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jueves, 16 de junio de 2016

ANTAGONISMO Y POLARIDAD


Fernando Mires. Blog POLIS

Este artículo es un mini-estudio de geometría política

Comenzaré con una deducción con la cual he finalizado otros artículos. Esa deducción dice: el centro en la política no está en el medio. Con esto sugiero que la política, así como tiene su propia moral, no deducible de la moral religiosa o de la moral privada, también tiene su propia geometría.

Insistiré: ocupar el centro de la política no significa buscar una posición equidistante entre dos extremos, sino ocupar el espacio de la centralidad. Ese es también el espacio de la hegemonía, tanto con respecto al adversario como con otras fuerzas no adversas pero que representan opciones diferentes. La conclusión que de allí se desliza puede ser decisiva.

Ocupar el espacio de la centralidad política no lleva a eludir los antagonismos. Por el contrario, lleva a situarse en las zonas más conflictivas de lo político. Pues en la geometría política la zona de conflictos no se encuentra en los polos sino en los centros.

Entre el Polo Norte y el Polo Sur ─ para ejemplificarlo de modo (geo) gráfico ─ no hay conflicto. Solo hay – valga la redundancia ─ polaridad. Los conflictos atmosféricos tienden a darse en zonas intermedias (centrales) cuando los aires fríos chocan con los calientes y desde ahí surgen esos fenómenos tan poco simpáticos que todos conocemos: tormentas, tornados, huracanes.

En la política los fenómenos que la irrumpen no son demasiado diferentes. También allí los conflictos no se dan en las zonas polares (o extremas) sino en las zonas centrales.

Las zonas centrales, valga la reiteración, al ser lugares de antagonismo (choque de fuerzas enemigas o adversas) conforman la espacialidad particular de lo político. Pero esa centralidad, a diferencias con la geometría no-política, no ocupa un sitio pre-determinado. Son los propios antagonismos políticos los agentes que originan su centralidad, es decir, sus lugares de confrontación (y diálogo).

La conclusión es la siguiente: La polaridad en política no solo no es sinónimo de antagonismo. Sucede exactamente lo contrario. Mientras más polarizado un conflicto, menor será su proyección antagónica pues el antagonismo se da solo cuando existe la posibilidad de un choque entre dos fuerzas, pero no cuando ellas se encuentran alejadas unas de otras.

Polaridad, en efecto, supone distanciamiento. Antagonismo, en cambio, supone acercamiento y por lo mismo, confrontación.

No saber diferenciar entre polaridad y antagonismo puede llevar a cometer errores irreparables pues el lugar de la política es el del antagonismo, no el de la polaridad. Explicaremos esta afirmación a través de la descripción de una geometría política ya muy conocida. Me refiero a la del cuadrilátero español.

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Podríamos afirmar que la despolarización al llevar al antagonismo es condición ineludible para la práctica política. Dicho a la inversa, la política comienza a desaparecer cuando los antagonismos ceden lugar a la polarización.

Uno de los ejemplos más recurrentes que muestran hasta qué punto la polarización lleva a la destrucción de la plataforma política de una nación lo proporciona la Alemania pre-nazi.

En el hecho Hitler no solo polarizó a la geometría política alemana. En gran medida él fue el resultado de esa polarización. En un polo, el socialismo-nacional representado por los nazis. En el otro, el socialismo internacional representado por los comunistas. En el medio, pero (ojo) no en el centro, la socialdemocracia, más restos dispersos del antiguo liberalismo y del conservatismo monárquico.

Los comunistas tuvieron en sus manos las llaves de la salvación de Alemania. Si hubiesen pactado un frente común con los socialdemócratas habrían construido un centro político inexpugnable al avance del nazismo. Pero la abstrusa política “izquierdista” de Stalin lo impidió.

Hitler ascendió al poder gracias a la división de las izquierdas. Sobre ese punto ya casi no hay discusión. La deducción que se desprende de esa desgracia histórica es simple. Allí donde la política se transforma en pura polarización, termina la política. Eso significa que ninguna nación, aún la más democrática, está libre del peligro de la polarización. Lo vimos recientemente en el caso de una de las democracias más robustas del mundo, la norteamericana. Por muy pocos votos, los EE UU lograron salvarse del impulso polarizador que intentó imponer Donald Trump.

“Clinton-Trump, la elección más polarizada”, tituló El País cuyos redactores como los de casi todos los diarios del mundo desconocen la diferencia entre polaridad y antagonismo. El título correcto debería haber sido “la elección más antagónica”. Hubiera sido la más polarizada si los delegados demócratas hubiesen elegido como candidato al socialista Bernie Sanders. Afortunadamente, aunque por un margen muy estrecho, fue elegida Hillary Clinton. Con ello, tal vez sin darse cuenta, esos delegados demócratas salvaron al país de haber caído en las fosas profundas de la polarización.

Entre Sanders y Trump no había ninguna posibilidad de debate. Una confrontación entre ambos candidatos polares habría sido entre dos monólogos desprendidos el uno del otro. Peor todavía: si hubiera triunfado Sanders entre los demócratas, el triunfo de Trump ya estaría cien por ciento asegurado.

Por cierto, nadie puede decir que Hillary Clinton tiene el triunfo dentro de su cartera. Todo lo contrario, será muy difícil alcanzarlo frente a un candidato capaz de decir e incluso cometer cualquiera barbaridad si se trata de conseguir un par de votos.

La elección presidencial norteamericana será más existencial que nunca. Lo que está en juego es nada menos que la continuidad democrática de la nación. Será también una lucha entre la política antagónica representada por Clinton y la antipolítica polarizada representada por Trump.

Hillary tiene en sus manos la posibilidad de salvar la continuidad democrática.

Pese a su indiscutible sensibilidad social, Sanders era la persona menos apropiada para enfrentar a Trump. Bajo las condiciones polarizadas que habría impuesto su candidatura, no solo los republicanos más democráticos sino, además, los demócratas más conservadores, habrían corrido a buscar refugio bajo el liderazgo de Trump en contra del “socialismo” de Sanders. No ocurrirá así con Clinton.


Precisamente la posición no polarizada asumida por Hillary, le asegurará no solo los votos de los más radicales electores demócratas. Además, el de varios republicanos que ven en Trump un peligro para la estabilidad política de la nación y, por ende, de su propio partido. Si así sucede, la geometría del antagonismo, que es a la vez la geometría de la democracia, logrará imponerse frente a la geometría polarizada que representa la anti-política de Donald Trump. Frente a esa terrible posibilidad, todos los demócratas del mundo seremos “hyllaristas”

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