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sábado, 22 de febrero de 2014

En la cresta del mundo


Américo Martín. EL NUEVO HERALD

En Venezuela, en todo el país no sólo en Caracas, la Guardia Nacional y los “colectivos”, nombre bolivariano de los feroces fasci de Mussolini, pusieron una masacre en escena. El pasado jueves en la mañana, al escribir este artículo procedo a registrar esa obra macabra. Alentados por el aullido de sus motocicletas, sedientos de sangre, han aterrorizado a la población, invadieron casas, mataron inocentes. En la Alemania nazi actuaban, para idéntico propósito, las Shutztaffen (SS), grupos de terror en la Noche de los Cuchillos Largos. Por eso y por la alianza que Alemania e Italia configuraron se habló del nazi-fascismo, un sistema dotado de grupos feroces para atormentar disidencias. Es lo que hemos visto durante varios días en la por muchas razones atormentada Venezuela. El fascismo es eso y no otra cosa.

Que los autores de la desgracia de sangre de su propio país llamen fascistas a los valientes estudiantes y a la oposición es un desprecio al sentido común. Los “fascistas” perseguidos por el gobierno bolivariano, no hacen sino manifestar pacíficamente contra la represión. No tienen fasci. No tienen shutztaffen. No tienen armas. No tienen “colectivos”. El gobierno sí que los tiene, los ampara y los trata como héroes.

Ucrania y Venezuela disputan el primer lugar en las noticias del mundo. La violación masiva de derechos humanos y la inaudita destrucción del pluralismo democrático y la concentración del poder en el puño de la autocracia, suelen gozar de mucha prensa.

Leopoldo López, han dicho el presidente y el canciller venezolanos, es un conspirador fascista nacional… e internacional.

¿Internacional? A juicio del poder la solidaridad y sorpresa que la represión contra los estudiantes venezolanos ha levantado en el mundo, sería la prueba del complot. Todos los que se horrorizan con la cacería humana desatada por los llamados “colectivos” del gobierno serían automáticamente conspiradores fascistas.

Maduro vive un drama. Le han dejado en la mano una responsabilidad cuyos mecanismos interiores no puede descifrar. Los acontecimientos, con sus retos indescifrables, no le dan tregua. Y el caso es que su temperamento es su enemigo. No está hecho para la situación. No es el hombre de las dificultades sino la dificultad hecha hombre.

A golpes de realidad ha ido entreviendo la catástrofe que lo amenaza. Tiene miedo y se comprende. Debe detener y no sabe cómo, el deslizamiento incesante hacia el fondo oscuro del abismo. El gambito del estólido diálogo, por insincero, no pudo detener la tempestad. Es carne para lobos. Diosdado, atemorizado por los contactos de Maduro con la oposición, gritó: ¡nada de diálogo con la ultraderecha fascista! El otro no pudo responder. Sin embargo, el fundamentalismo cree cada vez más que en sus manos no se sostiene el “legado” del endiosado comandante.

Como no puede acallar las pacíficas y justificadas protestas, insulta y reprime. Agrede y escarnece lo que no entiende. La libertad de prensa sería a su modesto entendimiento la culpable de la crisis económica, el volcánico desborde de la criminalidad, la inflación, la desinversión y las protestas populares.

Arremeter contra medios y periodistas y suscitar la cólera de la juventud y el pueblo solo puede ser la manifestación endemoniada de una infinita desesperación, un temor rayano en el horror. El ordenamiento jurídico interamericano y la opinión pública lo observan en esta hora de derecho humanitario y sistemas jurídicos internacionales que si bien ineficientes, si bien lentos, cuando se activan aplastan.

En su impotencia, el hombre se refugia en la amenaza y el insulto. ¿Por qué esos malditos estudiantes no lo quieren? ¿Por qué tienen tanto prestigio interno e internacional? Descansa en la ilusión de que sean “hijos de papá” que con el ruido de sus motorizados sedientos de sangre, correrán a sus hogares. ¡Pero dale con ellos! No se cansan. No se asustan. Más bien vuelven una y otra vez a la carga, más dispuestos al sacrificio. Maduro no conoce la historia de Venezuela. Ha olvidado la infinita capacidad de resistencia de que pueden hacer gala. Más aún, no conoce la historia de América, desde que los estudiantes ─ en la segunda década del siglo XX ─ reformaron a fondo los criterios de la enseñanza y se convirtieron en la vanguardia luminosa de la democracia.

El repertorio conceptual de Maduro y Diosdado parece desoladoramente precario. Los estudiantes no siempre tienen razón, por supuesto, pero ni sus asustados enemigos habían dicho que fueran oligarcas o mercenarios. No sé si el régimen se impondrá a sangre y fuego o retrocederá. Pero incapaz de entender que su deplorable gestión es determinante de las protestas, vomita insultos contra quienes se destacan. López, Capriles, Ledezma, la MUD.

Cómica su forma de administrarlos. Desde llamarlos “derechistas” hasta arrastrarse por el suelo balbuciendo: “fascistas”, “ultraderechistas” “apátridas”, “apóstatas”. La última fue decir que son “nazi-fascistas”. ¡Tómate un Lexotanil, hombre!

La fuente de la cultura de Maduro y Diosdado pareciera emanar de los crucigramas. Juraría que jamás han leído un libro completo. ¿Para qué si llevan ilustrativas solapas?

Ahora me dirijo a quienes quieren una Venezuela pacífica, amable, tolerante, con el más alto nivel de vida de Latinoamérica, moneda estable, seguridad en las calles, empleo, democracia y libertad, sin la amenaza ominosa de las botas claveteadas y los “colectivos”, inhumanos hasta la insolencia.

La Venezuela del afecto y el futuro. La América de los estudiantes saludados por Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors, Jiménez de Asúa, Manuel González Prada, Vasconcelos, José Ingenieros y José Enrique Rodó, como la vanguardia, de la vanguardia, de la vanguardia de la adolorida democracia.

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