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martes, 27 de septiembre de 2011

Lo que cuesta un grito:

¡Abajo Obama!
¿No tienen los cubanos de hoy derecho a gritar contra gobernantes que se han hecho ancianos en el poder, y  sí era plausible hacerlo contra un dictador que ahora sabemos era un aficionado comparado con los Castro?
Roberto Álvarez Quiñones| Los Ángeles. Tomado de DIARIO DE CUBA
"¡Abajo Raúl!"

Imaginemos que en la plaza Pershing de Los Ángeles alguien grita "¡Abajo Obama!" y de inmediato es arrestado por la policía, llevado a juicio  y condenado a  siete años de cárcel. O  que los indignados en  Madrid sean enjuiciados por gritar "¡Abajo Zapatero!",  o que un chileno  vaya a prisión por decir "¡Abajo Piñera!".
Tales  encarcelamientos serían noticia en el mundo entero, y escandalizaría a la opinión pública en Estados Unidos, España y Chile.  Los medios de comunicación  cargarían contra las autoridades policiales, judiciales y gubernamentales de esos países.
En Cuba, sin embargo, en la oriental ciudad de Palma Soriano, diez personas han sido arrestadas y esperan ser llevadas a juicio por  gritar "¡Abajo Fidel!" y "¡Abajo Raúl!". Son acusadas por el gobierno de "atentado  y desorden público", y podrían recibir sentencias de varios años de prisión.

Qué ironías tiene la vida. Recuerdo que cuando de muchachón en los años 50 los estudiantes de bachillerato salíamos a las calles en mi pueblo, Ciego de Ávila, en manifestaciones contra la dictadura batistiana, tan pronto  gritábamos "¡Abajo Batista!" aparecían los esbirros policiales y la emprendían a golpes contra nosotros. Casi siempre, gracias a nuestra agilidad juvenil, nos librábamos de los "vergajazos" que nos tiraban a diestra y siniestra. Y aun así, en una ocasión me atizaron en un hombro.
Pero hay un detalle que marca la diferencia entre aquella dictadura jurásica y la sofisticada de hoy: ninguno de quienes gritábamos contra el General de entonces fuimos posteriormente  arrestados en nuestras casas y condenados a varios años de prisión. Además, nadie pudo imaginarse que Fidel Castro, a quien percibíamos como el líder que traería de nuevo la democracia al país, devendría dictador también,  mucho peor que Batista —y por medio siglo—, o que gritar contra él en la calle costaría ir a la cárcel.

Es difícil de entender cómo personas en la Isla que tienen edad suficiente para haber gritado "¡Abajo Batista!", dictador por siete años, pueden apoyar a dos gobernantes que ahora envían  a prisión a quienes gritan contra ellos por tiranizar a Cuba durante 53 abriles. ¿No tienen los cubanos de hoy derecho a gritar contra gobernantes que se han hecho ancianos en el poder, y  sí era plausible hacerlo contra un dictador que ahora sabemos era un aficionado comparado con los Castro?
Lo cierto es que por una orden de la Fiscalía Provincial de Santiago de Cuba, se dispuso el encarcelamiento de estos diez opositores de Palma Soriano en las prisiones de Aguadores y Mar Verde, para ser llevados a juicio. Seis de ellos ya sufren prisión desde el 28 de agosto. Los otros cuatro fueron detenidos hace unos días.

Y no pasa nada. Los cubanos ni siquiera se han enterado de que esos compatriotas están presos o esperando un juicio. Esa es un "pequeña" diferencia entre la democracia y el totalitarismo, pero que lamentablemente la mayoría de los medios de esas democracias pasan por alto. Es como si esos atropellos e injusticias no tuviesen lugar, no existiesen.
Esa es una de las caras más tristes del drama cubano, la indiferencia bastante común ya en  Occidente, salvo honrosas excepciones. Es lamentable la complacencia de muchos gobiernos democráticos, y la complicidad abierta de regímenes que aunque vieron la luz gracias a procesos electorales, hoy son autoritarios de pies a cabeza.
Lo peor, claro está, es que todos los medios en Cuba son propiedad del gobierno, por lo cual nadie jamás se entera de nada que no le convenga al régimen. Para vergüenza que siempre será un baldón en la historia de Cuba, una de las decisiones tomadas por Castro muy tempranamente al asumir el poder fue suprimir la regla de oro del periodismo cubano enunciada por José Martí, de que "la palabra es para decir la verdad, no para encubrirla", y la sustituyó por una tomada prestada del filósofo William James, padre del cinismo pragmático estadounidense, que postula: "Sólo es verdad lo que me es útil".
Con este paradigma mediático, en Cuba lo que no le conviene a los Castro es mentira. Y lo que es falso, pero resulta útil, es verdad. Decir la "verdad verdadera" en la Isla, por tanto, es un crimen. Y gritar abajo Fidel, o Raúl, lo es.
Como consecuencia de esta "ética" tan especial, los cubanos de la Isla no suelen enterarse de nada realmente importante, y sí de todo lo que le conviene a la dictadura, especialmente lo que proviene de la propaganda que diseña magistralmente el Departamento Ideológico del Comité Central del partido.

En La Habana, algo "inconveniente" que sucede en San Miguel del Padrón no se sabe en el Vedado, y viceversa. Nunca antes la realidad del mundo en que vivimos fue tan negra y tan blanca como en la Cuba castrista, donde los matices no existen: el capitalismo es malo, y el socialismo es bueno. En el medio no hay nada.
A las Damas de Blanco, célebres ya globalmente, la mayoría de los habaneros no las conoce, no sabe nada de ellas. No tienen cómo. Sólo las conocen físicamente las pocas personas que las han visto desfilar alguna vez.
¿Cómo es posible apoyar de buena fe  a un régimen antimartiano que oculta la verdad y ensalza la mentira, que envía turbas paramilitares o a la propia policía a apalear o empujar a mujeres en la vía pública, y a hostigar o incluso dar palizas a los disidentes políticos?
¿A qué sabe ser defensor de un régimen que califica de traidor a quien disiente, y pretende hacer creer que el 100% de la población lo apoya,  y que quien discrepa políticamente es un mercenario pagado por Washington? ¿Es eso creíble para personas con sus neuronas sanas?

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