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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Cuando la riqueza está en pocas manos

Paul Krugman[1]

La desigualdad regresó a las noticias, en gran medida gracias al movimiento Ocupen Wall Street, pero con la ayuda de la Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos. Es hora de desenmascarar a los que tratan de confundirnos.

Cada vez que la creciente desigualdad en el ingreso amenaza con estar en el centro de la atención, algunos tratan de resucitar la confusión. Aparecen informes que afirman que en realidad no está aumentando la desigualdad o que no importa. Expertos tratan de darle un rostro más benigno al fenómeno al declarar que, en realidad, no se trata de unos cuantos acaudalados contra el resto, sino que son los instruidos contra los menos instruidos.

Todas estas afirmaciones son intentos por ocultar la cruda realidad: tenemos una sociedad en la cual el dinero se concentra cada vez más en las manos de unas cuantas personas, y en la cual esa concentración del ingreso y de la riqueza amenaza con hacernos una democracia sólo de nombre.

La Oficina del Presupuesto expuso parte de esa cruda realidad en un informe reciente, en el cual se documenta un descenso marcado en la parte del ingreso total que va a los estadounidenses de ingresos bajos y medios. Todavía nos gusta pensar que somos un país de clase media. Sin embargo, como el 80 por ciento de los hogares recibe ahora menos de la mitad del ingreso total, esa concepción discrepa cada vez más de la realidad.

Los sospechosos de siempre han lanzado algunos argumentos conocidos: los datos están equivocados (no es así); los ricos son un grupo en cambio constante (no lo son), y así sucesivamente. No obstante, el más popular en este momento parece ser que quizá no seamos una sociedad de clase media, pero aún lo somos de clase media alta, en la cual a una amplia clase de trabajadores muy instruidos, que tienen la capacidad de competir en el mundo moderno, le está yendo muy bien.

Es un lindo cuento, y mucho menos perturbador que el panorama de una nación en la cual un grupo mucho más reducido de ricos se está volviendo cada vez más dominante. Sin embargo, no es verdad.

En promedio, a los trabajadores que tienen títulos universitarios les ha ido mejor que a los que no los tienen, y, en general, la brecha se ha ensanchado al paso del tiempo.

Pero de ninguna forma los estadounidenses con más estudios han sido inmunes al estancamiento del ingreso y la creciente inseguridad económica. Los beneficios salariales para la mayoría de los trabajadores con formación universitaria han sido poco impresionantes (e inexistentes desde 2000), mientras que ya ni los bien instruidos pueden contar con obtener un empleo con buenas prestaciones. Hoy es más difícil que los trabajadores con títulos universitarios pero sin posgrado obtengan cobertura de salud en el centro de trabajo, que los que sólo tenían certificado de bachillerato en 1979.

Entonces, ¿quién está obteniendo los grandes beneficios? Una minoría adinerada muy reducida. En su informe, la Oficina del Presupuesto nos dice que esencialmente toda la redistribución hacia arriba del ingreso, alejada del 80 por ciento inferior, ha sido para el uno por ciento de los estadounidenses con los ingresos más altos. Es decir, los manifestantes que hoy dicen representar al 99 por ciento, básicamente tienen razón, y los expertos que solemnemente les aseguran que en realidad se trata de la educación y no de los beneficios de una elite reducida, están totalmente equivocados.

Si acaso, los manifestantes establecen un límite demasiado bajo. El reciente informe de la Oficina del Presupuesto no analiza al uno por ciento superior, pero en uno anterior, que sólo llega hasta 2005, encontró que casi dos tercios del mayor aumento en los ingresos fue para el 0.1 por ciento más acaudalado. La milésima parte más adinerada de los estadounidenses vio un aumento en sus ingresos reales de más de 400 por ciento entre 1979 y 2005.

¿Quiénes están en ese 0.1 por ciento? ¿Son empresarios heroicos que crean empleos? No, en su mayor parte, alrededor del 60 por ciento, son ejecutivos de corporaciones. Agreguen abogados y agentes inmobiliarios, y hablamos de más del 70 por ciento de la milésima parte más afortunada.

Sin embargo, ¿por qué importa esta concentración de la riqueza en unas cuantas manos? Parte de la respuesta es que la desigualdad creciente ha significado que la mayoría de las familias no participa totalmente del crecimiento económico. Otra parte de la respuesta es que una vez que uno se da cuenta exactamente de cuánto más ricos se han vuelto los ricos, el argumento de que los impuestos más elevados sobre los ingresos altos deberían ser parte de cualquier negociación del presupuesto a largo plazo se vuelve muchísimo más imperioso.

No obstante, la respuesta más larga es que la concentración extrema del ingreso es incompatible con una verdadera democracia. ¿Alguien puede negar seriamente que a nuestro sistema político lo está pervirtiendo la influencia del gran capital y que la perversión empeora a medida que la riqueza de unos cuantos es cada vez mayor?

Algunos expertos todavía tratan de desestimar inquietudes sobre la desigualdad en el aumento de los ingresos. Pero la verdad es que toda la naturaleza de nuestra sociedad está en juego.
© 2011 New York Times News Service


[1] Paul Robin Krugman (28 de febrero de 1953) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times. En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía y un fuerte crítico de las políticas económicas y generales de la administración de George W. Bush, que ha presentado en su columna. En 1991 la American Economic Association le concedió la medalla John Bates Clark. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004 y el Premio Nobel de Economía en 2008.

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