos, civiles, sociales y humanos de los ciudadanos; sino la lucha por y para la toma del poder político. Solamente contando con el poder político se pueden implementar las necesarias reformas para la transición hacia un estado de derecho.

 

De hecho, el poder político en una sociedad proviene de la obediencia de las personas y el 11 J fue un desacato, un reto, una manifestación de desobediencia al poder político que usurpa en Cuba el PCC; y esto implica que el régimen actúe para reprimir la desobediencia. Este es el mérito histórico del 11 J, el primer acto multitudinario de desobediencia civil en 62 años de poder autoritario. Así como expone Mires: “La posibilidad de que la represión logre desmembrarlo, debe ser considerada. El aparato policial y militar cubano está hecho para reprimir a su propio pueblo. Pero que eso no suceda, depende también de las formas que asumirá en el movimiento en el futuro”.

 

La reacción primaria de la dictadura, ante un hecho considerado improbable, fue la indecisión, pero cuando las manifestaciones llegaron hasta la misma capital de la nación, centro de toda la atención internacional, tuvo que decidir y actuar. Movilizó a las fuerzas especiales del Ministerio del Interior, las “Avispas Negras”, a los efectivos de la Policía Nacional Revolucionaria y de la Seguridad del Estado, y, al mismo tiempo, demostrar que contaba con apoyo popular frete al reto de grupos calificados como marginales que quebraban el mito de “la unidad del pueblo en torno al partido comunista y al gobierno”. No se podía “admitir que ningún contrarrevolucionario, ningún mercenario, ningún vendido al gobierno de EE.UU., vendido al imperio, recibiendo dinero de las agencias, dejándose llevar por todas estrategias de subversión ideológica van a crear desestabilización en nuestro país", como clamó el sustituto de Raúl Castro al frente del gobierno. Entonces convoca: "a todos los revolucionarios del país, a todos los comunistas, a que salgan a las calles y vayan a los lugares donde vayan a ocurrir estas provocaciones".

 

El gobierno moviliza de inmediato a los esquiroles de la respuesta rápida que tan bien actuaron en la represión de las manifestaciones del 5 de agosto de 1994, conocidas popularmente como el “maleconazo”, junto a efectivos militares vestidos de civil y armados con garrotes; pero se cuida especialmente de no ametrallar a la población inerme; eso sería fatal para su imagen pública internacionalmente. No se reproducen los actos de violencia policial ocurridos en Chile y Colombia, ni el fusilamiento de manifestantes por efectivos militares como los ocurrido en Birmania, ni los asesinatos indiscriminados que el gobierno de Daniel Ortega cometió contra las manifestaciones de protestas en Nicaragua, no se lanzaron bombas de gases lacrimógenos para dispersar a las multitudes, como ocurriera en Estados Unidos durante las protestas del movimiento BLM.

 

Aunque muchos de la diáspora cubana vean la represión que, en Cuba, produjo cientos de detenidos, golpizas, asaltos a domicilios y hasta la muerte, reconocida oficialmente, de uno de los manifestantes, como una “represión bestial”, lo cierto es que no se llegó a tal extremo; lo que no implica, precisamente, que, en el futuro, ante un movimiento consolidado de resistencia no violenta, el régimen se inhiba de recurrir a la represión bestial indiscriminada.

 

Ante esta situación el periodista e historiador y exprofesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana, Roberto Álvarez Quiñones, en artículo para Diario de Cuba, conceptuó al movimiento del 11 de julio como “una monumental rebelión política”, aunque, erróneamente e inexactamente, consideró que los “manifestantes apuntaron al poder, la fuente primaria de la desgracia cubana y no a sus consecuencias sociales (hambre, escasez de todo, pobreza, etc.)”. Fue, precisamente esas condiciones sociales ─ hambre, escasez de todo, pobreza, etc. ─ la causa eficiente para la protesta, sin importar que se gritara reclamando libertad y la renuncia de Miguel Díaz-Canel a la presidencia del país.

 

El muy distinguido comentarista considera, también de modo incorrecto, que, “el derrumbe del comunismo en Cuba se logrará con la acción de fuerzas combinadas de una insoportable presión político-social interna y otra presión venida de fuera, para que ambas produzcan una fractura en la cúpula del poder que dé al traste con el régimen”. Aboga también por reclamarle al “presidente de la mayor potencia mundial” que le exija a la dictadura cubana que ponga “fin a la bestial represión, liberen a todos los detenidos y los presos políticos, que aparezcan los desaparecidos y se restauren las libertades ciudadanas, o ‘habrá consecuencias’". Y esas consecuencias, por supuesto, serían “echar abajo el mito de que solo hablar de una intervención humanitaria-militar favorece a la tiranía porque esta puede reavivar el nacionalismo ‘revolucionario’". Aparte de que estas declaraciones tienen el tinte propio de una mentalidad plattista, son también manifestación de la desconfianza de alguien en las capacidades de los cubanos de alcanzar su propia liberación.  

