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viernes, 1 de marzo de 2013

El narcisismo de los dictadores


Francisco Rivero Valera

El culto a la personalidad es la veneración extrema hacia una persona carismática. Y   puede llegar a la adoración y a dimensiones religiosas.

Desde que fue editado por el socialista Nikita Kruschev en su discurso para el congreso ruso del Partido Comunista en 1956, paradójicamente dirigido al dictador José Stalin, ha sido un concepto usado siempre en forma peyorativa. Thompson. Taubman.

Pero, lo más impresionante del culto a la personalidad son las graves consecuencias de su triple impacto y de su final devastador: ocasiona trastornos de la personalidad del líder, haciendo patológico su narcisismo. Incentiva el culto por el poder de tal manera que  se cree privilegiado por 3 carismas: imprescindible, iluminado y divino. O sea, un dios inmortal de carne y hueso. Y ungido para instalar una dictadura.

Por eso, el comportamiento de la gente que recibe culto a la personalidad y los dictadores es idéntico. Son adictos al poder, grandes manipuladores, irresponsables y narcisistas.

Como adictos al poder utilizan cualquier medio psicológico, físico o social, para garantizar la continuidad indefinida de sus gobiernos. Pero, como manipuladores usan su imagen para hacer creer que la patria o la institución y el dictador son lo mismo. O sea, si el dictador deja de gobernar, la patria sería ingobernable. Si el Führer es amenazado, la patria sería amenazada. Y son irresponsables al inducir la conmutación de la responsabilidad de los problemas para que sea atribuida a la conspiración interna o externa del enemigo común, y nunca al líder.

Sin embargo, el narcisismo en los dictadores es de especial trascendencia: alcanza niveles tan psicopatológicos que puede llegar a ser manía, al bautizar con sus nombres e ideología los edificios públicos, escuelas, empresas, calles, mercados y demás, como los topónimos de Lenin, e impregnar las instituciones públicas y medios de comunicación, con sus fotografías y propaganda política. Por eso, la manipulación ideológica es  orientada para que sea vista, no como una exposición electiva de ideas sino como una confrontación inminente entre un hipotético enemigo común, interno o externo, y la patria, que necesita de la participación imprescindible del dictador, para vencer o morir.

En consecuencia, en ese dramático escenario del narcisismo por culto a la personalidad, todo disidente es considerado traidor a la patria, por ser crítico del dictador, y merecedor de represión por decreto, y no por jurisprudencia.

No obstante, a través de la historia se ha visto que si el comportamiento de los dictadores es similar, el final también es idéntico, con la ruina del país, la confrontación bélica interna o externa, y la muerte, trágica o natural, del Führer. Verbigracia: Adolf Hitler en Alemania, Benito Mussolini en Italia, Muhammad Gadafi en Libia, Nicolae Ceausescu en Rumania, Alfredo Stroessner de Paraguay y cientos de dictadores pasados, muertos y olvidados, y solo inscritos en la historia triste y negra de muchos países. Rev. Forbes.

Pero, el verdadero desiderátum comienza con el deceso inevitable del líder. Sigue hacia el desmantelamiento de todos los signos de su narcisismo, con la eliminación de fotografías y propaganda política de las escuelas y nombres de edificios. Y continúa con la libertad de la disidencia  y el largo renacimiento de las instituciones del nuevo país.

Y es que, afortunadamente, en palabras de mi pueblo: no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista.

Amén.

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