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lunes, 28 de septiembre de 2020

¿BIDEN-HARRIS 2020?

 

Mario J. Viera

 


 

Todo parece indicar que la respuesta a esta inquietante pregunta debe ser un sí categórico. Todas las encuestas favorecen a binomio Biden-Harris; Alan Lichtman prevé la victoria de Biden sobre Trump; muchos republicanos se integran en el Proyecto Lincoln para votar a favor de Biden, y el último macetazo, el reportaje del New York Times, revelando los reportes de impuestos de Trump. Sí, pero no debemos llevarnos por el entusiasmo y por cosas que todavía están por ver. Ahora lo debido es votar, y votar masivamente contra Trump.

 

Pero vayamos por pasos, para no creer que todo está a la mano y que Trump con toda su familia saldrá a patadas de la Casa Blanca.

 

Allan Lichtman, no se ha equivocado en sus predicciones sobre quien ganaría la presidencia a lo largo de varias elecciones generales, desde la reelección de Ronald Reagan en 1984. Su modelo de trece llaves es clave para hacer certera la predicción. No obstante, el modelo pareció no funcionar en las elecciones de 2000 cuando optaban por la presidencia los candidatos George W. Bush y Al Gore; este último ganó más votos populares que su oponente, pero el Colegio Electoral le dio el triunfo a Bush. Pareció que también falló la predicción donde Lichtman daba a Hillary Clinton como la ganadora en las elecciones de 2016. Clinton ganaría el voto popular por cerca de tres millones de votos por encima de los obtenidos por Trump; sin embargo, el Colegio Electoral le dio la victoria a Donald Trump. En ambos casos el Colegio Electoral no se alineaba con el voto popular. Realmente, en ambos casos, el modelo de las trece llaves no se había equivocado del todo, pues el voto popular fue ganado, tanto por Al Gore como Hillary Clinton.

 

Ahora Lichtman prevé como ganador a Joe Biden con 7 de las 6 llaves sobre las que se fundan sus predicciones. ¿Podemos sentir como segura la victoria de Biden sobre Trump basándonos en la credibilidad de los pronósticos de Lichtman? No del todo.

 

La base sobre la que Lichtman levanta su sistema de las trece llaves, es la del “pragmatismo” de los votantes estadounidenses, y esta condición esencial está bien lejos de ser la característica que, en este 2020, sea la guía para animar el voto. El momento que vivimos es el marcado por una polarización jamás antes vista dentro de la sociedad de Estados Unidos. La pasión ahora predomina sobre el pragmatismo; más que pragmatismo, hoy son los conceptos ideológicos los determinantes. Pasión y hasta fanatismo, y Trump no se cansa de asustar con el fantasma del comunismo, que ve en cualquier contexto. Las manifestaciones promovidas contra el racismo por el movimiento Black Lives Matter, en muchas de las cuales han actuado elementos provocadores, planteando violencias, y actos de vandalismo y de pillaje, le dan base a Trump para hacer creíbles sus mentiras.

 

¿Que Donald Trump Donald Trump pagó solo la ridícula suma 750.00 dólares en impuestos federales sobre la renta en 2016? Quizá en otro contexto, en otras circunstancias que las ahora prevalecientes, hubiera sido demoledor para las aspiraciones políticas de cualquier candidato. Sus partidarios no les prestarán la mayor importancia a tales revelaciones y aceptarán complacidos la excusa alargada por Trump de que se trata de “fake news”. ¿Qué él y sus empresas durante dos décadas, no pagó impuestos sobre la renta en 10, en gran parte porque informara más pérdidas que ganancias? ¡Qué importa, para muchos, son recursos de un hábil empresario!

 

Según el diario español El País, “Una de las bazas que jugó Trump en su carrera a la presidencia era la de presentarse al mundo como un empresario de éxito, un emprendedor hecho a sí mismo, que si había conseguido construir un imperio lograría también sacar lo mejor de un país como Estados Unidos. Algunos análisis hechos en su día ya desmitificaron este retrato, pues llegó al negocio de la mano de su padre, ya un constructor millonario, y su patrimonio tampoco se multiplicó por encima de lo que lo había hecho el propio mercado con el paso de los años”. Y esta realidad, ¿cuántos de los electores la captan? Para sus fanatizados seguidores esto será noticia de pocos días, sin valor para ser retenida en sus memorias.

