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sábado, 28 de septiembre de 2013

La opinión de un republicano: Una derrota para cambiar de rumbo


Vicente Echerri. EL NUEVO HERALD

Hay grandes probabilidades de que el gobierno federal cese de funcionar el próximo 1 de octubre, si antes ambas cámaras del Congreso no llegan a algún acuerdo constructivo que lo impida. Como los republicanos que controlan la Cámara de Representantes han puesto como condición para transarse dejar sin fondos la Ley de la Atención Médica Asequible (conocida popularmente por Obamacare) y el Presidente ha prometido vetar cualquier proyecto de ley que respalde ese despojo, las posibilidades de arreglo antes del martes son escasas.

Independientemente de la catástrofe económica que puede provocar tal cierre (aunque sea parcial, pues muchos empleados públicos seguirán trabajando), peor ha de ser la crisis política que de ello surja y que va a afectar, en primer lugar, al Partido Republicano, al que gran parte de la ciudadanía responsabilizará por los estragos y al que acusarán, con toda razón, de soberbia y de malicia. El senador John McCain ─ cuyo patriotismo e ideología conservadora no son cuestionables ─ dijo este viernes que, en las tres décadas que lleva de senador, nunca había presenciado tal disfunción en el Congreso y, refiriéndose a sus compañeros de partido, agregó: “Estamos dividiendo al Partido Republicano más que atacar a los demócratas”.

La posición de los neo-republicanos en el Congreso ─ sobre todo los que responden a la línea ideológica del Tea Party, grupo de filoanarquistas que han llegado a controlar grandes segmentos del partido ─ es francamente vergonzosa: en su afán de demonizar y de cargarse al Presidente están dispuestos a pasar por encima de los intereses de la nación. Ya lo han hecho en el ámbito internacional con el creciente aislacionismo que quieren imponerle a la política exterior norteamericana; y ahora extreman su encono en el terreno de la política nacional, encono al que le suman una buena dosis de torpeza y de ignorancia, llamémosle rural.

Creo que el Presidente – por quien yo no voté y que no me resulta personalmente grato ─ se mantendrá en sus trece y no cederá ante la bravata de estos extremistas endomingados, cuya pequeñez de miras espero sea debidamente castigada por los votantes en las elecciones parciales del año próximo. Espero también que aparezca alguien, o algunos líderes o ideólogos republicanos, con la inteligencia y la fuerza suficientes para rescatar a un gran partido de las manos de estos analfabetos; gente con la lucidez y la cultura necesarias para reorientar el partido por los rumbos de un auténtico conservadurismo del que andamos tan huérfanos en este país.

La responsabilidad social, el orden público y el arbitraje del Estado han sido siempre énfasis de una política conservadora. Son los liberales, precisamente, los que han creído en que al mercado le basta regirse por sus propias leyes, del mismo modo que es una herencia liberal el individualismo a ultranza, donde nadie parece tener más juez ni referente que el de su propia conciencia.

Si nociva resulta la hipertrofia de la maquinaria estatal, típica de las sociedades socialistas y socialdemócratas, que generan esas gigantescas nóminas de burócratas; peligroso para la existencia misma de la nación es descarnar al Estado, y a las instituciones que lo administran, hasta el punto de dejarlo en los huesos mondos, sin fuerza para cumplir una agenda gubernativa.

Los fanáticos que ahora mismo se atrincheran en el Congreso han caído en la tentación de inmovilizar el gobierno ─ que es casi como derrocarlo – y eso constituye una agresión contra todos nosotros, contra nuestra manera de vivir. Espero que el éxito momentáneo que puedan tener en ese intento lo paguen con creces en la próxima cita electoral y que esa humillación le sirva al Partido Republicano para retomar el rumbo perdido, acaso de mano de las viejas élites conservadoras que alguna vez lo dirigieron.

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