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viernes, 15 de julio de 2011

Crónicas desde la prisión

De toda la producción periodística de Félix Navarro  que garabateara desde el Destacamento 3 de la Prisión Provincial de Canaleta en Ciego de Avila escogí las cuatro crónicas que publicara en su blog “Voces tras las rejas” a partir de enero de 2010. Son breves notas que sin embargo expresan todo el dolor que se sufre en Cuba redactadas con una ágil y sentida prosa,

Frente al paredón (1)
Felix Navarro
3 de enero de 2010. Voces tras las rejas

He leído varias veces el Fausto, línea a línea, letra a letra y no lo logro entender. Voy a refugiarme entre lágrimas que me suscita El Quijote, quizás porque no sea más que un Alonso Quijano en la trama de otro. Aprieto mis sienes tratando de no escuchar, pero los gritos del  acto de repudio pasan más allá de lo que mis dedos pueden topar. Los golpes en la puerta dados por las piedras, los huevos podridos, el excremento, arrancan de mis ojos dos lágrimas más. Los carteles en la acera de enfrente me llevan al pasado, el pasado que se repite una  y otra vez: “–¡Paredón, paredón, paredón!”.
Hoy como ayer sigue siendo el mismo pueblo con la diferencia de que hoy son menos los que piensan y arrastran y son más los que se dejan arrastrar. Quién podrá borrar de nuestra historia a aquellos jóvenes que desde el mismo triunfo de la Revolución cubana, como profetas,  se dieron cuenta de adónde íbamos a parar: Manolito, Luis, José, Germán…Germán…caramba, Germán.
Jamás se podrá olvidar aquella tarde, quedará en el tiempo, cuando en el medio del batey poblado reunieron a toda la comunidad. “–Hemos cogido a esos revoltosos, que tiraban las proclamas y los cartelitos”. “–¡Que los saquen, que los saquen…!”– decía la turba, “¡Que los saquen!”,  y corrieron a las casas en busca de mesas de comedor para improvisar una pequeña tarima-plataforma. También estaba Elvira que agitaba los brazos y era como si fuera la directora de aquella orquesta. “–¡Paredón, paredón, que le den paredón!”, “–¡Que lo saquen, que lo saquen!”, continúa gritando la turba. “–¡Que lo maten!  ¡Paredón, paredón…!” –continúa gritando…
Hasta allí llegó un oficial de poca graduación,  pero que para los primeros tiempos de los años sesenta de aquel pasado siglo era como una gran divinidad, teniente no más, y pidió la calma: “–Ustedes lo han pedido”. Del jeep fue descendido Germán, que no llegó a subir a la plataforma. Ya la turba no miraba al oficial, ni al detenido. Todos asustados asistían a Elvira que se había desmayado.”–¡Agua,  agua; aire, aire…!”, se lograba escuchar. “–Ya vuelve, ya vuelve”, decían. Ella tomó sus manos y las apretó con fuerza en forma de cruz sobre su pecho: “¡Dios mío, Dios mío, mi Dios, he pedido que lleven a mi propio hijo frente al paredón!”

Frente al paredón (2)

Aún resuenan en los  oídos aquellas palabras  de un largo y pesado discurso a mediados del año 1960:

”(…) Vamos a crear un sistema de vigilancia colectiva”.

Un tipo de seguridad estatal como las SS nazis, un sistema de grupo colectivo donde tú vigilabas a tu vecino, pero que a la vez ese propio vecino u otro se encargaba de vigilarte a ti.

Muchos lo recuerdan, los de aquí y los del exilio. Venían vestidos de civil a recaudar información; así Antonio, un vecino más, refería lo visto que para él era sospechoso. Una tarde que debía asistir a su casa no llegó, y su vecino se percató. Antonio fue detenido; más tarde supo que aquel que llegaba a su casa, a quien debía informar, también había sido detenido. Antonio tuvo más suerte, no lo fusilaron y doce años de su vida pasó entre sufrimientos y dolor. Antonio tomó la decisión y se marchó; no quería que sus hijos vivieran lo que ya no era otra cosa más: rencor y odio.

Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) se hicieron públicos y ya se sabía quiénes eran sus miembros, y entre estas hordas no se suscitó el respeto. Entre ellos se desató el terror, que hizo de un pueblo aguerrido una masa amorfa, desde donde sale con el simple objetivo de salvarse él y su familia, las ventas al diablo.

Con cuánto dolor siento escuchar que Venezuela y Ecuador marchan por el mismo camino. Lloro al pensar en la división de las propias familias, en la pérdida de ese valor humano que llaman amistad, en el olvido obligado de las iglesias, y me parece ver a sus gobiernos perpetuarse en el poder, pues a ellos sólo les interesan sus propios intereses, elevando a sudor y lágrimas –no importa de quién– su ego personal. Ríen con ello como si todo fuera una gran comedia, no les  importa, no, colocar a sus pueblos frente al paredón.