 

De nuevo Trump repetirá lo que viene diciendo sobre la auditoría que sobre sus ingresos realiza el IRS desde las elecciones de 2016: "Todo será revelado, después de que finalice la auditoría. Ellos (los funcionarios del IRS) están haciendo su evaluación, hemos estado negociando durante mucho tiempo, están siendo auditados, la historia es totalmente falsa", y añadió: "estoy deseando publicarlos, estoy deseando hacer público eso y mucho más"; pero ¿cuándo? Será cuando quiera, o quizá nunca será, pero lo dicho basta para contentar la conciencia de los ardorosos trumpistas.

 

Entonces, que el entusiasmo no nos domine. Casi estamos en guerra abierta, y las guerras se ganan con movilizaciones y movimientos de cerco al enemigo, con cálculos preciso de una estrategia bien formulada.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Bolivia en la encrucijada

 

Mario J. Viera

 


Carlos Mesa, candidato por Comunidad Ciudadana (CC), podría ser la opción democrática frente a la candidatura de Luis Arce del ahora opositor MAS. Mesa cuenta con un 26,2% de intención de voto frente al que disfruta el candidato de Evo Morales con un 40,3%. La renuncia de Jeanine Añez a su candidatura presidencial por la coalición Juntos puede aportar apoyos a las candidaturas de Carlos Mesa y de Luis Fernando Camacho del cristero Creemos; lo cual no sería suficiente para que ambos candidatos superen el apoyo de intención de voto con que cuenta Arce.

 

El gobierno cristero de la Añez, no logró cristalizar una verdadera democracia para Bolivia, su actuación frente a la crisis del covid-19 ha sido desastrosa, llegando hasta alcanzar una cifra por encima de los 130.000 contagios, además de los grandes escándalos que, como expresa El Mundo, han jalonado la labor de su gobierno.  Tal como plantea Rubén Atahuichi del diario boliviano La Razón, las frustradas elecciones de octubre del 2019, que provocaron la renuncia y exilio de Evo Morales, pusieron al descubierto las graves deficiencias del sistema democrático de Bolivia, “que ha sucumbido dócilmente — con la venia del sistema político contrario al oficialismo de entonces— a la injerencia de la Organización de Estados Americanos (OEA), a la soberbia de Evo Morales, que hizo todo lo posible para prolongarse, y a la farsa de la ‘recuperación de la democracia’ del gobierno transitorio de Jeanine Áñez, sin abstraernos de cierto periodismo de doble rasero, como de políticos, que ignoró las graves violaciones a los derechos humanos en la crisis de octubre y noviembre”.

 

Ahora Juntos está pidiendo la “bajada” de los candidatos que no tienen opción asegurada para llegar a una segunda vuelta, uno de ellos, por supuesto no es Carlos Mesa, sino Luis Fernando Camacho, el denominado Bolsonaro de Bolivia. Si los votos probables conque los que contaba la mandataria (10,6%) se sumaran a la candidatura de Mesa, más los (14,4%) de Camacho, si este renunciara a sus aspiraciones, Mesa acumularía una intención de voto favorable de alrededor del50% de la intención del voto, lo que le garantizaría poder alcanzar la victoria en la primera vuelta (superar el 50% de los votos, o conseguir más del 40% con diez puntos de ventaja sobre el segundo) o participar en una segunda vuelta electoral frente a Luis Arce, por el MAS. No obstante Camacho se mantiene firme y no pretende apartarse de la campaña electoral.

 

Cuando se produjo el atípico golpe de estado cristero en contra del presidente cocalero Evo Morales, expuse que con una Biblia bajo el sabaco no se hace política y señalé que, entonces, el periodismo boliviano vivía una luna de miel con el gobierno de Jeanine Añez, aunque dudando que esa luna de miel sería permanente.

