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miércoles, 10 de octubre de 2012

La bajeza del bravucón


Sergio Muñoz Bata
No contento con darle un repaso a su letárgico oponente, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Willard Mittford Romney, la agarró contra España durante el primer debate presidencial. Con escalofriante frialdad e indiferente ante las posibles consecuencias que sus impertinentes siete palabras podrían tener en el futuro financiero inmediato de España, Romney le clavó una puya inmerecida.

Con justa razón, los españoles han interpretado el ofensivo comentario de Romney como un acto hostil que podría dañar la imagen de España en el mundo. “Una buena parte del margen que España tiene para salir de sus crisis depende de su imagen en el exterior”, ha escrito el corresponsal de El País en Washington, en su reseña sobre el debate. Para mi, la gratuita agresión de Romney a España es como tirarle una patada a alguien que está en el piso después de haber recibido una golpiza.

El golpe bajo de Romney para nada desentona con sus antecedentes de prepotente, bravucón y pendenciero. Quienes le conocieron de joven cuentan que en la escuela secundaria a Romney le gustaba dar este tipo de golpes arteros. En un artículo publicado por el Washington Post, algunos de sus compañeros relataron como se divertía hostigando a un compañero gay o como se desternilló de risa después de conducir a un maestro ciego a que se estrellara contra una puerta cerrada. También contaron que en una ocasión encabezó a una pandilla de “niños bien” para aterrorizar y rapar a un joven que tuvo la osadía de teñirse el pelo. “Bromas de adolescente”, dijo Romney entre carcajadas, cuando en una entrevista le preguntaron si eran ciertas las acusaciones.

Otra posible explicación del ataque de Romney a España podría ser que su nivel de tolerancia de hacia las personas y los países que sufren un descalabro económico es mínimo. A Romney y sus amigos les gusta fanfarronear sobre su riqueza: aparte de sus miles de millones de dólares, Romney tiene seis caserones en Estados Unidos y casi el mismo número de Cadillacs, Mustangs y Dodges. Entre las diversiones de la familia Romney está practicar el Dressage, con sus caballos pura raza y ver partidos de fútbol americano desde lujosos palcos en estadios deportivos.

A Romney los pobres no le preocupan, al menos eso fue lo que le dijo a una periodista de CNN. Tampoco le interesa “ese 47% de los ciudadanos que”, según dijo en una entrevista hecha pública por la revista Mother Jones, “van a votar por el Presidente… que dependen del gobierno, que se creen victimados, que piensan que el gobierno tiene la obligación de cuidar de ellos, que creen que tienen derecho a que el gobierno pague por el cuidado de su salud y les dé casa, comida y sustento. A ese 47% que no paga impuestos…Nunca podré convencerlos de que se hagan responsables de sus actos y de sus vidas”. Simple y sencillamente, Romney desprecia a la gente que no es como él y sus amigos.

Otra manera de interpretar el palo a España sería que Romney se valió de la crisis española para acusar a Obama de pretender implantar un fallido modelo económico de tipo europeo en Estados Unidos. Para la derecha estadounidense en Europa no hay diferencias de fondo entre los distintos países porque en materia económica en todos predomina el “estado de bienestar”.

Sigo pensando que el peso de los debates es relativo y que en esta elección será casi nulo. Creo que los campos ya han sido delimitados y que la inmensa mayoría de los votantes ya decidió por quien va a votar. Solo espero que voten por el candidato que ha apostado su carrera política al lado de los 30 millones de personas que podrán contar con un seguro de salud si logra su reelección, por los millones de jóvenes que serían amparados por el seguro médico de sus padres y por los enfermos crónicos que no podrán ser excluidos por las aseguradoras.

Quienes conocemos la historia sabemos que el efecto negativo de las bajezas de Romney a España apenas si hará mella en una historia que se mide en centurias. La grandeza de España no se desvanece ante una crisis económica temporal ni se disminuye por los golpes bajos de un político oportunista.

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