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sábado, 17 de septiembre de 2011

Con zapatos de plomo

"El miedo que llevamos los cubanos, es el miedo adquirido por años, miedo al Estado, a la delación del vecino, a que nos tomen fotos en una manifestación o nos graben criticando al gobierno de la Isla. El miedo no está dentro de Cuba, el miedo está dentro de nosotros. Es el miedo al aparato hostil e inexpugnable, al poder gigantesco que nos engulle y desecha nuestras ansías reales, al poder que prohíbe nuestra libertad y nos hunde en las tinieblas del permiso para entrar y salir de la Isla, dejando a nuestras familias de rehenes". (Mijail Bonito Lovio, Abogado cubano nacionalizado chileno. LA LÓGICA DEL MIEDO)


José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Debe haber sido monseñor Pedro Meurice, hombre sabio y cubano ejemplar, el primero en servirse del término “lesión antropológica” para resumir ese estado de permanente pavor, mansedumbre, atonía mental y traumática impotencia que ha caracterizado durante demasiado tiempo nuestra posición ante la dictadura.

Quedó dicho así que no basta el miedo (aunque también se incluye, en comprensible medida) para explicar este raro comportamiento de millones de personas que a lo largo de medio siglo, que es toda una vida, no se atrevieron a expresar en público siquiera una frase, un simple nombre, renegando del tirano.

Sin embargo, al mismo tiempo, partían como si tal cosa a morir peleando en guerras lejanas y ajenas, aun sin preguntar previamente sus razones y objetivos, sólo porque se lo ordenaban. Además de pelear entre ellos como lobos, y de matarse unos a los otros por causa de simples naderías domésticas, igual que cualquier otro habitante de este mundo al que llaman civilizado.

Claro que por certero que resulte, el término “lesión antropológica” no alcanza para describir el fenómeno. Tampoco es su finalidad. Apenas procura designarlo.

A los historiadores, politólogos, psicólogos sociales y creo que sobre todo a los psiquiatras, les tocará algún día desmenuzar los hechos en busca de juicios conclusivos –a ver si los hallan- en torno a esta especie de lobotomía de la voluntad y de la conciencia que se nos aplicó, con mano maestra, logrando efectos que parecían irreversibles. A un punto que sólo después de muchos años, y aplastados por el cúmulo de los fracasos, recién comenzamos a notar que no lo son.

No obstante, recuperarse de tamaña debacle no será un asunto de hoy para mañana.

Es algo que no debieran perder de vista quienes pecan de excesivo apuro y de ansiedad ante las manifestaciones de descontento popular y de denuncia que hoy se registran en Cuba. Incluso aunque éstas aumenten y se propaguen según pasan los días, a tono con la crisis sin salida en que se encuentra el régimen, y también con el empuje de las noticias que nos llegan desde el exterior.

Obviamente estamos ante el inicio del fin de una pesadilla que hasta ayer de tarde no mostraba la cola. Pero sería iluso suponer que ese fin nos aguarda detrás de la puerta. Y aún peor, puede resultar frustrante creer que conseguiríamos precipitarlo sólo con aislados toques de cacerolas y muy puntuales (así que todavía excepcionales) muestras de valiente rebeldía en las calles.

El movimiento de oposición pacífica en Cuba acredita hoy, quizá como nunca antes, haber alcanzado la madurez y estar estratégicamente organizado para enfrentar las circunstancias. Además, se robustece a ojos vista. No sólo con nuevos miembros, también con nuevos métodos, y hasta con una nueva visión de su papel.

La prensa independiente refleja con asiduidad novedades en la dinámica de la disidencia.

Crecimiento, en número y diversidad, de las expresiones de protesta en las calles, lo cual mantiene en jaque constante a las fuerzas represivas. Nombres y rostros desconocidos, en particular de mujeres, que aportan tónica original entre los manifestantes, no sólo por lo que hacen y cómo, sino también por lo que demandan.