 

El hecho real y cierto es que Jeanine Añez y el ministro de Gobierno, Arturo Murillo, han hecho todo lo posible que tuvieron a su alcance para asegura el retorno de Evo Morales a Bolivia. ¡Ojos cubanos! No podemos descartar la experiencia boliviana.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

La guerrita perdida de JFK (Fragmentos)

Del Segundo Tomo de Amigos, aliados y enemigos, un análisis crítico de la era del castrismo. Cap. XVI.

Mario J. Viera

 


Durante su campaña electoral, Kennedy había criticado fuertemente a la administración Eisenhower, acusándole de negligencia al permitir que un régimen hostil a los Estados Unidos se hubiera instalado a solo 90 millas de sus costas; sin embargo, pese a la denuncia del candidato demócrata, a lo largo de aquellos días de campañas políticas, los planes contra Castro seguían su curso, impulsados dentro de la administración Eisenhower. Ya, luego de la victoria presidencial de Kennedy, Richard Bissell subdirector de planes especiales de la CIA, asistido por Jacob Esterline, director ejecutivo de la operación, y del coronel Jack Hawkins como asesor militar, tenía elaborado el primer plan de operaciones de acciones encubiertas que sería conocido como el Plan Trinidad; así, el 11 de marzo de 1961, la CIA expondría detalladamente a Kennedy ya en la presidencia, el plan de acciones paramilitares contra Cuba que inicialmente se había proyectado.

 

Según John A. Barnes, “una vez en el cargo, Kennedy se encontró obligado a adoptar una línea dura con Cuba. Eso le situó en una inmediata desventaja para evaluar los pros y los contras del plan que la CIA había comenzado a desarrollar bajo Dwight Eisenhower para invadir la isla con una fuerza de mil quinientos exiliados cubanos” y agrega este autor: “Kennedy quería que el plan tuviera éxito, pero ─ resalta Barnes ─ como antiguo oficial de la marina, sabía que muchas cosas podían ir mal en los asuntos militares”. Dudaba en llevar adelante la operación, pero temía que los republicanos le acusaran de entreguismo si la cancelaba; y señala Barnes: “Situado entre la espada y la pared, Kennedy permitió que el plan avanzase a duras penas hasta su trágico y sangriento desenlace[1].

 

(...) La opinión internacional preocupaba a Kennedy, quería, como dice Barnes, reducir el “nivel de ruido” internacional y ocultar “la huella” de Estados Unidos en la operación; a fin de cuentas, toda la operación era un legado de la anterior administración, y si algo fallaba, su gobierno cargaría con todas las consecuencias del desastre.

 

De acuerdo con Diego Trinidad, el Plan Trinidad se le había presentado “oficialmente a Kennedy en Palm Beach a fines de noviembre de 1960, a los pocos días de su victoria presidencial. Se encargaron de ello Dulles y Bissell, quien era buen amigo de Kennedy y se mencionaba como el sucesor de Dulles cuando este se retirase. Kennedy escuchó en silencio, y los planes prosiguieron con su aparente apoyo”, y agrega Trinidad: “Kennedy fue informado sobre la versión final del Plan Trinidad el sábado 28 de enero. En esa reunión en la Casa Blanca estaban presentes el vicepresidente Lyndon Johnson, el secretario de Defensa Robert McNamara, el secretario de Estado Dean Rusk, el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Lyman Lemnitzer, el asesor de Seguridad Nacional McGeorge Bundy y varios otros subsecretarios y asesores. El director de la CIA Allen Dulles, asistido por Tracy Barnes, hizo la presentación usando notas preparadas por Richard Bissell[2].

 

En esta reunión[3], Kennedy quiso conocer cómo pensaba el Estado Mayor Conjunto (EMC) sobre las posibilidades de éxito de un desembarco en Cuba por las fuerzas que se entrenaban en Guatemala. Se requería que el EMC hiciera un estudio y evaluación del plan de la CIA y diera su opinión al respecto. El general Lyman Lemnitzer, presidente del EMC, adelantó su opinión personal señalando, que, en vista del poder de las fuerzas de Castro, los cubanos anticastristas tendrían muy pocas oportunidades de éxito. En contraposición a esta opinión, Dulles ofreció una apreciación muy optimista de la capacidad de la fuerza, para desembarcar y sostener una cabeza de playa. A esto replicó Lemnitzer alegando que, independiente de que la fuerza invasora pudiera ser capaz de ocupar una pequeña cabeza de playa, tras un relativo corto tiempo, Castro sería capaz de montar unas fuerzas poderosas contra ellos. El problema entonces sería uno, de quién vendría la ayuda para la fuerza expedicionaria.

