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lunes, 5 de diciembre de 2011

América Latina bajo el signo de Jano

Mario J. Viera

Jano, el dios romano que poseía dos rostros mirando a ambos lados de su perfil, gravita sobre la América Latina. Es el rostro que siempre mira al pasado y al futuro, jamás vuelve su rostro al presente. La Ley de Jano es también una de las leyes que rigen a toda revolución; las revoluciones buscan su justificación mirando hacia el pasado y recreándose en una mirada hacia un futuro ideal.
El culto latinoamericano al pasado, a la historia, ha sido el factor sociológico de su atraso en las conquistas sociales y el obstáculo primordial para su modernidad. Sobre este sentimiento cuasi pagano del culto a los próceres se han aprovechado los pícaros de patriotero discurso para adelantar sus proyectos personales. América Latina está atrapada entre el pasado y el futuro, sin entender que el futuro no se conquista pensando en el pasado, por muy glorioso y aleccionador que se quiera; el futuro se construye en el presente, en la capacidad de innovar, sin referencias a los próceres que vivieron y actuaron en épocas y en condiciones sociales y culturales bien diferentes a las actuales.
Europa con más historia que nuestra América no se aferra al pasado, lo supera; América Latina se estanca con la referencia al pasado. No hay proyecto social en Latino América que no esté libre de la referencia a lo viejo, a los tiempos pasados, al agitar el patrioterismo y al intento de  reacondicionar las ideas de héroes lejanos en el tiempo, haciéndoles actuales sin tener en cuenta la evolución de la historia.
Con la bandera del pasado y de su dignificación se han levantado en el subcontinente gobiernos autoritarios y el populismo demagógico, un populismo cargado de doctrinas exóticas surgidas en países de diferente composición y ya obsoletas y acuciado con sentimientos nacionalistas. Con el reclamo de la continuidad histórica del pasado, en Cuba se implantó el gobierno totalitario de los Castro, con su legado de violaciones de los derechos civiles, la imposición de un gobierno continuista, la represión a los opositores, el poder de un partido único, la apoteosis caudillista.
La integración de la América Latina en una unidad política regional, en una suerte de confederación, ha sido anhelo fallido por muchos años. Tiene sus antecedentes en el proyecto bolivariano de la Gran Colombia que fracasara por el caudillismo y las contradicciones entre las repúblicas que le formaban; se repite en el ideario martiano y se recoge en la prédica demagógica de Fidel Castro y su sueño guevarista del núcleo guerrillero para crear “muchos Viet Nam”, continuándose en el proceso de tendencia imperialista que impulsa el chavismo y el bloque de ALBA.
La izquierda bananera latinoamericana impelida por el eje La Habana-Caracas ha agitado el ideario unionista bajo un prisma marxista y antiimperialista dirigido contra supuestas pretensiones de dominio por parte de los Estados Unidos. Se trata de crear un Estado multinacional al estilo del existente en la desintegrada Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas.
La alianza castro-chavista ha procurado conformar un verdadero cordón de estados satélites, comprando conciencias con los petrodólares venezolanos, la injerencia abierta o solapada en los procesos electorales de numerosos países para colocar en el poder a políticos comprometidos con las ideas del reciclado comunismo del siglo XX en Socialismo del Siglo XXI. El papel más activo en este proceso lo ha jugado Hugo Chávez con la colaboración estratégica de Fidel Castro.
Un instrumento fundamental para lograr estos objetivos ha sido la creación, a iniciativas de Hugo Chávez, de Petrocaribe integrado bajo la dirección venezolana por Cuba, Bolivia, Nicaragua, Guatemala, República Dominicana, Belice, Guyana, Surinam, Honduras hasta el derrocamiento de Manuel Zelaya, Jamaica, y los estados insulares Dominica, Bahamas,  Grenada, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves y San Vicente y las Granadinas.
El nuevo intento integracionista es la recién constituida Comunidad de Estados Latino Americanos y caribeños (CELAC) que en su idea pre fundacional se tendría como un bloque antagónico a la desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA) y como un foro continental “antiimperialista”, más bien, de enfrentamiento con los Estados Unidos. Un foro que para el Granma (edición 26 de noviembre de 2011) se trata “de un nuevo momento para América Latina y el Caribe, en el cual la CELAC (...) desbroza el camino para avanzar hacia una verdadera integración en la América nuestra”. Además el Granma, la opinión oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC), los estados miembros de la CELAC “tendrán ante sí la enorme responsabilidad de consolidar la integración de nuestra Patria Grande, que como dijera José Martí, se extiende desde el Río Bravo hasta la Patagonia”. Por supuesto José Martí no pudo prever una Patria Grande latinoamericana en la que estuvieran representados partidos como el PCC y el Partido Socialista Unido de Venezuela‎ como factores directores de la integración sub continental.
