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jueves, 23 de agosto de 2012

Solamente las fotos


Tania Díaz Castro. CUBANET
La quinceañera. Foto de Tania Díaz Castro

Uno de los personajes del presente cubano que pasará a la historia es, sin duda, el fotógrafo particular, llamado hoy cuentapropista y prohibido durante las primeras décadas del dominio fidelista.

Si la fotografía es diabólica, porque lo mismo nos amplía que nos reduce, nos hace ver mejores o peores sobre el papel, también se emplea para hacer verdaderos trucos y crear memorias de cosas que en realidad nunca pasaron, por suerte para los jóvenes cubanos que no tiene los medios para celebrar sus fiestas.

Para inmortalizar una boda celebrada en casa, con cinco o seis participantes, un par de tragos de ron barato por persona y algunos pastelitos comprados en el timbiriche de la esquina, el fotógrafo particular cubano hace maravillas, sin necesidad de usar la magia de Photoshop.

Lleva a los novios a un estudio, preparado en su domicilio, con decorados escénicos con cortinas, alfombras, efectos de luces, grandes ramos de flores artificiales, ventanas y balcones románticos, con un jardín al fondo. La esposa o ayudante del fotógrafo los viste con ropas y joyas de fantasía, los peina y los maquilla. Como resultado, los novios tienen para mostrar a sus hijos en el futuro, según las fotos, algo ─ en su opinión ─ muy parecido a una gran boda celebrada al estilo capitalista.

Resulta irónico que, después de medio siglo de socialismo, los once millones de cubanos que viven en plena pobreza, prefieran que sus hijas guarden fotos de la boda o de sus quince, donde aparezcan disfrazadas de burguesas o aristócratas.

En las fiestas de quinceañeras, estos fotógrafos, que los hay en todo el país, realizan una tarea casi de magos. Una jovencita triste y poco agraciada, que apenas sabe sonreír, posa ante una cámara, y en la foto aparece esbelta y hasta distinguida. Los fotógrafos-magos  la convierten en una linda princesa o en una bella reina.

Margarita llegó a mi casa con sus fotos de quince. Se disculpó por no haberme invitado, muy apenada. Me explicó que sólo pudo reunir dinero para las fotos, ampliaciones con buen papel, buenos colores y, según ella, buen gusto. En las fotos, Margarita parece una actriz de la televisión, o hasta de Hollywood.

Muestra sus fotos con tanto orgullo que siento pena por ella. Ni siquiera le digo que me parecen falsas, que me hubiese preferido haber visto las fotos de una sencillísima fiesta, con los pocos invitados sonrientes y naturales, aunque se vieran las descascaradas paredes de su casa y el techo con deseos de caerse.

Terminó su historia como era de imaginar: no se pudo conseguir el dinero para la fiesta. Su papá no roba. Su abuelo tampoco. El dinerito de la comida del mes es sagrado. En definitiva, puesta a escoger entre la fiesta y las fotos, prefirió las fotos. Así tiene un recuerdo falso, pero hermoso, de lo que en realidad fue un día triste para ella.

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