 

(...) No obstante, el EMC hacía una importante aclaración: “Es evidente que el éxito final dependerá de factores políticos; es decir, de un gran levantamiento popular o de fuerzas de seguimiento sustanciales”. Este era el punto sine qua non para el éxito de toda la operación; una falsa apreciación sobre el apoyo popular en un levantamiento general contra Castro, algo que resultaba incierto en la zona Trinidad/Casilda y mucho menos, ni hipotéticamente, se podía esperar en la zona, posteriormente, seleccionada dentro del Plan Zapata, que se extendía, desde Playa Larga hasta playa Girón. Cuando Jack Esterline tuvo conocimiento del nuevo emplazamiento para la operación, en la zona de Zapata consideró que no era fácil para nadie entrar allí, pero cómo vamos a conseguir más reclutas y cómo vamos a ampliar este frente, porque allí no hay nadie  excepto caimanes y patos[4].

 

(...) Jack B. Pfeiffer[5] se refiere a la reunión del 11 de marzo de 1961, donde la Agencia presentó ante el Presidente, el Secretario de Estado, altos funcionarios del Departamento de Defensa y otros, el plan que había elaborado para la invasión en Cuba; anotando que, ante las objeciones planteadas por el Departamento de Estado y en la directiva del Presidente, a la Agencia ordenándole buscar otros sitios y otros planes alternativos a la operación inicialmente prevista para Trinidad.

 

El resultado fue la presentación y aprobación del Plan Zapata en el período del 16-17 de marzo de 1961, trasladando el sitio de la invasión desde Trinidad hacia la bahía de Cochinos.

 

(...) Según Carbonell, Kennedy rechazaría el Plan Trinidad “por considerarlo demasiado ruidoso y obvio en cuanto a la participación de E.U., y pidió que le sometieran en unos pocos días otro plan más discreto. Cabe señalar que el objetivo de la ‘negación plausible’ o ‘no atribución’ de ayuda norteamericana era imposible de alcanzar dada la magnitud de la empresa y la publicidad que ya habían recibido los campamentos en Guatemala. De modo que, por mantener políticamente una ficción, se le fue restando efectividad militar a la operación[6]. Sin embargo, los preparativos para lanzar la operación, a contrapelo de las precauciones de Kennedy, ya eran de conocimiento de la inteligencia cubana, alertada por informantes de Guatemala que le habían proporcionado los indicios de que algo se estaba preparando.

 

(...) En la tarde de ese mismo día 15 de marzo, los oficiales CIA, Allen Dulles y Bissell se presentaron en la Casa Blanca para dar a conocer el plan reformado al que se refiriera Bundy. Allí se reunieron con el presidente Kennedy (...) Kennedy plantearía sus dudas y sus objeciones; expresó su opinión de que serían más adecuados levantamientos a lo largo de la isla que concentrarse y atacar; quería conocer, además, cuánto tiempo se demoraría para el abandono de la zona elegida, a lo que Bissell le respondió que no menos de “alrededor del D+10”.; le preocupaba también con que capacidad se contaba para rescatar las fuerzas, y  no le agradaba, para nada, que el desembarque se realizara al romper el día, y, si se quería presentar la operación como si fuera de los guerrilleros, lo mejor sería, que las naves de Estados Unidos permanecieran, ya al amanecer, distantes de la zona de operaciones. Luego indicó que todo el plan fuera revisado y se celebrara otra reunión para la mañana siguiente.   

 

(...) Kennedy decidió continuar con los planes de Zapata, pero se reservó el derecho de cancelar el operativo hasta con 24 horas de anticipación al día D. Evidentemente, Kennedy dudaba, y pregunta al Almirante Arleigh Burke cuál era, según su criterio, las posibilidades de éxito de la operación, a lo que este le aseguró que había una cifra probable de alrededor del 50 por ciento.

