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lunes, 15 de octubre de 2012

La risa de Biden


Alejandro Armengol. EL NUEVO HERALD

La buena noticia es que a partir del primer debate presidencial la campaña republicana ha girado hacia el centro. La mala es no ser lo suficiente tonto para creerlo.

Hasta hace pocas semanas parecía que el extremismo del Tea Party llevaba la voz cantante entre los republicanos. El largo proceso de selección en las primarias nos había acostumbrado a un candidato luchando por demostrar que era más reaccionario que sus contrarios. La elección del congresista Paul Ryan indicaba sin lugar a duda que la intransigencia fiscal y el auge por privatizar la seguridad social y convertir al Medicare en un sistema de vales, como los que en otra época otorgaban los patrones a sus empleados, era la palabra de orden. La presencia del sheriff Joe Arpaio, paseándose como invitado de honor en la convención republicana en Tampa, un recuerdo palpable de que el candidato Mitt Romney había declarado que deseaba extender las medidas anti-inmigrantes de Arizona para toda la nación.

Pero ahora parece que no. Todo aquello que presenciamos por largos meses ha quedado atrás. ¿Estamos ante otro Romney? ¿Ante otro Ryan? ¿Cuáles son los verdaderos, los anteriores o estos? Y todavía algunos se quejan de que el vicepresidente Joe Biden se riera tanto durante el debate.

Es lógico que ocurran cambios de táctica electoral entre las campañas primarias y presidenciales. Durante la selección de su candidato, el campo republicano no solo estuvo tratando de demostrar las calificaciones de un futuro luchador, sino también puso a prueba la capacidad de resistencia de un contendiente. Por su parte, el presidente Barack Obama contó con la ventaja de no tener un contrincante dentro de su partido, pero eso al mismo tiempo lo alejó de un necesario fogueo e influyó en que adoptara una falsa confianza, una actitud distante y un tono catedrático que han resultado fatales según las encuestas electorales. La lid actual es una carrera de obstáculos, y era de esperar que el Presidente encontrara todos los disponibles en el arsenal republicano.

Ahora bien, lo que viene haciendo Romney una y otra vez, ahora con el apoyo y el eco de su consorte Ryan, es cambiar el discurso, lo adapta a las circunstancias, de acuerdo a la audiencia presente y al momento. Nada nuevo en ese político, que desde la anterior campaña ha sido catalogado reiteradamente como un camaleón. En Cuba, sencillamente le dirían que es un oportunista.

¿Qué es o era un oportunista en el argot cubano? Pues sencillamente una persona con un cargo, o que aspiraba a tenerlo, que cuando le preguntaban o se quejaban por la calidad de los frijoles respondía que lo importante era la comida de los niños, los “gloriosos” militares que guardaban las fronteras y defendían a la patria de una “agresión imperialista”.

Romney se pasa la vida yéndose por las ramas, mintiendo, expresando medias verdades o tres cuartos mentiras y hasta el momento nadie le ha dicho la verdad a la cara: que es un mentiroso.

La lógica indica que el decir tantas mentiras, sacar tantos números de la chistera, distorsionar innumerables datos y fundamentar su discurso en clichés debe ser razón más que suficiente para descalificarlo en una elección presidencial. No es así. Vivimos en la “sociedad del espectáculo”, término acuñado por Guy Debord, y para el espectáculo la pregunta de si es real carece de sentido. El triunfo de Romney en el primer debate no fue por lo que dijo sino como lo dijo: logró comunicar la apariencia presidencial, él también podría ser presidente de Estados Unidos, o mejor dicho, representar ese papel.

Ese juego de apariencias no es algo limitado al actual candidato republicano. Es parte de una tergiversación en la sociedad actual que no hace más que intensificarse.

Hubo un momento en el debate vicepresidencial que se hizo claro una diferencia de enfoques que va más allá de una simple posición política. Al ser cuestionados sobre el aborto los contendientes, ambos católicos, expresaron que estaban en contra. Ahora bien, en el vínculo entre creencia personal, posición política y respuesta para ganar una elección es que se vio clara la diferencia entre ellos.

Mientras Biden fue simple y contundente, al expresar que no trataría de imponer a otras personas sus principios y creencias, Ryan se dedicó a repetir lo mismo que había expresado días antes Romney: que no era parte de su agenda cambiar la actual legislación sobre el aborto, pero que al mismo tiempo su gobierno sólo elegiría candidatos a magistrados para el Supremo que fueran “pro-vida”. Es decir, trató tanto de mostrar una imagen moderada como de quedar bien con esa base de votantes fanáticos a la que debe su cargo.

Así que no hay duda que la plataforma electoral republicana ha cambiado. Del fanatismo vocinglero ha pasado a otro más hipócrita y solapado.

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