El antecedente inmediato para la constitución de la CELAC fue la I Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC) celebrada el 17 de diciembre de 2008 en Salvador, Bahía, Brasil. En esta Cumbre se expresaba “que la integración política, económica, social y cultural de América Latina y el Caribe es una aspiración histórica de sus pueblos”. En el punto 19 de la declaración final aparecían los dos rostros del dios Juno en relación a “las acciones” que se venían realizando “en pos del reconocimiento y la valoración de los aspectos comunes de las gestas independentistas de los países de América Latina y el Caribe”. Resaltando a la vez “que estas acciones contribuyen a generar conciencia acerca del pasado compartido por pueblos de las Américas y a fomentar la proyección de un futuro que los encuentre integrados en la diversidad”. Jano mira al pasado y mira al futuro.
La Declaración de Caracas es el documento constitutivo de la CELAC, cargado de promesas futuras y marcado, desde su inicio, con la imagen de Jano ya presente en los subtítulos de “En el Bicentenario de la Lucha por la Independencia” y “Hacia el Camino de Nuestros Libertadores”. De los 40 puntos de la Declaración, siete puntos se refieren al pasado histórico y se inician con palabras tales como, “destacando”, “inspirados”, “conscientes” y “exaltando” seguidos de expresiones patrioteras.
Ya en el tema histórico se desprecia el influjo que en los movimientos independentistas de América jugaron la independencia de las Trece Colonias en 1776 y la Revolución Francesa de 1789 y se resalta como primigenio independista a la independencia haitiana y a Simón Bolívar, encuadrado dentro de la manipulación demagógica chavista de la personalidad del Libertador. En este sentido vale la pena reproducir el punto 13 de la Declaración:
Destacando el camino trazado por los Libertadores de América Latina y el Caribe hace más de doscientos años, un camino iniciado de manera efectiva con la independencia de Haití en 1804, dirigida por Toussaint Louverture, constituyéndose de esta manera en la primera República Independiente de la región. De la misma manera recordamos que la República de Haití liderada por su Presidente Alexandre Pétion, con la ayuda prestada a Simón Bolívar para la Independencia de los territorios que en el presente conocemos como América Latina y el Caribe inició las bases para la solidaridad e integración entre los pueblos de la región”. Esto último  totalmente falso a la luz de la historia.
El punto 16 se hace referencia al tan cacareado pero fallido Congreso Anfictiónico de 1826 y considerado como “acto fundamental de la doctrina de la unidad latinoamericana y caribeña, en el que nuestras jóvenes naciones soberanas plantearon la discusión de los destinos de la paz, el desarrollo y la transformación social del continente”. Supuesto precedente histórico de la CELAC como marco latinoamericano y caribeño que excluye a los Estados Unidos y Canadá.
La realidad histórica es que a este Congreso debían asistir delegados del gobierno de John Quincy Adams, impedidos de participar debido a la muerte de uno de ellos y a la llegada tardía del segundo, a invitación del presidente de la Gran Colombia, Francisco de Paula Santander y de los presidentes de las Provincias Unidas de Centroamérica y de México, así como delegados de Gran Bretaña a invitación del propio Bolívar, en tanto que varias repúblicas latinoamericanas declinaron la invitación como el Paraguay de Francia, Chile bajo el gobierno de Ramón Freire, las Provincias Unidas del Río de La Plata bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia y el Imperio de Brasil que en el último momento desistió de asistir al Congreso de Panamá.
Finalmente el Tratado “de la Unión, de la Liga, y de la Confederación perpetua” solo sería ratificado por la Gran Colombia.
El enunciado 23 de la Declaración de Caracas numera luego los “valores y principios comunes: el respeto al Derecho Internacional, la solución pacífica de controversias, la prohibición del uso y de la amenaza del uso de la fuerza, el respeto a la autodeterminación, el respeto a la soberanía, el respeto a la integridad territorial, la no injerencia en los asuntos internos de cada país, la protección y promoción de todos los derechos humanos y de la democracia”.
Jano, pues no se entera del presente cargado de corrupción en muchos gobiernos de la región, ni vuelve su rostro a la continuada violación de los derechos humanos en varios de sus Estados y más cruda en Cuba bajo el gobierno castrista y en países como Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Venezuela, solo vuelve su rostro al pasado y mira cándidamente hacia el futuro.
¿Será la CELAC el instrumento jurídico que creará la Federación de Estados Latinoamericanos y Caribeños? Eso está por ver y merece un comentario aparte.

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