Desentumecimiento de la desobediencia pública, tanto por el lado de los opositores como por la población. Aumento creciente de los arrestos policiales (sólo en los primeros días de septiembre la Comisión de Derechos Humanos ha contado más de 100), sin que ello implique disminución de los brotes de disconformidad. Ahora mismo tiene lugar una muy significativa marcha opositora desde el oriente hasta el occidente de la Isla, con relevos en cada provincia…

Lo mejor es que el movimiento opositor demuestra estar resuelto y en posesión de una táctica para llevar contra las cuerdas a la dictadura mediante sus propios recursos, sin esperar (porque ni ellos ni la gente la desea) una intervención militar desde afuera.

Y ésta precisamente puede ser una mala noticia para los ilusos y los precipitados irreflexivos. Al menos de momento, mientras la evidencia no los persuada.

Derrumbado por sí solo como está, en picada libre y sin remedio, el régimen probablemente gane más de lo que pierda si le nublan el cielo de aviones y las costas de marines estadounidenses. Históricamente por lo menos ganaría. Mientras que la mayor pérdida iba a ser para los cubanos de a pie, encargados de poner los muertos, como siempre, y de sufrir otras consecuencias posteriores.

No es que al régimen no le asuste la perspectiva de una intervención militar extranjera. Lo apreciamos a diario. Pero por lo mismo, tal vez sea para lo único que está preparado y ante lo único que aun conservaría intacta cierta capacidad de respuesta. Si bien no en el plano militar, sí en lo tocante a su capacidad de movilización de organizaciones internacionales en busca de apoyo, posando de víctima junto al pueblo de un ataque contra la soberanía del país.

No es gratuita la parafernalia de declaraciones y de acuerdos conjuntos que destrenzan por estos días los chavistas del ALBA para condenar la presencia de la OTAN en Libia. Al margen de simpatías por afinidad y de sinuosos compromisos políticos y económicos, que también los hay, en la fea jeta de Gadafi, y en la del cúmbila de Siria, el pretendido socialismo del siglo XXI ve arder las barbas de su vecino en Cuba, que en este caso, más que vecino, es su adalid.

No hay por qué dudar que ante una intervención extranjera en la Isla, una porción bien considerable de la comunidad latinoamericana ─ incluida la mayoría de sus gobernantes ─, ha de exteriorizar su desacuerdo, al margen incluso de antipatías políticas. Y todavía más mientras más violenta resulte la intervención.

Así que otra mala noticia para los ilusos y los precipitados irreflexivos es que el gobierno de Estados Unidos (y el de Obama muy en especial) difícilmente estaría dispuesto a buscarse ese rollo dentro del continente americano, como calamidad agregada a las muchas que hoy enfrenta dentro y fuera del territorio nacional.

Estamos solos (físicamente hablando) y en medio de la plaza frente al toro. Pero tal vez no sea para lamentarlo, ya que como dice el dicho, todo lo que pasa conviene.

Nadie sino nosotros ha sido responsable del desbarranque económico y moral a que nos llevó la dictadura. Y no parece atinado, ni éticamente aceptable que no seamos nosotros mismos, y a nuestra manera, quienes deshagamos el entuerto.

No ocurrirá en un santiamén. Aunque tampoco puede demorarse mucho, pues esto no da ya para mucho más. Con el norte perdido, sin brújula y sin capacidad no digamos para enderezar el rumbo, ni siquiera para ver por donde recula, la dictadura no dispone de ninguna otra disyuntiva que no sea levantarse a diario cavilando, a ver qué nueva maniobra inventa para alargar su agonía.

Lo que nos corresponde entonces es terminar de aplicarle cura de caballo a esa lobotomía de la voluntad y de la conciencia que a lo largo de varias décadas fue reduciéndonos como seres pensantes, o al menos como caribeños con sangre en las venas y protestones por naturaleza, hasta convertirnos en modelo de un tipo de conservador realmente insólito, el que se resigna a ser amarillo todos los días de su vida con tal de no ponerse rojo ni por un solo minuto.

Hoy, insisto, como nunca antes, nuestro movimiento de oposición pacífica nos está prescribiendo un buen remedio para esa lobotomía. La clave no está en correr a la desesperada, sino en avanzar pisando fuerte, como con zapatos de plomo.

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