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lunes, 23 de septiembre de 2013

Chepe


Luis Cino Álvarez. CUBANET

Conocí a Oscar Espinosa Chepe en el año 2002, en casa del poeta y periodista independiente Ricardo González Alfonso, un sitio idóneo para entablar amistades buenas y duraderas.

Entre sueños y sobresaltos, trabajábamos en la revista De Cuba. Recuerdo que la primera colaboración que Chepe nos envió para la revista se titulaba “Esplendor y ocaso del azúcar en Cuba”.    Unos meses después, Chepe fue uno de los 75 presos de la ola represiva de la primavera de 2003.

En contraste con sus artículos sobre economía, que  siempre me ha parecido un tema bastante árido y difícil, conversar con Chepe resultaba muy ameno. Incluso cuando hablaba de  economía. Uno nunca se quedaba con dudas sobre el asunto que se discutiera, por muy complejo que fuese y muchas cifras que implicara.

Chepe solía referir episodios de cuando muy joven, en su natal Cienfuegos, se enroló en la lucha contra la dictadura de Batista; o cuando por atreverse a contradecir los disparates antieconómicos del Máximo Líder, le impusieron como castigo recoger guano de murciélago en una cueva y contrajo una infección que casi le cuesta la vida.

Fue ahí donde empezaron sus desencantos con la revolución por la que un día estuvo dispuesto a ofrendar la vida. Pero Chepe refería su desencanto sin rencores. Ni siquiera la cárcel logró cambiar su carácter de hombre noble y generoso. Como diría el poeta: “En el mejor sentido de la palabra, bueno.”

Pero lo mejor era cuando Chepe contaba anécdotas de sus viajes  por los países socialistas de Europa Oriental. Especialmente de Yugoslavia.  Gracias a Chepe y a su esposa Miriam Leiva, buenos conocedores del tema donde los hubiese, logré comprender, más allá de las interesadas manipulaciones del periódico Granma,  los entresijos de los conflictos entre serbios, bosnios, croatas y kosovares y la desintegración de aquella  cárcel de naciones creada artificialmente por el mariscal Tito.

Me place evocar a Chepe, amable, buen conversador, amante de los perros y la música de Sinatra, en la sala abarrotada de libros de su pequeñísimo apartamento en Playa. Siempre lo recordaré así.

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