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domingo, 30 de junio de 2013

Estambul, sí; Rio, sí… ¿Por qué todavía no, en Caracas y en La Habana?


Mario J. Viera

Hay muchos que se interrogan el por qué se han producido protestas masivas en Estambul y en Río de Janeiro, en tanto que en Caracas y en La Habana, donde existen mayores razones para el estallido de una protesta popular, estas no se han producido  de manera masiva y consistente. Tal vez muchos culpen la aparente falta de combatividad de cubanos y venezolanos a una carencia de civilismo, a un estado de apatía y desidia generalizado, e, incluso, a la cobardía social.

Quizá esto sea cierto, pero solo en parte y solo dentro de determinadas condicionantes.

Henrique Capriles ve una gran diferencia entre las posiciones del gobierno brasileño y las del gobierno de Venezuela. Según el líder opositor venezolano: "Brasil tiene una presidencia que reconoce a la oposición pero en (Venezuela) la protesta universitaria por ejemplo ha tenido como respuesta el desconocimiento a los profesores, a los estudiantes y tildarlos de conspiradores".

Esto también es cierto pero solo dentro de un marco específico de la realidad y solo en parte.

Fernando Mires analizando la razón de que en Venezuela no se haya realizado una fuerte protesta masiva, la encuentra en la condición estatista del chavismo; es decir  en “un proceso de toma del poder, pero no por una clase social externa al estado, sino por un partido identificado cien por ciento con el estado” lo que dicho con otras palabras: “se trata de un proceso de doble toma de poder. Por una parte, la toma del estado por el gobierno. Por otra, la toma de la sociedad por el estado”.

Este criterio puede aplicarse al régimen castrista; primero los rebeldes de la Sierra Maestra tomaron el gobierno y acto seguido, asaltaron el Estado. La llamada Revolución Cubana tuvo como objetivo la estatización de toda la vida social del país, primero suprimiendo el Congreso cuando le dio la capacidad legislativa a la junta de gobierno que estableciera, posteriormente el asalto al poder económico colocando toda la economía bajo el imperio y las directrices del Estado para continuar suspendiendo el ejercicio electoral e impulsar la creación de un Partido de gobierno desde el propio Estado.

No se equivocó Mires cuando afirmó que “ahí donde crece el estado no nace la sociedad”. El estatismo conduce inevitablemente al totalitarismo y los grupos sociales se masifican en un ente colectivo, irresponsable e ignorante. Ese fue el trabajo sistemático de Fidel Castro durante su liderazgo al frente de su gobierno usurpador: colocar a toda la sociedad bajo la hegemonía del poder estatal y ejercer la represión selectiva para acallar cualquier tipo de protesta o expresión de malestar. El castrismo logró, lo que intenta alcanzar el chavismo, “quebrar la columna vertebral de la sociedad” de tal modo que se hiciera prácticamente imposible “una comunicación de tipo horizontal entre diversas organizaciones sociales”. Quien no comprenda este acierto posee una ignorancia supina de la sociología más elemental.

Como dijera recientemente Henrique Capriles: “La protesta tiene que ser expresión del pueblo, sobre la base de problemas concretos”. Como bien señalara Gustave Lebon en “Psicología de las revoluciones”: “La masa constituye un ser amorfo que no puede hacer nada y no hará nada sin una cabeza que la conduzca”.   Para que se inicie una protesta se requiere la conducción de las multitudes por agitadores decididos, que tomando como consigna un problema concreto de la sociedad inciten a una acción resuelta por parte de la población. Pero para lograr esa respuesta hay que vencer al miedo latente en las poblaciones sometidas a regímenes policiacos. El miedo se vence con el ejemplo, con la obstinación casi suicida de activistas decididos. Ningún movimiento de protesta es espontáneo, requiere de todo un proceso previo de preparación y concientización.

En Brasil, en Turquía no existe un estado policiaco; el gobierno no es todo el estado y existe la separación de poderes. Donde el gobierno es el que legisla y al mismo tiempo domina y controla los poderes judiciales, iniciar una protesta masiva es un acto de suprema desesperación. Todo el poder del Estado contra la población. Si a esto agregamos, como sucede en Cuba bajo el castrismo, que no existen fuertes y bien estructuradas organizaciones de la sociedad civil, donde las organizaciones sociales, como los sindicatos y las organizaciones estudiantiles están bajo el poder del gobierno-estado, donde no existen partidos legalizados de la oposición, donde los medios de comunicación masivas están bajo el poder monopólico de los órganos del estado, la movilización de las multitudes se convierte en prácticamente irrealizable.

Existe descontento en Cuba, como existe en Venezuela; pero el descontento para que impulse a la acción desesperada de las protestas masivas tiene que ser, como dijera Lebon, universal y excesivo, requiriéndose “la continua o repetida acción de dirigentes”. En Venezuela, aún el descontento no se ha hecho universal, aunque existen activistas opositores que cuenta con más o menos capacidad de activismo. En Cuba, el descontento se está haciendo universal, pero los líderes que pudieran canalizar de modo efectivo ese descontento están ostensiblemente limitados por el control policiaco.

Pretender desde el exilio una rebelión en Cuba que asalte la Plaza de la Revolución como si fuera la Plaza Tahrir en el Cairo es no tener la menor idea sobre la dinámica social. Algún discrepante que hace de la discrepancia un oficio, lanzará rayos olímpicos sobre el pueblo cubano, exigiéndole acción frontal contra el régimen y acusándole de complicidad con sus tiranos. Desde el exilio no tenemos la moral para exigirle a los que están en la isla la comisión de actos desesperados. Muchos nos enfrentamos al régimen pero abandonamos el país para acogernos al exilio. Lo que no pudimos o no fuimos capaces de hacer en Cuba no debemos exigirlo para que de manera espontánea La Habana se convulsione en una serie de protestas callejeras que desestabilicen al gobierno.

Nuestra labor desde el exilio es denunciar los crímenes de la dictadura, buscar apoyo para el movimiento opositor dentro de Cuba y apoyar sin exclusiones a sus activistas, sin imponerles directivas.

Ya muchos en Cuba manifiestan su descontento, todavía de manera tímida, pero actuando en la pasividad. Muchos cubanos ya no participan en los simulacros electorales del régimen o van al colegio electoral y anulan la boleta o la entregan en blanco. Las elecciones son también, como ha dicho Mires, otro modo de protestar. Muchos activistas de derechos humanos y de la oposición ya se atreven a salir a las calles y hacer protestas enfrentando a los represores y sin el apoyo inmediato de la ciudadanía que, no obstante, con su silencio manifiesta su apoyo a los valerosos activistas.

El descontento crece en Venezuela; el descontento es ya enorme en Cuba, solo falta el momento propicio, la oportunidad de un instante, para que tanto en La Habana como en Caracas las plazas públicas y las calles se conviertan en un hervidero de furiosas protestas reclamando la caída de un gobierno incompetente, corrupto y represor.

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