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lunes, 20 de junio de 2011

“Roma compra a los traidores pero los desprecia”. El triste final del agente “Enrique”

Manuel David Orrio, o la irrentabilidad de la delación (Primera parte)
Noticias RADIO MARTI
Manuel David Orrio renquea su pobreza por las calles de La Habana bajo un restallante sol que le hace más angustioso el andar. Va silencioso, cabizbajo. Quién sabe si recordando tiempos en que la gente creía en él y lo saludaban con afecto y no lo miraban con recelos. Marcha sólo. Lucas Garve, su más cercano amigo de la prensa independiente, no lo acompaña con su risa expansiva y sus chistes sobre la apostura del oficial “Enrique”.

Quizás soñó con un coche refrigerado –Lada, nuevecito- que le otorgara, junto a una medalla que enmohece de olvido, el Ministerio del Interior cubano, para estos días insufribles, en que la empuñadura de su bastón se baña de un sudor pegajoso y el cuerpo le clama por una gaseosa que calme la torridez del verano.

Tal vez no sepa si merece o no tal suerte y, a lo mejor, no quiera pensar por qué. Pero ya no puede fumar cigarrillos de exportación, beber cervezas pagadas en divisas, o regalarle camisas de la shopping a su hijo.

Los tiempos en que llegaban dólares del extranjero para apoyarlo en su lucha por la democracia se esfumaron junto a sus testimonios –baldíos por públicos y resabidos- en los juicios contra quienes lo habían asumido como un amigo, a pesar de las sospechas de soplón que se cernían sobre él.

Así lo recuerda Regla Suárez, quien lo acompañaba en aquellos días, y hoy puede estar rogándole al Cristo del Otero que la haga olvidar los sinsabores de un agrio amor que dejó en La Habana.

Puede, quizás, estar bajo el influjo de un extraño alborozo veraniego, viendo fluir las aguas del río Carrión, mientras, desde un puente sobre arcos de medio punto medievales, deja caer una flor y sueña con el río Almendares.

Pero es feliz -ha asegurado desde Palencia- una pequeña ciudad de Castilla y León, a unos 47 kilómetros de Valladolid, donde fue a parar arrastrada por otro amor que la dotó de visa, un plato sustancioso, un vestido decente y de ese deje cantarín con que los españoles hablan.

Regla Suárez era la esposa de Manuel David Orrio, un informante de la Policía Política cubana travestido de disidente, quien sirvió de testigo en los juicios a 75 opositores y periodistas independientes en la primavera de 2003.

Era un amor farragoso, insostenible -ha contado Regla- y se fue quebrando bajo el peso de una cotidianeidad de penurias económicas y desencuentros afectivos.

Lo que había empezado bien condimentado por los dólares que llegaban desde el exilio, se convirtió en un amargo caldo de bolsillo vacío cuando Manuel David Orrio reveló –o lo obligaron a revelar- que en realidad era el “Agente Miguel” y espiaba e informaba sobre quienes lo suponían un compañero.

Sentí mucha pena por él -ha rememorado Regla- yo lo había asumido como un disidente. Me expuse y expuse a mi hija, a mi familia. Fue un golpe muy duro. A partir de ahí empezaron los problemas, porque no le daban la atención que, yo creía, él merecía por haberle prestado un servicio “a lo que es la revolución”, pero la Seguridad del Estado es así: te utilizan, y luego te abandonan: Yo se lo dije a David en su propia cara”.

Él alardeaba entonces de ser un miembro de la Seguridad del Estado, pero moríamos de hambre y dormíamos en un colchón desvencijado -ha narrado Regla- yo tenía que “inventar”, como buen cubano, para mantener la casa porque el dinero que él aportaba no alcanzaba para nada”.

Luego se volvió muy agresivo –ha recordado la mujer- los problemas con su madre, con su tía, con su hijo, conmigo, lo sacaban de quicio. Muchas veces tuve que llamar a su Unidad, y hablar con esa gente, para que lo llamaran a capítulo, por último, llamé a la policía y lo metí preso, me agredía constantemente”.

El se había acostumbrado a vivir de otro modo con el apoyo que recibía del extranjero -ha contado Suárez-, y quedarse sin esa entrada lo afectó mucho, tanto que comenzó a beber alcohol, a enfurecerse, no podía con nuestra pobreza”.

“Hoy, desde la distancia, pienso que sí, que alguna vez David fue un disidente auténtico –ha afirmado Regla- pero por cosas de la vida, no sé cuáles, y por lo “persuasivos” que son los de la policía política, se comprometió y entonces sentí mucha pena por él, comencé a verlo desarmado, y si no lo abandoné en ese momento fue por pena, por aquello de que se debe acompañar a la pareja en las buenas y en las malas”.

Continuará...

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