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miércoles, 10 de agosto de 2011

Y hablando de experimentos castristas...

Mario J. Viera.  Englewood, Florida.

Uno de los experimentos que mejor resultados le diera al castrismo fue el que, muy temprano decidiera eliminar del cheque que recibían los trabajadores la parte que mostraba los impuestos que se deducían del mismo. Con esa decisión se escondió la carga impositiva que pesa sobre los trabajadores y se creaba la ilusión de que el gobierno no hacía descuentos en los salarios.
Ahora se mostraría como que el gobierno se lo daba todo gratis al contribuyente. Parecería que el trabajador no contribuía al sostenimiento del aparato gubernamental sino, todo lo contrario, que la generosidad del socialismo satisfacía todas las necesidades de la población de manera graciosa. La asistencia médica “gratuita” y por ello el trabajador debía estar agradecido a sus benefactores y no reclamar aumentos salariales o quejarse por el salario que recibía. La enseñanza “gratuita” en todos sus niveles, porque eso, es la ilusión, lo paga el gobierno no el contribuyente; en el cheque no aparece esa deducción fiscal; ¡No aparece ninguna! Por lo tanto, en Cuba no existen contribuyentes para reclamar el conocer en qué se emplea su dinero; no existen aparentemente.
Entonces se crearon catorce provincias, ocho más que las que históricamente existían en el país con todo su aparato administrativo. Un gran gasto sobre la economía nacional y contra los salarios de los trabajadores, pero nadie se percataría que el Estado le estaba robando la famosa plusvalía porque no aparece en el cheque lo que se descuenta en impuestos.
Ahora la nueva genialidad gubernamental. La división de la antigua provincia de La Habana en tres provincias: Ciudad de La Habana, Mayabeque y Artemisa, ambas con partes que antes pertenecían a las provincias de Pinar del Río y de Matanzas.
Como hay que informar al pueblo o más bien, desinformar, a nivel nacional y en todas las provincias había que crear nuevos periódicos. Ya las dos nuevas provincias tienen sus órganos “informativos”, Mayabeque y El artemiseño.
Por supuesto estos medios estarían liberados de esa lacra de las sociedades burguesas, los anuncios comerciales. Solo reportajes, noticias y artículos de opinión que siempre coinciden con la opinión del gobierno. ¿De dónde sacan los recursos para mantenerse en circulación? ¡De sus suscriptores! Ahí está la ilusión. ¿Cuánto se paga por un ejemplar? Digamos veinte centavos, Bien ¿Cuánto paga el medio por una tirada, por papel, tinta, impresión, circulación? ¿Cuánto paga en salario por su cuerpo de redacción, empleados de oficina, empleados de impresión? ¿Cuánto paga en insumos como por ejemplo la electricidad?, en fin, ¿Cuál es el costo de cada tirada diaria? Es imposible que lo pagado por los suscriptores pueda cubrir todos estos costos.
Pregunto de nuevo ¿De dónde salen sus recursos, sino hay comerciantes que pagan por los anuncios comerciales? ¿Del gobierno? Sí, del gobierno y el gobierno obtiene sus recursos de lo poco que puedan producir sus ineficientes, a veces incosteables empresas y, en última instancia del cheque del trabajador.
Como ya no pueden extraer más dinero del bolsillo del trabajador, el gobierno se las juega todo al turismo internacional y los beneficios que de esa industria se obtiene, se dilapida en mantener todo el aparato administrativo y represor del estado socialista y no da para más.
La Habana 52 años después

La maravilla del socialismo. En apariencia, el pueblo no paga nada por la manutención del gobierno parasitario y sin embargo es el pueblo glorioso el que construye su socialismo, sin gastar nada de su bolsillo, enfrentado al imperialismo. No importa que La Habana fuera cincuenta años atrás una hermosa y moderna urbe y hoy sea una triste y ruinosa ciudad que parece haber sufrido un terrible bombardeo, el gobierno no tiene recursos y su pueblo es pobre, paupérrimo, tercermundista.
Hiroshima 66 años después

El trabajador cubano debiera preguntarse qué ha hecho con su dinero y comparar. Comparar en qué ha devenido su país cinco décadas después y comparar que ha sido de la ciudad japonesa de Hiroshima seis décadas después de haber ser destruida por una explosión atómica. Comparar lo que se logra en una nación donde los trabajadores contribuyen al fisco y no gozan de las bondades del socialismo, las conclusiones darían motivo para llorar.

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