 

Sobre este aspecto, el Dr. Gene Sharp he expresado: “Muchas personas que actualmente están padeciendo bajo una dictadura, o que han tenido que exilarse para escapar de sus garras, no creen que los oprimidos puedan liberarse por sí mismos. Ellos no esperan que su pueblo pueda ser liberado sino por la acción de otros. Ponen su confianza en las fuerzas extranjeras. Creen que sólo una ayuda internacional puede ser lo bastante fuerte como para derribar a los dictadores.  (…) Esa confianza puede estar puesta en un factor totalmente errado. Por lo general, no van a llegar salvadores extranjeros”. Y agrega Sharp: “Los estados extranjeros podrían involucrarse activamente para fines positivos sólo cuando hubiere un movimiento interno que ya haya comenzado a sacudir la dictadura y logrado que la atención internacional se enfoque sobre la índole brutal del gobierno”.

 

Refiriéndose Sharp a las acciones internacionales, señala: “Aunque las acciones internacionales pueden beneficiar, o de alguna manera debilitar a las dictaduras, la continuación de éstas depende primordialmente de factores internos. (…) el boicot económico internacional, los embargos, la ruptura de relaciones diplomáticas, la expulsión del gobierno de organizaciones internacionales, la condena del mismo por alguno de los cuerpos de las Naciones Unidas y otros pasos semejantes, pueden contribuir grandemente. A pesar de todo, si no existe un fuerte movimiento de resistencia interna, tales acciones por parte de otros es poco probable que se den”.

 

Hoy en Estados Unidos, las manifestaciones de la diáspora cubana en apoyo al 11 J, parecen estar dirigidas más en contra de la administración demócrata que contra la dictadura del PCC. A impulsos del sector de la extrema derecha del Partido Republicano y de sus acólitos en algunas de las principales organizaciones del exilio, se alienta la mentalidad plattista que tanto daño ha hecho al crecimiento opositor al interior de la isla, con el reclamo y la exigencia de que Biden haga esto o no haga esto otro. Es legítima la intolerancia ante la intolerancia de la dictadura del PCC; pero ¿hasta dónde debe ser llevada?; hasta el punto dónde no perdamos la opinión pública internacional. ¿Se gana a la opinión internacional cuando se aboga por intervenciones militares de Estados Unidos y de la OTAN en Cuba, como la propuesta de un tal Léo Juvier-Hendrickx patrocinada además por Zoé Valdés y la suscripción de 50 mil firmas? Intervención militar que otros denominan eufemísticamente como “intervención humanitaria-militar”. Así no se gana el apoyo de la opinión pública internacional.

 

El 11 J debe convertirse en un movimiento consolidado, dejando a un lado todo el histerismo político miamense. La disidencia interna tiene ahora la oportunidad, el ejemplo lo dieron los miles de manifestantes que tomaron las calles de ciudades y pueblos en toda la isla. Ahora, lo que importa, como propone Mires, es preservar la existencia física del movimiento y a partir de ahí, asegurar su existencia política. “Por el momento, lo que más requiere es mantener continuidad. En otras palabras, que el régimen se vea obligado a reconocer al 11-J no solo como un enemigo externo sino como una oposición interna, y esto es en lo que se debe concentrar la resistencia interna, sin pensar en invasiones militares de una potencia externa con la misión de “rescatar la libertad de Cuba”, lo que conduce a una paralización de la voluntad de resistencia con la esperanza puesta en una invasión militar que nunca se producirá; debe concentrarse en la elaboración de una estrategia cohesionada de lucha política no violenta y en la elaboración de un proyecto de nación, sin fantasías. Unir en un mismo empeño a todos los cubanos, ¡A todos! Más que buscar apoyos de gobiernos extranjeros, se debe buscar el apoyo de la opinión internacional, la opinión de las masas latinoamericanas, de las masas europeas. Hay que ganar para la causa de la liberación nacional las simpatías populares y de intelectuales y artistas de América Latina, de Estados Unidos, ¡De todo el mundo! Y tener muy presente las opiniones de Mires cuando señala: “Sin disidencias, sin trizaduras internas [dentro del mismo régimen], ningún régimen se viene abajo. Eso significa, para el movimiento que recién nace, mantenerse atento a cualquiera posibilidad de comunicación con los personeros del régimen. Nunca cerrar todas las puertas. (…) En no pocas experiencias históricas hemos visto a miembros de regímenes dictatoriales que terminan por disentir. Nunca faltan los que se dan cuenta de que seguir manteniendo a gobiernos ilegítimos lleva a callejones sin salida. Hay quienes también no quieren pasar a la historia como verdugos de sus pueblos. No hay transiciones sin deserciones.

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