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sábado, 10 de septiembre de 2011

El kitsch como pose

José Hugo Fernández

No abundan espectáculos tan kitsch[1] o demodé o cursis como el que nos brinda Mariela Castro al querer monopolizar los sentimientos y las aspiraciones de los homosexuales cubanos (tan maltratados y humillados por el machismo-fidelismo del régimen), para reencaminarlos en el maquillaje de la historia de su casta tiránica.

Kitsch o demodé o cursis son también, y a lo grande, la hojarasca y el ringorrango que se gasta Eusebio Leal en sus mayestáticos discursos; la pretendida preocupación de Alicia Alonso por la suerte de los perros callejeros de La Habana, aunque no por la vida de perros que enfrenta la gente de a pie; o los finales de la Mesa Redonda con las notas de Imagine, único contexto donde se ha conseguido que esta pieza de John Lennon suene desfasada y ridícula.

Ya quedó advertido que los regímenes totalitarios son, además de lo demás, exponentes brutales del kitsch o lo demodé o lo cursi. ¿Existe acaso algo más espurio y fuera de onda que un tirano con ínfulas de salvador de la patria o del mundo? Pero son así esencialmente, sin que tengan que esforzarse para serlo.

La impostura y, en consecuencia, tal vez lo nuevo, es este subproducto del kitsch totalitario que se exhibe hoy en ciertos medios intelectuales y artísticos de La Habana, y que puede ser sintetizado como el esfuerzo por dar patente oficial a un humanismo y a un progresismo político que mientras contradice en su fondo el comportamiento de la dictadura, superficialmente edulcora su real naturaleza.

Resumiendo las muchas definiciones que existen sobre lo kitsch, aplicado a casos como el de marras, el novelista checo Milán Kundera puntualiza que es la necesidad de mirarse en el espejo del engaño embellecedor y reconocerse en él con emocionada satisfacción.

El concepto es cabal, pero no es seguro que esto sea lo que mueve a la claque de los nuevos progres habaneros, o no completamente, o no a todos. Como impostura al fin, su actual tendencia al kitsch y a la grotesca cursilería, más que responder a egos vanidosos, parece ser proyectada desde la mezquindad, desde la burda astucia de los pícaros ante el imperativo de sobrevivir.

Las floridas muelas con acento ecologista y pacifista que debemos sufrir hoy los televidentes en Cuba, luego de asistir a una inclemente agresión de varias décadas contra el suelo y la flora y la fauna nacionales, o luego de perder tanta sangre familiar y tanta oportunidad de desarrollo económico en aventuras bélicas a lo largo de medio mundo, pueden parecer una burla a nuestra sensibilidad e inteligencia. Y es lo que son, ni más ni menos: kitsch de bajo presupuesto.

La supuesta identificación con sus raíces populares y humildes, sobre la que suelen alardear el actor Jorge Perugorría (criador de puercos y hacedor de colas en el bar Sonia, de Lawton, para comprar cerveza barata, según entrevista en el programa televisivo Con 2 que se quieran…, abril 15 de 2011), o el pintor Kcho (dice que el país no le cabe en el pecho, que lo aprendió de Fidel, a quien considera un faro, según La Jiribilla, 18 al 24 de septiembre de 2010), no es solamente artimaña publicitaria con la que hacen la pala al régimen, al presentarse como avanzada representatividad oficialista del pueblo. También es cursilería de rancia factura, en tanto subproducto del kitsch totalitario.

Otro muy conocido teorizador de lo kitsch, Theodor Adorno, afirma, más o menos, que ante esta chapuza con disfraz ético y estético, se torna imposible trazar una línea entre lo que es verdadero y lo que es simple basura sentimental.

Y de nuevo una definición tan atinada parece quedar corta para identificar el fenómeno tal y como hoy tiene lugar en La Habana. Porque al margen del arte (aunque ligado a éste en amplia y triste medida), lo kitsch, lo demodé, lo cursi que practica la claque habanera en cuestión, aunque no es verídico sino todo novelería, y no obstante ser basura sentimental, en realidad va más allá, como cuatro pueblos. Es trampa. Más tramposa y más kitsch cuanto más solemne se proyecta.


[1] La palabra kitsch define al arte que es considerado como una copia inferior de un estilo existente. También se utiliza el término kitsch en un sentido más libre para referirse a cualquier arte que es pretencioso, pasado de moda o de muy mal gusto.

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