 

Sobre estos aspectos, el Coronel Hawkins diría tiempos más tarde:

 

Pensamos en otro plan para Trinidad con tropas de desembarco que irían directamente a las montañas... pero no había ningún campo de aviación. Finalmente, a través de fotografías, encontramos lo que pensábamos era un campo útil ─ esto fue en el área de Zapata ─ y esto es lo que nos llevó a esa área. El plan rápidamente se armó. Comenzamos alrededor del 15 de marzo ─ después de la reunión del 11 de marzo. Un error de interpretación de la fotografía había ocurrido. Creímos que había una pista usable de 4 500 pies al norte de Zapata [presumiblemente Soplillar]. Uno de los inconvenientes era la bahía de 18 millas, lo que quiere decir que tendríamos problemas llevando a la gente en horas del día. Encontramos un campo de 4 100 pies en Playa Girón. Nunca habríamos adoptado el Plan Zapata si hubiéramos sabido que (Castro) había coordinado fuerzas que cerraría y lucharían como lo hicieron. El requerimiento del campo de aterrizaje fue lo que nos condujo a Zapata”[7].

 

(...) Barnes señala que la “junta de jefes de Estado Mayor, aunque eran tibios en su apoyo (al plan Zapata) en presencia de Kennedy, en privado desdeñaban el plan de la agencia considerándolo ‘débil’ y ‘poco riguroso’. El ministro de defensa, Robert McNamara, y el asesor de seguridad nacional, McGeorge Bundy ─ ninguno de los cuales tenía un alto nivel militar o un trasfondo en la inteligencia ─ respaldaron la idea[8]. La participación aérea sería aportada por solo 8 aviones de los 16 que previamente se habían considerado. A pesar de sus dudas, Kennedy llegó a considerar exitoso el nuevo plan desoyendo los consejos de valiosos asesores que le advertían en contrario.

 

(...) Aunque aceptando con ciertas dudas el plan de invasión, Kennedy continuaba posponiendo la fecha de inicio y discutiendo todavía sus detalles, ya que dos de sus más estrechos asesores, Arthur M. Schlesinger, a quien el novelista cubano partidario del castrismo, Lisandro Otero, denominara el Maquiavelo de Kennedy, y su secretario de Estado Dean Rusk, se oponían al proyecto.

 

(...) Las largas dadas a la ejecución del plan, colmaban la paciencia de Richard Bissell quien le reclama al presidente diciendo: “No puede dejar para mañana este asunto. Puede cancelarlo, en cuyo caso se plantea otro problema. ¿Qué hacemos con los mil quinientos hombres? ¿Los soltamos en Central Park a que se desmadren, o qué? 

 

Ciertamente Kennedy tenía una papa caliente en sus manos. Había iniciado su mandato con un plan de operaciones paramilitares, ya en fase de conclusión, elaborado durante la anterior administración y ─ como apunta Pfeiffer[9] ─, recibido en herencia “un contingente paramilitar en formación con aviones (bombardero/soporte de tierra y transporte) y una brigada de infantería que tenía probablemente la mayor concentración de poder de fuego en la cuenca del Caribe, sino en toda la América Latina”. Toda la operación estaba bajo la lupa inquisitiva de los medios. No era posible guardar el secreto de que algo se estaba preparando en Estados Unidos contra Castro; “el plan del gobierno, como diría Pfeiffer, de mantener la “plausible deniability” sobre su participación anticastrista, tenía la invulnerabilidad de la ropa nueva del emperador”.  

 

¿Qué hacer? Su Secretario de Estado está en contra del proyecto e igualmente su principal consejero, Schlesinger, lo rechaza, y él mismo tiene sus dudas. Hasta el Senador demócrata William Fulbright le ha entregado un informe donde se decía: “La invasión es un secreto a voces. Castro se ha vuelto más fuerte, no más débil. La resistencia cubana será formidable y probablemente Estados Unidos deba usar sus fuerzas armadas. En Cuba los van a estar esperando. Darle a la invasión un apoyo encubierto, es la misma clase de hipocresía por la que los Estados Unidos denuncian constantemente a la Unión Soviética. (...) A menos que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética use a Cuba como una base política y no militar, el régimen de Castro es una espina clavada en el costado. Pero no es una daga clavada en el corazón”. El tiempo estaba conspirando… la pregunta sería: ¿Contra quién? ¿Contra el éxito de la operación ya acordada o contra el mismo presidente?

