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martes, 24 de julio de 2012

La fiebre comunista


Saúl Godoy Gómez. EL UNIVERSAL

Latinoamérica viene dando tumbos en su política de integración desde que se le permitió a Chávez una injerencia malsana en los asuntos de Mercosur, en esto, una parte de la culpa se la lleva Brasil, que en manos del socialista Lula y luego de Dilma Rousseff, estableció prioridades ideológicas sobre las económicas y políticas.  Fue Chávez quien arrastró al Brasil a su pobre desempeño en la crisis de Honduras, para luego empantanarse en los asuntos internos de Paraguay durante el episodio de la deposición del presidente Lugo, en donde Chávez comprometió el prestigio y la trayectoria democrática de los gobiernos socialistas de América Latina en una defensa a ultranza de los intereses comunistas en la región.

No nos llamemos a engaño, en Brasil, a pesar de que existe una pujante economía de mercado, la cúpula política se encuentra en manos de los comunistas, que son imperialistas y que tienen un claro plan de dominio en la región, y donde el aspecto ideológico es fundamental para la estrategia de ir creando países satélites, a la usanza del viejo modelo de la URSS.

Estados Unidos calculó mal su retiro de Latinoamérica, creyendo que, si dejaba que Brasil ocupara su papel de líder regional, y con base en las buenas relaciones económicas y diplomáticas que había cultivado en la última década, confiaba en manos de país amigo las relaciones con sus impredecibles vecinos; el error fue que no vieron que el Foro de Sao Paulo, ese conglomerado de fuerzas de la ultraizquierda latinoamericana, se impondría sobre la sensatez y el profesionalismo de la cancillería de Itamaratí, que hasta los momentos se había desempeñando de manera equilibrada.

Si bien Lula le había dado a la economía brasilera una apertura importante para convertirla en la octava economía del mundo, pues en su óptica necesitaba del dinero y los recursos para atender a las grandes masas de desposeídos, que significaban un gran riesgo en cuanto a problemas sociales y veía en ellos el soporte político, en votos, para sostener al socialismo en el poder. Es una lástima que Brasil esté echando por la borda su oportunidad de oro para convertirse en el líder del continente, porque a Lula y a Dilma les dio por anteponer intereses doctrinarios y bastardos a los intereses de su país.

Cegado por los éxitos electorales del socialismo en los diversos países de Latinoamérica y presionado por la nueva internacional comunista transmutada en el Foro de Sao Paulo, que le respira en el cuello, Lula se dedicó insensatamente a sostener una política de promoción y ayuda a los regímenes socialistas de la región como política de Estado, fue el caso de Chávez, entre otros.

Pero Chávez, a pesar de su popularidad y beligerancia ante los medios de comunicación, resultó ser una mercancía dañada, porque concentraba en su persona lo peor del socialismo real, su odio de clases, su desdén por el sector privado y la libre empresa, la violencia de su discurso y el desprecio de los más básicos postulados democráticos, bien ocultos tras su fachada de invencible candidato en procesos electorales.

Si bien Lula y Dilma, la Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y los otros peones del socialismo en la región trataron de construir un esquema de integración en el sur y que fue dando sus resultados positivos para el desarrollo de sus países miembros, el factor Chávez le imprimió ese olor a podrido a la gestión, introduciendo elementos de corrupción, manejos de política barata, injerencia en los asuntos internos, instando a golpes de Estado y a la desobediencia de las constituciones, aparte de un acento antiimperialista y antinorteamericano que no favorecía a nadie, haciendo mucho ruido entre las relaciones Europa-EEUU con el Mercosur, que posiblemente le fuera de interés al partido socialista de los trabajadores del Brasil, pero que a la larga, terminaría por derrumbar el proceso de integración.

Chávez utilizó el poder del petróleo para suavizar su entrada al club pero a costa de la unión misma, poniendo a los países a pelear, a desconfiar entre ellos, a sembrar la discordia hasta resultar en la eyección de Paraguay de la organización, que era la piedra de tranca de su ingreso.

Brasil y Argentina están muy confiados de que pueden controlar a Chávez y aprovecharse, sin muchos riesgos, de la "generosidad" y largueza de su nuevo mejor amigo, lo saben enfermo y disminuido en sus capacidades, poco les importa los principios democráticos que sirvieron de marco a la unión, pues saben que, tarde o temprano, sus gobiernos socialistas van a terminar utilizando la fuerza y el autoritarismo en contra de sus propias poblaciones, saben que mantener el socialismo en Latinoamérica va a tomar un poco de brutalidad policial y militar, pero todo sea por la "felicidad humana".

Pero pasan por alto que Venezuela está en modo de cambio, que muy pronto habrá un nuevo giro en la región, que el péndulo de la izquierda se devuelve lenta, pero seguro, a la derecha, que EEUU está observando y que también allá, tarde o temprano, también habrá cambios.

 Esta fiebre comunista, que tiene a Latinoamérica delirando sobre su papel en los asuntos del mundo, de permitir que estos caudillos decimonónicos se levanten entre los pueblos para hacer revoluciones, de estos sueños de socialistas trasnochados de imponerse por sobre la cordura y los derechos de los pueblos para conducir sus destinos, estos delirios, repito, por lo general terminan en espantosas pesadillas y sangrías, la historia está llena de ejemplos, en nuestro caso solo nos queda resistir y denunciar a elementos como Chávez, que están haciendo su trabajo de depuración y purga, de poner en evidencia a las sociedades fallidas, a las ideologías inhumanas y los engaños.

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