Del Segundo Tomo de Amigos,
aliados y enemigos, un análisis crítico de la era del castrismo. Cap. XVI.
Mario J. Viera
Durante su campaña electoral, Kennedy
había criticado fuertemente a la administración Eisenhower, acusándole de
negligencia al permitir que un régimen hostil a los Estados Unidos se hubiera
instalado a solo 90 millas de sus costas; sin embargo, pese a la denuncia del
candidato demócrata, a lo largo de aquellos días de campañas políticas, los
planes contra Castro seguían su curso, impulsados dentro de la administración
Eisenhower. Ya, luego de la victoria presidencial de Kennedy, Richard Bissell
subdirector de planes especiales de la CIA, asistido por Jacob Esterline,
director ejecutivo de la operación, y del coronel Jack Hawkins como asesor
militar, tenía elaborado el primer plan de operaciones de acciones encubiertas
que sería conocido como el Plan Trinidad; así, el 11 de marzo de 1961, la CIA
expondría detalladamente a Kennedy ya en la presidencia, el plan de acciones
paramilitares contra Cuba que inicialmente se había proyectado.
Según John A. Barnes, “una vez en el cargo, Kennedy se encontró
obligado a adoptar una línea dura con Cuba. Eso le situó en una inmediata
desventaja para evaluar los pros y los contras del plan que la CIA había
comenzado a desarrollar bajo Dwight Eisenhower para invadir la isla con una
fuerza de mil quinientos exiliados cubanos” y agrega este autor: “Kennedy quería que el plan tuviera éxito,
pero ─ resalta Barnes ─ como antiguo
oficial de la marina, sabía que muchas cosas podían ir mal en los asuntos
militares”. Dudaba en llevar adelante la operación, pero temía que los
republicanos le acusaran de entreguismo si la cancelaba; y señala Barnes: “Situado entre la espada y la pared, Kennedy
permitió que el plan avanzase a duras penas hasta su trágico y sangriento
desenlace”[1].
(...) La opinión internacional preocupaba
a Kennedy, quería, como dice Barnes, reducir el “nivel de ruido” internacional
y ocultar “la huella” de Estados Unidos en la operación; a fin de cuentas, toda
la operación era un legado de la anterior administración, y si algo fallaba, su
gobierno cargaría con todas las consecuencias del desastre.
De acuerdo con Diego Trinidad, el Plan
Trinidad se le había presentado
“oficialmente a Kennedy en Palm Beach a fines de noviembre de 1960, a los pocos
días de su victoria presidencial. Se encargaron de ello Dulles y Bissell, quien
era buen amigo de Kennedy y se mencionaba como el sucesor de Dulles cuando este
se retirase. Kennedy escuchó en silencio, y los planes prosiguieron con su
aparente apoyo”, y agrega Trinidad: “Kennedy
fue informado sobre la versión final del Plan Trinidad el sábado 28 de enero.
En esa reunión en la Casa Blanca estaban presentes el vicepresidente Lyndon
Johnson, el secretario de Defensa Robert McNamara, el secretario de Estado Dean
Rusk, el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Lyman Lemnitzer, el asesor de
Seguridad Nacional McGeorge Bundy y varios otros subsecretarios y asesores. El
director de la CIA Allen Dulles, asistido por Tracy Barnes, hizo la
presentación usando notas preparadas por Richard Bissell”[2].
En esta reunión[3],
Kennedy quiso conocer cómo pensaba el Estado Mayor Conjunto (EMC) sobre las
posibilidades de éxito de un desembarco en Cuba por las fuerzas que se
entrenaban en Guatemala. Se requería que el EMC hiciera un estudio y evaluación
del plan de la CIA y diera su opinión al respecto. El general Lyman Lemnitzer,
presidente del EMC, adelantó su opinión personal señalando, que, en vista del
poder de las fuerzas de Castro, los cubanos anticastristas tendrían muy pocas
oportunidades de éxito. En contraposición a esta opinión, Dulles ofreció una
apreciación muy optimista de la capacidad de la fuerza, para desembarcar y
sostener una cabeza de playa. A esto replicó Lemnitzer alegando que,
independiente de que la fuerza invasora pudiera ser capaz de ocupar una pequeña
cabeza de playa, tras un relativo corto tiempo, Castro sería capaz de montar
unas fuerzas poderosas contra ellos. El problema entonces sería uno, de quién
vendría la ayuda para la fuerza expedicionaria.
