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miércoles, 18 de diciembre de 2013

España predica democracia en calzoncillos


Miriam Celaya. CUBANET

Hay quienes insisten en denigrarnos basándose en la longevidad de la dictadura de los Castro y nuestra supuesta incapacidad para liberarnos de ese yugo.

Llama la atención que, nuestros más contumaces críticos suelen ser españoles, signo que demuestra no solo una pobre memoria histórica, sino también la persistencia de esa controvertida relación del tipo “te odio, mi amor” entre Cuba y España, nacida desde siglos pasados entre una pequeña colonia capaz de prosperar y generar grandes riquezas gracias al tesón, al talento y al trabajo de los cubanos, y una decadente metrópoli que ─ pese a que un día llegó a poseer un imperio “sobre el cual no se ponía el sol” – nunca dejó de ser una de las más pobres y atrasadas de Europa, arrastre que permanece hasta hoy.

Quizás la pérdida de Cuba en 1898, que marcó el fin del otrora grandioso imperio, y en cuya obstinada defensa España derrochó muchos más recursos y jóvenes vidas españolas que en las demás guerras de independencia de Hispanoamérica, quedó marcada en su psiquis nacional como el naufragio del último baluarte del signo ibérico de este lado del Atlántico y el golpe de gracia a su orgullo, definitivamente vencido con la intervención de una nación que siempre valoró más el trabajo, los avances tecnológicos y la prosperidad que los títulos nobiliarios, los blasones y los escudos de armas: Estados Unidos.

Desde luego, la incapacidad política de la corona española de aquellos tiempos no es atribuible a su pueblo. Tampoco son reflejo de algún tipo de limitación o minusvalía de los españoles los largos años de dictadura franquista, con su cuota de represión, persecuciones a los disidentes, fusilamientos, censura de prensa, culto a la personalidad de un líder con supuestas dotes extraordinarias, y todos los demás ingredientes propios de los regímenes dictatoriales de cualquier color ideológico, que terminaron solo tras la muerte natural del caudillo.

La  pérdida de la vida de decenas de miles de españoles por masacres o por ejecuciones, los encarcelamientos y el éxodo, fueron la marca inicial de la dictadura.

En las décadas siguientes la emigración permanente se acercaría al millón de individuos, cuyas remesas familiares significaron, junto a la entrada del capital extranjero y el turismo, factores esenciales para el crecimiento económico de España a partir de los 60’, con beneficios que también tributaron riquezas al poder dictatorial. Cualquier parecido con la realidad cubana actual no es pura coincidencia.

Son muchas más las similitudes que las diferencias entre los procesos dictatoriales de ambas naciones y los padecimientos de sus pueblos, que las diferencias por consideraciones personales. Por estas razones resulta tanto más inverosímil el desprecio de ciertos españoles por los cubanos, y más inexplicable su imaginaria superioridad cívica o moral.

Complicidad con el régimen

Quizás sería más coherente que esos detractores que actualmente pretenden dictar cátedra sobre democracia a los cubanos, que se dirigen a nosotros con ofensiva condescendencia y hasta pretenden instruirnos sobre lo que debemos hacer para derrocar el poder de los Castro, se encargaran de fustigar a los empresarios españoles que invierten sus capitales en Cuba, apoyando con ello el sostenimiento de la dictadura y la explotación de los asalariados cubanos, y burlando los esfuerzos y sacrificios de varias generaciones de opositores y las aspiraciones democráticas de la mayoría.

De paso, aprovechando las oportunidades que ofrece la democracia, podrían pedir cuentas también a muchos de sus políticos, cuya tolerancia, e incluso complicidad con el régimen de la Isla, los ha llevado a allanar y aupar el camino de los sátrapas verde-olivo en importantes espacios  internacionales. Porque ningún español que se reconozca a sí mismo como individuo libre debería callar o aceptar connivencias con una dictadura. Los españoles menos que nadie, ya que tuvieron que pagar un altísimo costo por las libertades de las que gozan hoy, y porque saben que bajo el franquismo ni siquiera hubiese sido posible un movimiento de “indignados”.

Puede que a los cubanos nos reste mucho por aprender en materia de civismo y democracia, pero recuerden los iberos intransigentes que se sientan tentados a juzgar, que no es digno de una nación orgullosa predicar en calzoncillos.

A propósito de un comentario publicado en Cubanet (3/12/2013) a un artículo de Mario J. Viera (A propósito de algunas gilipolladas)

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