 

 (...) Ya la operación no podía abortarse y Castro ganaba prestigio internacional y recibiría la solidaridad internacional. Era ahora el David enfrentado a Goliat, la sardina que no podía devorar el tiburón. El mito de Castro se fortalecía, no solo en la conciencia nacional, sino en las simpatías internacionales. Para América Latina, Cuba comunista no era la Guatemala de Arbenz, y todo, debido a los planes burdamente elaborados por la CIA, y chapuceramente impulsado por los asesores políticos de John F. Kennedy. Los expedicionarios de la Brigada 2506, serían vistos ahora como mercenarios y luego quedarían abandonados a su suerte por Estados Unidos. He ahí el peligro de confiar en potencias extrajeras para triunfar sobre una dictadura.

 

(...) Se insiste en que todo el fracaso de las operaciones de fuerza contra Castro se debió a la débil actitud de John F. Kennedy, y en parte tienen razón los que así opinan; sin embargo, esa responsabilidad se debe cargar también sobre otros hombros. Kennedy tenía serias dudas en cuanto a la magnitud de las operaciones que hacían impracticable la “negación plausible” de que Estados Unidos estaba detrás de todo aquel operativo, y quería evitar que esto sucediera a todo coste. Para nadie era secreto que en Guatemala se entrenaba una Brigada de exiliados anticastristas y que la CIA estaba comprometida en aquella actividad, como lo denunciara Raúl Roa. Dean Rusk no estaba de acuerdo con la operación tal como se había concebido y Schlesinger la rechazaba, considerando que era preferible, en lugar de decidirse por acciones drásticas, practicar la alta política propia de un estadista.

 

Kennedy decidió que se estudiaran otros sitios y otros planes alternativos para la operación, y, en solo tres días, la Task Force y el WH/4 dio su respuesta. Todo un plan estratégico y sus contingencias, resuelto en solo unos pocos días. Dulles no puso objeción alguna. Hawkins eligió una nueva zona para lanzar la operación; ¿pudieran aceptarse las conclusiones a las que arribara Hawkins para elegir la zona de Zapata? Un experto en operaciones anfibias, de la talla de Hawkins, no puede caer en la simpleza de haber elegido un campo de operaciones basado en las informaciones de fotografía, y aceptar luego, que hubo un error de interpretación de esas informaciones. Se elegía Zapata solo porque en Soplillar había un campo de aterrizaje de 4 500 pies, cuando en la zona de Trinidad había otra pista más adecuada. Hawkins no podría ser tan irresponsable para elegir una zona donde no había posibilidad de una retirada hacia las montañas, en caso de eminente derrota, que les permitiera a los invasores unirse a las guerrillas, y una zona pantanosa y estrecha sin posibilidad de impedir el avance ofensivo del enemigo como estaba previsto en Trinidad.

 

(...) ¿Fue un descuido no intencionado? ¿Se pudiera aceptar la justificación dada por el general White, que “se trataba de un cambio de ubicación, más que algún cambio significativo en el plan”? Esto no se concibe en un general de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Todo cambio de ubicación del campo de operaciones conlleva también cambios significativos en los planes.

 

Se le pudo hacer ver claramente a Kennedy, que la mejor plaza era la zona de Casilda/Trinidad, argumentos para ello había suficientes y, manteniendo esta como zona de operaciones, haber estudiado otras opciones que cumplieran con el requisito de la “plausible deniability”. Otra pregunta a la que hay que dar respuesta: Si el Estado Mayor Conjunto, como asegurara el General White, no estuvo de acuerdo con el traslado de las operaciones de Trinidad hacia Zapata, ¿por qué entonces le dio su “máximo apoyo” al Plan Zapata? ¿Por qué no advirtió al Presidente y dejó que este asumiera que todo iba bien?

