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miércoles, 9 de febrero de 2011

Sucedió en el mundo árabe pero a esto es a lo que temen los cibersegurosos.

En un trabajo de DIEGO BEAS, publicado en EL PAIS  nos da una idea del poder de convocatoria que tienen las redes sociales y su impacto en las revueltas populares contra la opresión. El gobierno de Cuba se está preparando para reprimir, primero cibernéticamente al impacto del flujo de transmisión de opiniones entre los pueblos y luego con medidas policiales directas contra los blogueros y los usuarios del Twitter y Facebook en Cuba que puedan ser una amenaza para el poder omnímodo que ejerce el castrismo contra la población.

La calle conecta con la Red

 
Se miren desde donde se miren los acontecimientos en Túnez y Egipto de las últimas semanas, es evidente que ambos movimientos de protesta fueron producto de un nuevo clima social, de nuevas condiciones que no existían meses, incluso semanas, antes del estallido.

¿Qué ha pasado? ¿Qué ha permitido que se pongan en funcionamiento en un periodo tan breve mecanismos que en otras condiciones habrían tomado años, incluso décadas, provocar el tipo de reacciones sociales que hemos visto en el mundo árabe en las últimas semanas?

Se ha materializado, sencillamente y quizá como nunca antes, la trillada consigna que afirma que información es poder. Más todavía, en las últimas semanas hemos visto cómo la noción que teníamos de información en el siglo XX, jerárquica, unidireccional y asincrónica, ha dado paso a una nueva versión contemporánea mucho más explosiva: bidireccional, sincrónica y, lo más importante de todo, en Red. Tres nuevas características que lo cambian todo. Desde cómo se estructura el poder en la cima del Estado a cómo se articula el descontento social en la calle.

Cómo explicar, si no, que la primera reacción del régimen chino ante los síntomas de contagio de Túnez a Egipto haya sido censurar información en Internet relacionada con las protestas. O, ¿qué nos dice que la primera reacción del Gobierno egipcio, cuando las manifestaciones en la calle se generalizaron, fuera cortar el acceso, primero a Twitter y después a toda la Red? O, si estos ejemplos no bastaran, ¿qué nos dice que una de las primeras exigencias impuestas por Obama a Hosni Mubarak haya sido restablecer acceso a las redes de comunicación?

¿Twitter revoluciones? ¿Facebook como el nuevo catalizador de masas e Internet como agente de liberación de los oprimidos? No exactamente. La realidad es más compleja. El semillero del descontento social y la indignación ciudadana sigue y seguirá estando en la calle, en la opresión y en la incompetencia de los gobiernos.

La red, y una capacidad nunca antes vista de organización, han dotado al ciudadano de una magnífica nueva herramienta que necesariamente le resta poder al Estado. Le quita capacidad de control y erosiona su monopolio sobre ciertos tipos de información. La naturaleza ubicua y descentralizada de la Red, sus múltiples nodos que casi siempre terminan encontrando una forma de circunvalar la censura y su capacidad para establecer conexiones entre millones de personas en tiempo real, están creando nuevos mecanismos que subvierten el poder del Estado al tiempo que dotan al ciudadano de nuevos canales para ejercer la ciudadanía.

El papel de los medios tradicionales, amenazado

En Túnez, recordemos, la gota que colmó el vaso fueron revelaciones de los cables del Departamento de Estado filtrados por Wikileaks que exponían las tramas corruptas del presidente Ben Ali. Y en Egipto, solo hizo falta ver por televisión que bastaba con lanzarse a la calle para derrocar a un régimen longevo y corrupto, para imitar su ejemplo y pedir la cabeza de Mubarak.

El papel de los medios de comunicación tradicionales también se ve amenazado en este nuevo ecosistema de la información. Rotas las jerarquías y pulverizado el modelo que vertebró la emisión vertical de información durante siglos, los medios tradicionales ahora se ven obligados a elegir: o rompen sus pactos tácitos con el poder o los nuevos canales les arrebatarán la legitimidad para informar. La diferencia clave en el nuevo modelo es la democratización de la emisión aunada a la velocidad que permiten las nuevas herramientas. La plaza pública se acelera y aplana al mismo tiempo. Es el poder, en otras palabras, que otorga tener acceso a la información adecuada en el momento adecuado. No importa si la plataforma es Facebook, Twitter o Al Jazeera; es el conjunto de la Red y las sinergias que provoca de donde emana esta nueva forma de poder.

Un nuevo poder que, sin duda, plantea también desafíos preocupantes: ¿cómo exigir responsabilidad a movimientos sin cabeza surgidos del caos y la improvisación que caracterizan la Red? ¿Qué sucede una vez que se consigue el objetivo trazado? ¿Se constituye en una fuerza política, se alía a un grupo ya establecido o simplemente desaparece? Preguntas difíciles a las que, por lo pronto, Túnez y Egipto tendrán que encontrar respuesta.

Las lecciones, desde luego, van mucho más allá del mundo árabe. La organización por SMS después del 11-M, la campaña presidencial de Obama en 2008, el impacto de las diversas filtraciones por parte de Wikileaks y ahora, Túnez y Egipto... parte de una misma tendencia en la que el poder de las redes ha comenzado a socavar y sacudir las certezas políticas más enraizadas.

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