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jueves, 27 de septiembre de 2012

El Medio Oriente y nosotros


Con provocaciones y sin provocaciones, no la religión islámica, tan respetable como la católica o la judía, sino una horda de psicópatas nos seguirán convirtiendo en sus chivos expiatorios por el odio que les carcome las entrañas. ¿La solución? Regresar a casa, ignorarlos, y que se cocinen en su propia sangre, y en su propia salsa.

Nicolás Pérez Díaz-Argüelles. EL NUEVO HERALD

Respeto profundamente la opinión de los expertos como el brillante Roland Behar sobre el Medio Oriente. Y a pesar de que me inscribo entre los que ojeamos este mundo a vuelo de pájaro es difícil no sacar una conclusión obvia: allá la historia de la violencia es más vieja que Matusalén.

Y aunque mientras que lo que sucede en Cuba, Venezuela y Colombia si bien tampoco lo entiendo a plenitud, al menos le rozo el punto final del rabo de sus papalotes; en cuanto al conflicto en el mundo árabe, confieso que estoy más perdido que Lindbergh.

Sin embargo, opino que de vez en cuando quizás es interesante oír no la voz de los que saben, sino la de los que ignoran, porque a veces en nuestra inocencia, sin complejos análisis de terceros saltos hasta el infinito, chocamos con la bola y damos con una realidad que está frente a nosotros y que en mi criterio para no verla hay que estar más ciego que Homero.

Chapeando bajito. Primera realidad, entiendo menos que a los principales protagonistas de este conflicto el papel que ha jugado Estados Unidos en la zona.

Quedándome corto. Se desata una guerra entre Irak e Irán (1980-1988). Estados Unidos se compromete en las Naciones Unidas a conservarse neutral. Pero la neutralidad dura menos que un merengue en la puerta de un colegio: en 1986 se descubre que Washington le está vendiendo a Irán, nuestro actual enemigo acérrimo, misiles BGM 71 para que destruya a Sadam Hussein.

Sin que tengamos tiempo para hacer una digestión del error, la Unión Soviética, protegiendo zonas estratégicas, invade Afganistán, y surge del conflicto del Talibán, término que significa “Estudiosos del Islam”, y en una época y en un lugar donde todos los gatos son pardos, en medio de una Guerra Fría donde todo vale, entusiasmados porque esta guerra le está costando al Kremlin $6,000 millones, y la importancia de la derrota comunista allí es equivalente a la de Estados Unidos en Vietnam. Sin medir consecuencias posteriores, Washington, ayudado por Pakistán, le extiende una mano amiga al mulá Mohamed Omar y se alía a los talibanes comprando soga para su propio pescuezo. Los soviéticos se retiran en 1989 y Estados Unidos ocupa el país, y tras tan solo dos años de luna de miel con los afganos comienza la ocupación norteamericana bélica en octubre del 2001 con los ataques aéreos contra el enemigo Al Qaida y el ex amigo Talibán. Más que una movida inteligente de política internacional, parece un chiste de mal gusto.

Imposible obviar la invasión de Estados Unidos a Irak en el 2003 en la estúpida búsqueda de armas químicas inexistentes, una guerra que le costó a Estados Unidos $5,600 millones diarios, y lo más triste, 2,000 soldados norteamericanos caídos en combate.

Segunda realidad incontrastable: por motivos de hábitos, costumbres, filosofías de la vida y percepciones de la realidad, ni Occidente entiende al Islam ni el Islam entiende a Occidente, y todo indica que no encontraremos puntos en común en todo lo que resta del siglo XXI.

Tercera certeza: Creo en la excepcionalidad de Estados Unidos. Este es un país excepcional pero eso no debe convertirnos en los policías del mundo. Con la firme convicción, fuera de toda duda razonable de proteger a Israel si es atacado, debemos retirarnos de todo el territorio que ocupamos en el mundo árabe. Esa guerra no es nuestra y comenzó en el 632 A.C. tras la muerte del profeta Mahoma, cuando los chiítas sostenían que el Califato debían heredarlo solamente los herederos directos de Mahoma, Alí y Fátima, mientras que Aisha, la esposa del profeta, se oponía al califato de Alí, surgiendo así la rama sunita. No nos engañemos. Que los muertos entierren a sus muertos. La sangre de un solo soldado norteamericano no vale, séase por petróleo o por predominio mundial, que sigamos pretendiendo mediar entre sunitas y chiítas, en un conflicto que no es nuestro, que no entendemos y donde ni demócratas ni republicanos nada van a poder resolver.

Por lo demás, ni los Versos Satánicos de Salman Rushdie, ni la película La Inocencia de los Musulmanes de un tal Sam Bacile que seguramente no existe, ni las estupideces del pastor Terry Jones quemando el Corán, ni las irresponsables caricaturas del semanario francés Charlie Hebdo son los responsables de los últimos actos de violencia contra Occidente por grupos islámicos, son solo la excusa. Con provocaciones y sin provocaciones, no la religión islámica, tan respetable como la católica o la judía, sino una horda de psicópatas nos seguirán convirtiendo en sus chivos expiatorios por el odio que les carcome las entrañas. ¿La solución? Regresar a casa, ignorarlos, y que se cocinen en su propia sangre, y en su propia salsa.

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