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martes, 30 de octubre de 2012

El milagro y la votación


En Cuba  votar no es obligatorio, pero casi, porque para no buscarse problemas con  los CDR, la gente acude cual manada a los colegios, se para frente a las urnas de cartón custodiadas por pioneros  y marcan de prisa y con desgano, para salir del paso, cualquiera de las  casillas

Luis Cino Alvarez.  CUBANET

No sé qué  asombra más por estos días, si la nueva resurrección del Comandante o los casi ocho millones de personas que dice el régimen que votaron en las elecciones municipales del Poder Popular.

Parece que solo tres o cuatro empleados vieron a Fidel Castro cuando estuvo hace unos días en el Hotel Nacional. Si fueron más, parece que estuvieron tan ocupados los milagreros-abducidos en atestiguar la aparición que a nadie se le ocurrió retratar al Comandante como prueba de vida. Hubiese sido mucho más convincente que las fotos de Fidel con sombrero (“como un cuadro del viejo Chagall”)  para demostrar que no se ha muerto.

Sabemos lo duro de pelar que es el Máximo Líder y la fe inconmovible de sus seguidores, siempre prestos a los  milagros, la taumaturgia y los efectos especiales. Eso lo explica todo.

Menos creíble es la masividad de la votación en las elecciones de delegados del Poder Popular del domingo 21 de octubre: más de un 90 %, según datos oficiales.

En el año 2007, según datos oficiales, el 10,62% de los cubanos con derecho al voto, no votaron, anularon sus boletas o las depositaron en blanco.  Cinco años después, con el empeoramiento de la situación económica y social y el evidente descontento de la población,  no hay por qué esperar que se haya revertido esa tendencia, sino todo lo contrario.

Los cubanos acuden a las elecciones de delegados del Poder Popular a sabiendas que son sólo una farsa, otra más: su asistencia o no a las urnas, nada cambiará.

En Cuba  votar no es obligatorio, pero casi, porque para no buscarse problemas con  los CDR, la gente acude cual manada a los colegios, se para frente a las urnas de cartón custodiadas por pioneros  y marcan de prisa y con desgano, para salir del paso, cualquiera de las  casillas. ¿Qué más da un candidato u otro? Se sabe que ninguno, por mucha voluntad que tenga, puede  resolver los más elementales problemas de sus electores: los baches, la recogida de la basura, los salideros o la calidad del pan.

Muchos preferirían anular la boleta, depositarla en blanco o sintetizar en una  palabrota lo que piensan del régimen, pero no se atreven por temor a que los descubran y tomen represalias. He escuchado a algunos decir cosas tan disparatadas como que dentro de los colegios hay cámaras, micrófonos y otros dispositivos electrónicos de vigilancia.

Pero es tanta la desesperación que cada vez son más los que pierden  el miedo.

En mi circunscripción, la número 126, en Parcelación Moderna,  Arroyo Naranjo, como en otras mil circunscripciones de todo el país,  tendrán que ir a segunda vuelta porque ninguno de los candidatos logró la cantidad de votos requeridos.  Muchas personas  no fueron a votar; incluso, muchos de los que habitualmente votan para no “marcarse” o porque dicen “no estar en nada”. Me cuentan que mucha gente aprovechó las boletas para exigir comida, agua, gas para cocinar y más guaguas. Y como siempre, muchos las dejaron en blanco.

Las boletas anuladas son  oficialmente atribuidas al “desconocimiento o el exceso de entusiasmo”: lo califican como  “deficiencias humanas”.

Respecto a las boletas en blanco, no importa que sean muchas. En las mesas electorales las marcan  y las contabilizan luego. De cualquier modo, el régimen siempre gana.

No será tanto como el 90%, pero no dudo que la mayoría de  los vecinos de mi barrio votaron disciplinadamente.  Aun los que se quejan y me preguntan desconsolados: “¿Cuánto tiempo tú crees que le quede a esta mierda, mi hermano?”

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