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sábado, 23 de marzo de 2013

Aquellos reporteros


Roberto Casín. EL NUEVO HERALD

Ya no podrán encubrirse con la tecnología, y decir que los periódicos han ido en picada porque la modernidad, Internet y el aluvión electrónico que nos intimida los ha tirado por la borda. Durante años esa ha sido la excusa, como lo ha sido también la profana idea echada a rodar por los gurús de la “comunicación social” de que a la gente no le interesa ya leer las noticias porque las ve en la computadora o el televisor.

Acaba de sacarlo a la luz un minucioso estudio hecho por el centro de investigaciones Pew, según el cual el 31 por ciento de los adultos en Estados Unidos ha dejado de recurrir a los medios de prensa porque estos ya no les proporcionan las noticias que estaban acostumbrados a recibir. De acuerdo con el informe, año tras año de recortes en las redacciones han dado como resultado una baja en la calidad informativa de periódicos, impresos y digitales, y también de la televisión.

Ahí lo tienen. Los sepultureros del buen periodismo están dentro, no fuera. Las causas externas han sido sólo un pretexto para que en las redacciones, en vez de profesionales, se paseen los mamelucos que han hecho de la información un asunto de mera mercadería. Lo he visto con mis propios ojos. Periodistas de puntería mal pagados, subestimados porque pecan de saber lo que se traen entre manos, que huelen cuando una noticia debe ir en minúscula o mayúscula, que aprendieron el oficio entre viejos sabuesos y no en aulas donde lo que se enseña es mercadeo. Al otro lado de la medalla, ejecutivos que no tienen ni la menor idea de cómo se sazona un artículo o qué cosa es una crónica, que no saben titular una plana en buen español ─ a duras penas en espanglish ─, que no reconocen lectores sino audiencias y les importa más lo frívolo que lo trascendente.

En los últimos años los periódicos se han convertido en gacetillas donde las noticias se publican en el espacio que deja la publicidad, y los reportajes de fondo han sido echados a un lado para dar paso a notas sobre la farándula, los deportes, el estado del tiempo, la bisutería social, los escándalos… Lo peor es que se ha ido imponiendo en las decisiones editoriales la destemplada opinión de que todo el público es bruto, indolente, materialista y masivo, inclinado a lo superfluo y lo vulgar. El estudio de Pew cita, por ejemplo, que durante la última campaña electoral los periodistas fueron más “altavoces” de los candidatos que reporteros a cargo de investigar los temas de relevancia para la ciudadanía.

Ya lo dije en uno de estos Vistazos. Que iban quedando menos periódicos de los de antes, donde la lupa política sólo la empuñaban los editorialistas, los fotógrafos de plana conseguían hacer con una sola imagen lo que sus colegas de buró a duras penas lograban con cien palabras, los reporteros de infantería tentaban el peligro y no la politiquería, los editores respetaban las reglas básicas del idioma y del oficio, los jefes de redacción eran los gatos más escaldados, y los directores habían escrito al menos una columna en su vida que valiera la pena.

Las consecuencias han sido patéticas: revistas legendarias como Newsweek desaparecidas de los quioscos, periódicos reducidos a folletines publicitarios, presentadores de noticias en la tele que más nos valdría que anunciaran champú o pasta de dientes. Pero el daño peor ha sido que la mayoría de los medios de prensa se han banalizado tanto que hasta desdeñan su propio asunto: informar, educar y darle luz al entendimiento. Lo mejor del estudio de marras, y eso se lo debemos a Pew, es que al menos les corta la lengua a los chupatintas que hoy señorean en las redacciones y que se llenan la boca para profesar que existe un nuevo periodismo, que hay un nuevo modelo de negocio, que las viejas reglas del oficio ya no funcionan, y que los que llevamos cuatro décadas dándole espuelas al potro no sabemos nada de caballos.

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