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sábado, 30 de julio de 2011

Cuando el salario es de miseria

Amarilis Cortina Rey
De "shopping" en La Habana

Managua, La Habana, (PD) La mano de Ileana sujetaba fuertemente los dos billetes de 20 dólares que le regalara su tía, una anciana que recientemente llegó desde Miami a visitar la familia que hace años no ve.

Mi tía allá está retirada, pero mira, puede regalarme este dinerito para compartirlo con mi hija. Y ahora estoy como la cucarachita Martina de aquella fabula que contaban nuestras abuelas y que hoy se hace más realidad que nunca”, decía mientras observaba el dinero.

Ileana es enfermera, pero cría cerdos para aumentar sus exiguos ingresos. Afirma que con el dinero de la venta de esos animales, ha podido arreglar su casa. “Porque si no, ¿de dónde? Con mi sueldo malamente comemos unos días al mes”, comenta mientras habla de sus planes con el dinero que le regaló la tía.

Este dinerito me ha caído del cielo. Ahora lo que más falta nos hace es jabón para bañarnos y champú. Pero mi hija quiere comprarse una crema para revitalizarse el cabello.”

Y pregunta en tono gracioso: “¿Te imaginas? Crema para el cabello…Gastar el único dinerito que tenemos en eso, cuando lo que se debe hacer es comprar aceite de comer. Ah pero no te preocupes, que se compre la crema y que se coma los huevos fritos con agua.”

La enfermera y su hija, viven en una casa antigua que a duras penas han podido reparar. Ahora la joven de 14 años, aspira a que su madre salga del país a trabajar en una misión internacionalista, para que pueda traerle ropa, zapatos y dinero para pagar las fotos de sus próximos 15 años.

“Y no me va a quedar más remedio. Eso lo he pensado mucho y voy a tener que hacerlo. Con una misión puedo traer muchas cosas que aquí ni pensar en poder comprar. Sobre todo, cosas para ella. Lo único malo es tener que dejarla sola. Pero bueno hay que arriesgarse. No se le puede dejar todo siempre a la tía.” Y termina su conversación con una sonrisa.

Cuando el trabajo no es retribuido, muchas aspiraciones quedan en suspenso y la motivación se pierde aunque el trabajo sea una profesión tan importante como la de ayudar a salvar vidas.

María tenía a su pequeño de cuatro años con fiebre. El tratamiento indicado por el médico era inyectarle penicilina. Y a eso llegó a la policlínica de su localidad. Afirma que llevaba consigo hasta una jeringuilla desechable.

Cuenta que al ver el método, la enfermera exclamó: “Pero eso no es aquí, las penicilinas se ponen en los médicos de las familias.” A lo que la madre del niño ripostó: “¿Y dónde tú crees que yo voy a encontrar a esta hora de la noche un consultorio para ponerle la inyección al niño, que es en este momento que le toca? Si no inyectas a mi hijo, tendré que ir a ver al director de este centro.”

Refiere María que ante la amenaza y de mala gana, la enfermera tuvo que inyectar a su hijo. “Fue una simple inyección y costó trabajo. Pero sin embargo, cuando están de misión, fuera de Cuba, no hay que rogarles tanto para que atiendan a un paciente. Parece que el lugar estimula para cumplir con el deber.”

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