 

(...) Hawkins relataría tiempo después lo que había conversado con Richard Bissell en torno a la localización de una zona que cumpliera con la condición de contar con una pista de aterrizaje. Esta zona, según él, estaba ubicada en las proximidades de la península de Zapata. “Le dejé claro a Bissell ─ declararía Hawkins ─ que, sí, que podríamos entrar allí y mantener esa área por un rato debido al estrecho acceso que poseía a través de los pantanos y a un tercio de Cienfuegos a lo largo de la costa. Ahora bien, podemos mantener esta (posición) por un rato, pero no por mucho. Por otra parte, la Brigada no tiene ninguna oportunidad de abrirse paso para salir de allí. A despecho de estas advertencias que le di, sobre los peligros militares que rodeaban a esta zona, Bissell dijo, si este es el único lugar que satisface el requerimiento del Presidente, entonces eso es lo que vamos a hacer. Y dijo, adelante y desarrolla el plan en la Bahía de Cochinos[10].  

 

Así, sin más, sin un análisis sobre aquella opción, sin atender cuanto se apartaba de las condiciones que existían en Trinidad, Bissell dio carta blanca para elaborar el Plan Zapata. Pero Hawkins agrega: “Bissell actuó imprudentemente al no defender la operación Trinidad. Si en realidad se querían deshacer de Castro, él debió defenderla, porque esta era la única posibilidad. Más adelante no defendió la necesidad de las operaciones aéreas. Yo no sabía que el presidente en realidad nunca había sido informado sobre la necesidad de la eliminación de la fuerza aérea de Castro y aparentemente no lo fue. Y yo no conocía eso. Yo resentía el hecho de que en el último momento Bissell no hubiera luchado fuertemente para preservar nuestra propia capacidad aérea y particularmente no permitir que el bombardeo final fuera completamente cancelado. Yo pensaba que nos convenía tener suficiente honor y no hacerla a aquellas tropas cubanas”. A estos pronunciamientos de Hawkins, agregaba Esterline algo que podría entenderse como una acusación: “Me veo obligado a llegar a una conclusión muy infeliz y es la de que (Bissell) estaba mintiendo por razones que todavía no entiendo totalmente. Ahora estoy convencido de eso. Pienso que el hecho de que alguien tergiversara una situación deliberadamente al máximo jefe de Estado, es algo bastante imperdonable[11].

 

(...) ¿Acaso hubo una conspiración contra Kennedy, sabiendo como es conocido que muchos oficiales CIA les eran contrarios, con el propósito de hacerle cargar con una derrota lacerante?

 

Toda una armazón de errores y omisiones condenaron la operación Zapata, fatal y necesariamente, a un total desastre. ¿Traición? El hecho real de todo aquel desastre lo resumiría el ex combatiente de la Brigada 2506 González Rebull: “Si no hubo traición, hubo abandono. Sin lugar a dudas, sabíamos que nosotros los cubanos, teniendo en cuenta el poco armamento, la distancia y los escasos aviones que teníamos, no podíamos realizar esa acción militar solos. Sabíamos que sucedería lo que sucedió: Fidel Castro pondría toda su fuerza allí, artillería, tanques y miles de hombres contra los 1.246 de la Brigada 2506[12].



[1] John A. Barnes. John F. Kennedy su liderazgo: Las lecciones y el legado de un presidente. Grupo Nelson. Nashville, Tennessee, 2009

[2] Diego Trinidad. Bahía de Cochinos sin mitos ni leyendas. Diario de Cuba, 17 de abril de 2013

[3] Foreign Relations of the United States (FRUS X, 30) Memorandum of Discussion. Kennedy Library, National Security Files, Countries Series, Cuba, General, 1/61-4/61.

[4] Peter Kornbluh. Op. Cit.

[5] Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. Pag. 40. 9 de noviembre de 1984 

[6] Néstor Carbonell Cortina. Lo Que No Dijo el Informe del Inspector de la CIA

[7] Citado por Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. 9 de noviembre de 1984 

[8] John A. Barnes. Op. Cit.

[9] Jack B. Pfeiffer. The Taylor Committee Investigation of the Bay of Pigs. 9 de noviembre de 1984 

[10] Peter Kornbluh. Op. Cit.

[11] Peter Kornbluh. Op. Cit.

[12] Jesús Hernández. Diario Las Américas, 16 de abril de 2016