Frente al paredón (3)

Hace algún tiempo un amigo me dijo: “–Este es un país, Cuba, donde sólo se puede vivir  loco o borracho”. Lo miré atónito y algo perplejo. Le dije: “–Pero si es que yo no bebo…”, y me respondió:  “–¿Acaso crees que estás cuerdo?”, y no le pude replicar.

Es probable que usted piense lo poco sensato de algunas verdades que vivo a diario en mi barrio o en los comentarios de la esquina. Recuerdo a Raúl Rivero, sus artículos, sus comentarios, junto a aquella pregunta que siempre me hice: ¿Qué razón lo llevó a ello cuando dijo: “Hay chivatos en todas partes del mundo, delatores, no obstante busca entre tus hermanos quién te defiende y persigue un mejor futuro para Cuba”?

Posteriormente cayó en mis manos de ávido lector el libro titulado La gran estafa o La gran mentira de un viejo luchador, y una gran luz se abrió en mi cabeza. Uno de los métodos de lucha del comunismo es el descrédito para sus opositores, la calumnia es uno de sus ejes principales. Cuánto sufriría Andréi Sajárov  tirado en uno de los rincones, sufriendo la ignominia de ser uno de los agentes de la famosa “Checá”; o el propio Raúl, miembro de la Seguridad del estado, policía política. Hoy más que nunca los logro entender; Andréi ayer, Raúl hoy.

Cuántas tristezas sentirían ellos al ver cómo la mentira tomaba cuerpo, quién sabe si dentro de su propia familia o en el círculo de sus amistades. Verse encerrado en un círculo entre dos fuegos, como también envuelto en un gran óleo girando en formas diferentes. A Andréi sólo el tiempo y la muerte hicieron que se sacudiera la mugre que pesaba sobre su cuerpo. A Raúl Rivero, las propias hordas castristas se dieron a la tarea de limpiarlo; es prisionero de la primavera negra en Cuba y todos sabemos el objetivo que tuvo el gobierno con el apresamiento de los 75: no otra cosa más que el famoso canje con los cinco espías. Rivero y Sajárov ya son parte de esa historia bestial  y macabra. El primero vive en el exilio forzado y el segundo ya pertenece a Dios, pero aún quedamos muchos en esta larga y verde isla, que aún estamos frente al paredón.

Panchito – Frente al paredón (Final)

Francisco Feijoo (Panchito), que reside en Avenida Martí # 87, Jobabo, Las Tunas, era uno de esos jóvenes vivarachos con coeficiente intelectual más allá de lo común. Sus compañeros de aula de la Universidad de La Habana se inclinaban ante él, se hacían a un lado para dejarlo pasar y otros en forma de broma y seriedad, se quitaban el sombrero. Sencillamente porque Panchito era el primero en su clase y hacía dudar cada palabra de sus profesores, porque hasta a ellos los ponía en aprietos.

Una vez, sentado en los propios escalones del Alma Mater, se atrevió a comentar junto con aquellos que ahí se reunían: “Vivimos en una plena esclavitud”. Al día siguiente era detenido y llevado a Villa Marista. Un instructor y capitán de la Seguridad del Estado, llamado Ricardo, se dio a la tarea de interrogarlo. La soledad de la celda, los interrogatorios, los gritos, producían en el joven el objetivo propuesto. Después de varios días donde su comida era contaminada con varios fármacos para enfermos mentales, su estado físico decayó y su cerebro se desestabilizó.

Fue llevado a Mazorra, hospital para personas dementes y entre electroshocks y nuevos fármacos se desplomó. Comenzó a divagar: todos aquellos personajes de sus obras leídas, que una vez habían sido parte de su acervo cultural, se convertían ahora en realidad ante sus ojos. Con gran vehemencia atestiguaba que la noche anterior había visitado la luna. Montesquieu era su amigo personal o que había compartido la celda con el propio autor de El  Príncipe o del manco de Lepanto.

No había que hacer nada más. Panchito no era Francisco, sólo era un guiñapo humano; podía decir cuanto quisiera: un Hamlet, un Quijote, pues aunque dijera la verdad, ¿quién le prestaría  atención? Aunque dijera la verdad, ¿quién le seguiría? Porque nadie, absolutamente nadie, le hace caso a lo que diga un loco.

Hoy vaga por las calles de Jobabo, vestido de blanco, preguntando a todos si están leyendo la obra que él lee. Muchos lo miran y se ríen, pero pocos, pocos saben que también él estuvo frente al paredón.

Félix Navarro, prisionero de conciencia. Texto dictado por teléfono desde la prisión provincial de Ciego de Ávila, Cuba.

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