Fernando Mires. Blog POLIS
¿Sabes
de qué tengo ganas?
Intérprete. Olga Guillot. Autor: Salvador
Vásquez
¿Sabes
de qué tengo ganas?/ de perderme en esta noche/ y entregarme a tu cariño/
¿Sabes de qué tengo ganas?/ De dormir desde este viernes/ y despertar el
domingo/ ¿Sabes de qué tengo ganas?/ De que el sol salga esta noche/ del amor
hacer derroche/ hasta hacerte enloquecer/ De adorarte sin medida/ aunque
después de esos días/ pasen dos o tres semanas/ sin mirarnos otra vez/ No me
niegues lo que pido/ quiero ser feliz contigo/ entregarme a tu cariño/
entregarme sin medida/ ¿Sabes de qué tengo ganas?
La expresión “tengo ganas” puede ser ordinaria, pero de ser
sincera, lo es. “Tener ganas” es la expresión vulgar de tener un deseo, del
mismo modo que tener un deseo es la expresión vulgar de tener un anhelo.
Resultaría muy cursi decir, por ejemplo, tengo anhelos de comer un bife. Los
anhelos son deseos del alma; los deseos, anhelos del cuerpo; y las ganas,
deseos más acuciosos del cuerpo (comer, beber, copular). De tal modo que lo que
da forma al anhelo, al deseo y a las ganas es, antes que nada, el objeto del placer.
El objeto determina, si no al sujeto, la forma del sujeto, o lo que es
parecido: su modo gramático de representación. Si bien las ganas, los deseos, o
los anhelos anteceden al objeto del placer, adquieren su “modo de ser” cuando
aparece el objeto. El objeto del placer no crea el placer, pero le da sentido,
lo ordena, lo configura y, en cierto modo, lo detiene.
Los placeres y sus objetos han sido temas predilectos de la
filosofía, sobre todo de la filosofía moral. Y es evidente, porque si no
existieran los placeres tampoco existiría la moral ya que el sentido de la
moral es regular los placeres como también dictaminar cuáles nos están
permitidos y cuáles no. La moral está
hecha de renuncias y a lo que se renuncia es a lo que nos gusta, puesto que
si no nos gustara no tendría sentido renunciar y la moral estaría de más. Y si
hablamos de moral con relación a los placeres que nos depara la vida, más que
recurrir a Kant, hay que dirigirse a Aristóteles quien es el filósofo moral por
excelencia, hasta el punto de que para Aristóteles, el sentido primero y último
de toda filosofía, era la moral. O mejor dicho: la ética.
La moral es imperativa y cuando ya está pre-escrita -sobre todo en mandamientos y
leyes- es inapelable. La ética en cambio
es discursiva, y surge como resultado no de un mandato sino del uso de la
razón. Ahora, con relación al placer, Aristóteles diferenciaba entre los
placeres que él llamaba “necesarios” y aquellos que consideraba optativos. Los
placeres necesarios son los naturales y vienen del cuerpo y del alma (comer,
amar, pensar); los optativos, como su nombre lo dice, tienen que ver más bien
con la vida social (tener éxito, vestir bien, hacer riquezas). En los dos
casos, el placer viene del displacer y el displacer es ausencia de placer. Todo
displacer es “tener- un-no-tener placer”.
Siempre deseamos lo que no tenemos y lo que no tenemos y
deseamos nos produce displacer y al mismo tiempo “ganas” de tener placer. Las
“ganas”, con toda su vulgaridad, adquieren en este bolero una dimensión altamente
erótica. Mediante el recurso de “tener ganas” el deseo de amor se transforma en
un asunto de vida o muerte, lo que puede que no sea cierto, pero así expresado
son las “ganas” semi-metáforas mediante las cuales Olga Guillot intenta hacer
inteligible sus deseos de amor. Para ella como para Aristóteles, los placeres
del cuerpo son “valores” que hay que conseguir como si fueran alimentos.
Aristóteles no habría sido griego si no hubiese acordado a
los placeres un lugar importante en la vida. Sin embargo, como además de griego
era filósofo, abogaba por una regulación ética de los placeres y en ese
proyecto encuentra que los llamados displaceres pueden ayudar a dicha
regulación. La ilimitación de los placeres, el así llamado “desenfreno”, puede
ser, y lo ha sido en muchos casos -tanto para los individuos, como para las
culturas- algo muy destructivo. De ahí deduce Aristóteles que los placeres
deben ser condimentados con determinadas cuotas de displacer. Más aún, opinaba
que bajo las condiciones de la regulación del placer que impone el displacer el
goce del placer puede ser incluso más intenso que si no tuviera frenos. Esa
paradoja la conocía Olga Guillot. No por casualidad ella anuncia que por un
lado, tiene ganas. Pero, ojo: ella ha propuesto limitar sus ganas en el tiempo,
a saber: desde el viernes hasta el domingo. Nada más que un fin de semana.
