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viernes, 21 de septiembre de 2012

El malestar social del mundo


Víctor Corcoba

La verdad. No me gusta esta ola de malestar social que afecta al mundo, en unos países más que en otros, pero lo cierto es que la situación de desempleo y desamparo se acrecienta cada día, en parte porque el imperativo ético de la justicia social no funciona. Cuando se cierran todas las puertas con individualismos egoístas, la insolidaridad toma gobierno en nuestras vidas y resulta difícil entregarse al bien común. Porque únicamente, desde un justo clima de convivencia responsable, es posible la verdadera solidaridad, lejos de cualquier búsqueda de lucro y poder.

Hay que ir a la raíz de los problemas. Debemos buscar siempre los auténticos valores, que no son otros que los derechos humanos fundamentales. Hemos de establecer, igualmente, un sincero diálogo con los demás. Esto es importante. Sólo así, podremos salir de esta crisis que viene produciendo un tremendo sentimiento de malestar global. Algo que empuja a la crispación, a los desórdenes, a una vida comunitaria que se hace irrespirable e irresistible. Las abundantes situaciones de miseria, explotación, de falta de garantías ciudadanas, conducen a una verdadera situación de inquietud y desasosiego.

A consecuencia de esta ansiedad, vivimos en una convulsión permanente que debe cesar. Este es el riesgo fatal que corremos, fruto de una cultura interesada, que juega con la mentira y convive con la manipulación de los mercados. La realidad es que gran parte de la población mundial carece de acceso a una protección social adecuada. Esto es gravísimo para una civilización que se cree avanzada y anda en retroceso. Nadie debería vivir por debajo de un nivel de ingresos determinados. Sería una manera de reducir el desencanto actual.

La búsqueda de la justicia social es vital para comprimir esta intranquilidad que nos circunda. Hoy, las desigualdades son escandalosas. También la falta de respeto por la dignidad de vidas humanas es otra de las cuestiones vergonzosas. Añadir, además, la falta de una cultura de la tolerancia en un mundo global. Ahora bien, bajo este contexto de pesadumbre generalizado, tampoco se pueden cometer actos de violencia, que no llevan a ningún sitio. La manifestación pacífica es lícita, en cambio la violenta siempre será ilícita, y quitará razón a sus convocantes.

Por consiguiente, los efectos de esta crisis financiera y económica no pueden llevarnos a una recesión de pensamiento; es más, pienso que debemos mantenernos firmes y unidos, frente a las fuerzas que nos dividan o discriminen. Todos, al unísono, debemos adoptar medidas de consenso para crear entornos de sosiego que propicien el logro de la paz, de la inclusión social, y de un trabajo decente para todos. Ha llegado, pues, el momento de oponerse a tantos males que afligen a la humanidad, compartiendo horizontes y buscando solución a las diferencias. Tomemos la preocupación necesaria y hagamos piña. Al final nos daremos cuenta que sólo el progreso de la cooperación puede ayudarnos a salir del túnel. Cooperar es señal de que el mundo se humaniza, y humanizado, es más fácil entender y comprender a los demás, mirando desde el propio corazón de cada uno.

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