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miércoles, 25 de julio de 2012

Conspiraciones sin escaleras


Más allá de cualquier disquisición, los testimonios apuntan a una realidad bien concreta: el automóvil en que se desplazaban Oswaldo Payá, Harold Cepero y sus dos acompañantes extranjeros, fue perseguido y embestido por otro vehículo.

Omar Lopez Montenegro. MARTINOTICIAS

La trágica muerte de Oswaldo Payá Sardiñas ha desatado, una vez más, toda una suerte de teorías relacionadas con sus motivos, que van desde lo trivial de un simple accidente a lo siniestro de las conspiraciones, al más puro estilo novelesco de la trilogía de Millenium, y su ya mítica Chica con el Tatuaje del Dragón.

De acuerdo a esta rocambolesca hipótesis, compartida y enunciada tanto por académicos como ex altos oficiales de la policía política devenidos en analistas exiliados, el “accidente” de marras puede haber sido obra, nada más y nada menos, que de una facción del régimen que busca desacreditar a la que ostenta el poder, actuando por su propia cuenta y riesgo.

Interesante, si no fuera porque guarda demasiados puntos de contacto con la idea que se nos trata de vender desde hace muchos años, acerca de los grupos de poder “raulistas”, “fidelistas”, “ramiristas”, y todo tipo de aristas, de las cuales estos ilustres cubanólogos, por llamarlos de alguna manera, no se cansan de hablar, pero ninguno puede decir con exactitud quiénes las conforman, o cómo están estructuradas.

En este tipo de conspiraciones no se conocen ni los escalones, ni las escaleras.

Más que producto de un análisis pormenorizado, esta tesis de las facciones en pugna parecen más bien fruto de una terquedad político-académica, mezclada con una desbordante imaginación.

En ese sentido, todos comparten la misma visión elitista del régimen como única fuente de poder en la sociedad, y el pueblo como un actor pasivo cuyo único rol es cuando mucho, esperar, o tratar de influir en el accionar de alguna de las facciones. Si algún hecho apunta en la dirección contraria, simplemente se desestima o se le hace encajar en el ya preconcebido esquema. Que para ello sobran los secretos de estado, o las consabidas “fuentes dignas de todo crédito”.

Lo más significativo de esta teoría conspirativa es que en virtud de ella, tanto tirios como troyanos propagan el mismo fatalismo histórico: todo lo que sucede en Cuba es producto de una forma u otra del reposicionamiento o interacción de estas facciones, por lo tanto la solución al problema cubano tiene que estar forzosamente vinculada al resultado final de estas luchas dentro de las estructuras de poder.

Resulta como mínimo penoso que esta hipótesis vuelva a resurgir con la muerte de un hombre que como Payá, siempre creyó en el poder del individuo para transformar por sí mismo la sociedad, sin esperar de forma pasiva a cualquier reacomodo del poder.

Este es precisamente el gran dilema que resurge con la muerte del líder del Movimiento Cristiano Liberación, la última de una larga lista de crímenes, fallecimientos en oscuras circunstancias y agresiones contra la integridad física de los opositores, que han registrado un notorio aumento en los últimos dos años, a partir del deceso en huelga de hambre de Orlando Zapata Tamayo.

La violencia sistemática del régimen contra la oposición está convirtiendo el ejercicio de la misma en una cuestión de supervivencia y esto implica que la sociedad civil dentro de Cuba tiene que encontrar una respuesta de grupo, basada en sus propias fuerzas.

Ante esta realidad, el tema de las facciones o conspiraciones resulta totalmente irrelevante, porque en realidad cualquier proposición proveniente del sistema encarna el mismo mensaje: …ismo o muerte. El prefijo no importa. Más allá de cualquier disquisición, los testimonios apuntan a una realidad bien concreta: el automóvil en que se desplazaban Oswaldo Payá, Harold Cepero y sus dos acompañantes extranjeros, fue perseguido y embestido por otro vehículo. Intencionalmente o no, sólo marca la diferencia entre un homicidio involuntario y un asesinato premeditado. En ambos casos existe responsabilidad criminal, quienquiera que haya sido y por los motivos que concurran.

Esta circunstancia es crucial para la oposición, que enfrenta quizás un momento definitorio para su existencia. No por gusto una de las últimas batallas de Payá Sardiñas antes de morir fue precisamente denunciar y combatir con vehemencia, desde una posición de principios y como católico comprometido, el pacto de élites económicas, políticas y hasta religiosas que busca desconocer a la oposición noviolenta, que tan dignamente supo encarnar Oswaldo.

La cuestión no radica ahora en teorías conspirativas que sirven para alimentar el espejismo de la academia como el nicho de los que ven más allá, o permiten a ex funcionarios del régimen presentarse como el hilo de Ariadna dentro de los laberintos del poder castrista.

La ecuación se presenta ahora en términos bien crudos y concretos. O la oposición encuentra vías concretas para contrarrestar con éxito, basada en sus propias fuerzas, el diseño represivo abiertamente violento y criminal del régimen, o está en juego su propia supervivencia. Ante esta realidad, no caben medias tintas.

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