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domingo, 16 de octubre de 2011

En esto discrepo con Carlos Alberto Montaner.

Mario J. Viera

Siento un gran respeto y admiración por el periodista y escritor Carlos Alberto Montaner. Valoro mucho su prosa directa y trasparente, su modo de enfocar diferentes asuntos desde una visión independiente; pero, esta vez discrepo de la opinión que expresa en su reciente artículo aparecido en la columnas de opinión de El Nuevo Herald, La desigualdad y los “indignados”.


Por el contexto de su artículo parece que su enfoque de las protestas de los indignados de España, Estados Unidos y de gran parte del mundo occidental, es la expresión de la envidia de los desfavorecidos hacia los más afortunados. Así advierte: “En una economía libre en gran medida es el mercado lo que fija los ingresos de las personas”. Totalmente cierto. No hay discrepancia al respecto. Es el triunfo de los más capacitados, de los más dichosos, de los más hábiles.
Pero para que exista una economía libre en primer lugar no puede aceptarse el monopolio, ni los métodos sucios del lucro, ni el subir hasta la cumbre pisoteando cabezas. No puede funcionar una economía libre donde las grandes corporaciones a fuer de su poder económico impongan políticos afines por medio del apoyo financiero a sus campañas y contraten turbas de lobistas para obtener leyes favorables a sus intereses particulares por encima del interés general.
No hay economía libre cuando una teoría económica se convierta en ideología, como puede ser el marxismo o los dogmas de la Escuela de Chicago. La economía socialista ha demostrado su incapacidad de generar desarrollo y riquezas con su rasero social de la igualdad y su resultado final de pobreza generalizada y negación del principio básico de la libertad personal. Pero, el neo liberalismo ha comenzado a mostrar su fracaso desde el concepto social. Las políticas neoliberales consagradas como dogma ideológico han sido la causa eficiente de la gran crisis económica que sacude todos los mercados y estremece a todas las bolsas de valores.
El marxismo, como doctrina económica debe rechazarse. El neo liberalismo, reflejo moderno del laissez faire llevado prácticamente hasta la anarquía y la negación del Estado como poder de equilibrio de la sociedad políticamente organizada, requiere ser revisado, reformado. No puede admitirse que el uno por ciento de la población imponga la dictadura mercantilista sobre el resto de la nación.
Nacemos ─ nos dice Montaner ─ con una innata percepción de la justicia distributiva”. Tal vez sea esto verdad; pero no una verdad absoluta, si es que en este mundo de verdades relativas pueda haber una. Si yo, empleado, digamos en un supermercado, como cajero, no me resiento porque el supervisor reciba un salario superior al mío, tengo que reconocer su experiencia, sus años de servicio, su capacidad para dirigir y administrar. Mi innata percepción de la justicia distributiva me hace aceptar que el supervisor gane más que yo.
Si Oprah Winfrey con su programa televisivo gana 290 millones de dólares, el trabajador que limpia el estudio de TV no se sentirá furioso ni indignado porque ella gane diez mil veces más que él. Ese empleado de limpieza tiene muy clara la justicia distributiva.
El cajero del supermercado y el trabajador de limpieza en el estudio de TV, indignados ahora, no lanzan sus ataques contra “los novelistas James Patterson (88 millones de dólares anuales, el escritor que más gana en el planeta) y Stephen King (28 millones), del tenista Rafael Nadal (31 millones), del beisbolista Alex Rodríguez (38 millones), del astro de soccer David Beckam (40 millones), del golfista Tiger Woods (75 millones) y de los directores de cine David Cameron (257 millones), George Lucas (170 millones) y Steven Spielberg (107 millones)”. No critican las ganancias de Steve Jobs. Ellos no le negaron oportunidades al resto de la población; ellos no impusieron primas desorbitantes para un seguro de salud; ellos no reclamaron recortes en los beneficios sociales como el Medicare, el Medicaid y la seguridad social; ellos no se aprovecharon de las altas tasas de interés para las tarjetas de crédito, ni especularon vergonzosamente con leoninas hipotecas y ellos, seguramente pagan sus impuestos.
Es cierto como apunta Montaner que la economía libre “no busca la distribución equitativa de los ingresos, sino el éxito material de quienes por su talento, suerte, conexiones, por lo que sea, siempre que cumplan las leyes, acaban siendo beneficiados...”. Una fría verdad como las matemáticas, pero en fin una verdad. Desgraciadamente hay muchos que han obtenido el éxito material “por lo que sea” empleando métodos que en la práctica, por falta de una legislación al respecto no fueran ilegales pero sí totalmente inmorales.
¿Qué reclaman los indignados? No piden salarios iguales para todos, no exigen el igualitarismo; no han pedido el control de los medios de producción por el Estado. No exigen la destrucción de la economía libre. Exigen decencia. Reclaman empleos. Claman por la educación; pretenden que se lleven ante la justicia a los culpables de la crisis que les sume a niveles por debajo del índice de pobreza. No es el proletariado el que se ha lanzado a las calles, es la juventud que no ve oportunidades para desarrollar sus talentos, es la clase media, son los pequeños propietarios y empresarios que cada vez ven menos oportunidades de mejorar sus condiciones económicas.
¿Contra quienes lanzan sus reproches? Contra personajes como Rupert Murdoch, contra los bancos, contra los políticos que se venden a los poderosos por el éxito de una campaña y luego le vuelven la espalda a los que les eligieron.
El alma de las protestas no son las prédicas del oportunista y miserable Michael Moore, amigo de todos los liberticidas del Caribe y Sur America, ni es, como lo declara Montaner, “apóstol de los indignados”. En todo movimiento popular que no sea de ultraderecha, aparecen los oportunistas y los agitadores antisistema, aparecen los comunistas tratando de pescar en aguas revueltas, como sucede en Chile con motivo de las protestas estudiantiles por una educación de mayor calidad.
El apoyo masivo que los indignados de España y Wall Street no lo han alcanzado porque supuestamente se irriten por las diferencias de ingresos. El apoyo internacional que han recibido se debe a que lo que a ellos les indigna es la misma indignación que por las injusticias anida instintivamente en los corazones de cada uno de nosotros.
Sin embargo, Montaner no me defrauda por completo. Tiene su opinión y la expresa con su claridad habitual; y sí, comparto totalmente con lo que casi terminando su artículo asegura: “Naturalmente, lo que está muy mal es que los gobiernos rescaten a las compañías que han perdido el favor de los consumidores y, además, les paguen sus salarios a los ejecutivos con dinero público. Eso es ir contra el mercado. Si el Bank of America decide abonarle algo menos de dos millones de dólares anuales al presidente de la institución, el señor Brian T. Moynihan, debe hacerlo con recursos de los accionistas y no con los de los contribuyentes a los que se les impuso la dudosa encomienda de salvar la entidad financiera”.

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