Todas sus “ganas” serán concentradas en un simple week-end.
¿Por qué no prolonga sus ganas hasta el lunes o martes? Yo
sé lo que me respondería mi amiga Diotima, la Cubana: “Pero chico, Olga tiene
que trabajar el lunes”. De ahí entonces que las ganas de Olga aparecen, aún en
este apasionado bolero, limitadas en su extensión temporal.
Ahora, supongamos por un momento que es cierto que Olga
Guillot tiene que ir a trabajar el lunes. El trabajo es una obligación y
asistir puntualmente al trabajo es también una obligación moral. Como decía
Oscar Wilde: “todo lo que no hacemos por amor, es una obligación". Luego,
entre las ganas amorosas de Olga y la obligación moral surge un compromiso:
dedicarse intensivamente al amor desde el viernes hasta el domingo, y nada más.
Por cierto, el amor de Olga Guillot, como todo amor,
quisiera prolongarse a lo largo de la vida y si fuera posible, más allá
también. Pero una obligación, o lo que es casi igual, un displacer, detiene en
este caso el avance del placer y al mismo tiempo evita el displacer que surge
como consecuencia de un exceso de placer. Faltar el día lunes sin una
justificación puede producir un displacer muy intenso en el lugar de trabajo.
De acuerdo a este caso, el displacer ha sido puesto por Olga al servicio del
placer. Del amor hacer un derroche, sí, incluso enloquecer, pero hasta el
domingo y nada más. Punto. La limitación del placer en el tiempo puede llevar
en muchos casos a un aumento de la intensidad del placer.
A veces pienso que es la limitación temporal la razón
principal del placer. Pero no sólo del placer. Contaba Sigmund Freud que
algunos pacientes hablaban vaguedades durante la consulta, hasta el momento en
que Freud miraba el reloj y anunciaba: “Restan cinco minutos”. Entonces, en
esos cinco minutos, el paciente contaba todo lo que no había querido o podido
contar en cincuenta minutos. Así sucede con nuestras vidas. Si alguien nos
asegura que el próximo mes vamos a morir, haríamos y diríamos en este mes lo
que no hemos hecho ni dicho en toda una vida. La disminución del tiempo
requerido puede ser en algunos casos condición de ganancia. Esa es la
diferencia entre la economía clásica y la economía del amor. Y la palabra
ganancia, no lo olvidemos, tiene también algo que ver con “tener ganas”.
La verdad es que la mayor parte de los placeres naturales
son expansivos, en algunos casos, imperialistas, y la tendencia de los placeres
es convertirnos en vasallos de su goce. El placer es placer del vivir y el
vivir no quiere morir, de modo que el vivir busca extenderse más allá de la
muerte. Frente a las tendencias expansivas del vivir no tenemos otra
alternativa que oponer cuotas de displacer, y el displacer es la representación
de la muerte. Por lo tanto, estamos obligados a dosificar el placer como el
displacer, estableciendo, como Olga Guillot, relaciones de compromiso de los
unos con los otros, intentando poner el principio de la muerte al servicio de
el de la vida. No siempre logramos ese objetivo. Hay muchos que hacen un mal
compromiso y la muerte termina imponiéndose. Al fin y al cabo, hacer buenos
compromisos es casi un arte político.
Es cierto que no hay nada más alejado del amor que la
política pero también es cierto que si queremos vivir sin sobresaltos, debemos
practicar una política personal, mediando permanentemente entre nuestros deseos
y nuestros deberes. Aristóteles recomendaba a sus oyentes (estuve a punto de
escribir pacientes) elevar sus deseos hacia los placeres que proporciona el
pensamiento pues el pensamiento -al anidar en las almas, y al ser las almas
eternas- tiene muchos menos límites que el cuerpo, de modo que el goce
espiritual puede ser mayor que aquellos que nos proporciona el cuerpo. Pero de
todas maneras, recomendaba Aristóteles, no hay que abandonar a nuestro cuerpo.
Sin ese cuerpo no podríamos pensar jamás. El problema central de toda ética,
desde Aristóteles hasta hoy, es como lograr una armonía entre lo que no debemos
y deseamos hacer y lo que debemos y no deseamos hacer.
No voy a citar esta vez a Diotima, la Cubana. Pero sí
citaré a alguien que nos es muy familiar: Mafalda, la del famoso Quino. Decía
una vez Mafalda: “El problema es que todas las cosas buenas de la vida tienen
un “pero”: son ilegales; son inmorales o engordan”.
Referencias:
Aristóteles Nikomachische Ethik, Reclam,
Sttutgart, 2004a
Aristóteles Topik, Reclam, Stuttgart 2004.
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