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martes, 18 de enero de 2011

¿Apoliticismo? Una excusa moral

El antónimo de los apolíticos


José Hugo Fernández


LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org)
Un afilado filósofo de nuestras calles, el rockero Gorki Águila, se burla ingeniosamente de sí mismo cuando afirma que aunque a él no le gusta la política, él sí le gusta a ella. Eso es describir de un plumazo el drama del apoliticismo en Cuba, a punto de convertirse en malformación de la mente y el alma.

Por más que el régimen se haya encargado de dinamitar todos los puentes que permitían escapar al influjo de su política, somos muchos, demasiados, cada día más, los cubanos que insistimos en presentarnos o actuar púbicamente como apolíticos.

Tal vez en el fondo constituya otro modo de asumir las enseñanzas de Martí, para quien, en política, lo real es lo que no se ve. Pero esa aberración ante el autoengaño, o peor, ese intento de engañar tan flagrantemente, son ya patológicos.

Si es difícil hallar una sola familia en la Isla que no esté desmembrada y dispersa, o a la que no le falte lo imprescindible para vivir sin sobresaltos, por culpa del poder político. Si no hay familia entre cuyos miembros no se registre al menos una víctima de la violencia provocada por su política guerrerista y represora. Si este mismo poder ha llegado a mantener entre rejas a unos 100 mil  ciudadanos, entre presos políticos y comunes, luego de haber convertido el día a día en un calvario en el que resulta imposible no delinquir o no disentir. ¿Cuál sería la lógica de quienes sienten o dicen sentir indiferencia ante su política?

Es lo dicho: dadas las circunstancias, resulta una anormalidad ser apolítico en Cuba.

Claro que cada cual tiene derecho a serlo, o aparentarlo, si es lo que más gusto le da. Pero no olvidemos que cuando el derecho de un individuo se ejerce en detrimento de los intereses del conjunto, deviene la negación de lo que debiera ser.

Por lo demás, resulta fácil entender el pretendido apoliticismo de muchos cubanos de a pie, temerosos, frustrados, escépticos, asqueados, cuya única alternativa es aplicar la picardía del indefenso. Sin embargo, trastorna y parte el alma asistir al espectáculo de nuestros artistas e intelectuales (dicen que) apolíticos.

Si entre nuestra población común el apoliticismo actúa como un recurso defensivo con el que se humilla a conciencia, imponiéndose la obligación de hacer la vista gorda ante el verdugo; entre la supuesta élite de la cultura en el país representa, además de la misma humillación, una cobarde renuncia a su papel como avanzada intelectual y espiritual, y una connivencia que les desacredita.

Recientemente, a propósito de otro drama similar, el poeta Juan Gelman nos recordaba que para los antiguos atenienses el antónimo de olvido no era memoria, era verdad. Sin que sea necesario ponernos tremendistas, podemos parafrasearlos: hoy, en Cuba, el antónimo de apoliticismo no es politicismo, es decencia



No solo una anormalidad el apoliticismo, más bien una falacia

El apoliticismo, en cualquier sociedad es una falacia. Nadie se escapa de la influencia política. En ocasiones incluso la declaración de apoliticidad es una forma pasiva, expresada en términos negativos del carácter político de una persona.

Se vive en sociedad, en esa polis gigantesca en la que todos nos movemos y la influencia del entorno nos atrapa irremisiblemente. Para Aristóteles lo que distingue al hombre de los animales es “ser el único que tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de las demás cualidades morales, y es la comunidad y participación en estas cosas lo que hace una familia y una ciudad-estado”. Y clasificó al hombre como un zôon politikón, es decir, un animal político.

Algunos asqueados de las trapisondas de los politiqueros se declaran apolíticos bajo la fatalista expresión de que la política es sucia. No existe política sucia. Hay política sensata y política errada. La política es la disposición de actuar en una sociedad por medio del poder público para lograr el provecho de un grupo determinado y ese grupo puede ser toda la sociedad en su conjunto, o un sector específico de la sociedad o un partido político o una ideología dada.

La sociedad humana es un complejo de intereses y de sectores y el poder político ha de ser capaz de armonizar en un fin común los varios intereses y sectores; desconocer este principio genera conflictos.

Nadie pueda quedar impasible ante un poder político que choque con el interés particular de los individuos. Se puede ser pusilánime y ocultar la carencia de valor personal tras la máscara de la apoliticidad; pero no se deja de pensar políticamente simplemente por no atreverse a actuar políticamente.

Todos somos capaces de discernir entre lo que es nuestro bien o nuestro mal. Todos tenemos un concepto propio de lo que consideramos justo o injusto. En eso estriba el carácter político del ser social.

Como bien anota José Hugo Fernández “cada cual tiene derecho a (ser apolítico), o aparentarlo, si es lo que más gusto le da. Pero no olvidemos que cuando el derecho de un individuo se ejerce en detrimento de los intereses del conjunto, deviene la negación de lo que debiera ser”.

En el caso concreto de Cuba, todo es político o politizado. No existe ninguna esfera de la vida social o individual que no esté impregnada por la política. Desde el ejercicio del deporte hasta las íntimas relaciones de parejas, todo está politizado.

El escepticismo de muchos en Cuba ante lo que consideran político es una forma vergonzosa de actitud política, es sentirse defraudado por el ejercicio privilegiado de la política a favor exclusivo de una elite de poder, de una casta parasitaria, de un proyecto fracasado. Es la sensación de la impotencia ante un gobierno absoluto y represor.

Los grupos de jóvenes que asumen actitudes marginales y extravagantes son manifestaciones de rechazo a una sociedad inmovilista y dogmática que no les alimenta sus esperanzas ni estimula sus ambiciones.


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