(...) No obstante, el EMC hacía una
importante aclaración: “Es evidente que el éxito final dependerá de factores
políticos; es decir, de un gran levantamiento popular o de fuerzas de
seguimiento sustanciales”. Este era el punto sine qua non para el éxito de toda la operación; una falsa
apreciación sobre el apoyo popular en un levantamiento general contra Castro,
algo que resultaba incierto en la zona Trinidad/Casilda y mucho menos, ni
hipotéticamente, se podía esperar en la zona, posteriormente, seleccionada dentro
del Plan Zapata, que se extendía, desde Playa Larga hasta playa Girón. Cuando
Jack Esterline tuvo conocimiento del nuevo emplazamiento para la operación, en
la zona de Zapata consideró que no era “fácil para nadie entrar allí, pero cómo
vamos a conseguir más reclutas y cómo vamos a ampliar este frente, porque allí
no hay nadie excepto caimanes y patos”[4].
(...) Jack B. Pfeiffer[5]
se refiere a la reunión del 11 de marzo de 1961, donde la Agencia presentó ante
el Presidente, el Secretario de Estado, altos funcionarios del Departamento de
Defensa y otros, el plan que había elaborado para la invasión en Cuba; anotando
que, ante las objeciones planteadas por el Departamento de Estado y en la directiva
del Presidente, a la Agencia ordenándole buscar otros sitios y otros planes
alternativos a la operación inicialmente prevista para Trinidad.
El resultado fue la presentación y
aprobación del Plan Zapata en el período del 16-17 de marzo de 1961,
trasladando el sitio de la invasión desde Trinidad hacia la bahía de Cochinos.
(...) Según Carbonell, Kennedy rechazaría
el Plan Trinidad “por considerarlo
demasiado ruidoso y obvio en cuanto a la participación de E.U., y pidió que le
sometieran en unos pocos días otro plan más discreto. Cabe señalar que el
objetivo de la ‘negación plausible’ o ‘no atribución’ de ayuda norteamericana
era imposible de alcanzar dada la magnitud de la empresa y la publicidad que ya
habían recibido los campamentos en Guatemala. De modo que, por mantener políticamente una ficción, se le fue restando
efectividad militar a la operación”[6].
Sin embargo, los preparativos para lanzar la operación, a contrapelo de las
precauciones de Kennedy, ya eran de conocimiento de la inteligencia cubana,
alertada por informantes de Guatemala que le habían proporcionado los indicios
de que algo se estaba preparando.
(...) En la tarde de ese mismo día 15 de
marzo, los oficiales CIA, Allen Dulles y Bissell se presentaron en la Casa
Blanca para dar a conocer el plan reformado al que se refiriera Bundy. Allí se
reunieron con el presidente Kennedy (...) Kennedy plantearía sus dudas y sus
objeciones; expresó su opinión de que serían más adecuados levantamientos a lo
largo de la isla que concentrarse y atacar; quería conocer, además, cuánto tiempo
se demoraría para el abandono de la zona elegida, a lo que Bissell le respondió
que no menos de “alrededor del D+10”.; le preocupaba también con que capacidad
se contaba para rescatar las fuerzas, y
no le agradaba, para nada, que el desembarque se realizara al romper el
día, y, si se quería presentar la operación como si fuera de los guerrilleros,
lo mejor sería, que las naves de Estados Unidos permanecieran, ya al amanecer,
distantes de la zona de operaciones. Luego indicó que todo el plan fuera revisado
y se celebrara otra reunión para la mañana siguiente.
(...) Kennedy decidió continuar con los
planes de Zapata, pero se reservó el derecho de cancelar el operativo hasta con
24 horas de anticipación al día D. Evidentemente, Kennedy dudaba, y pregunta al
Almirante Arleigh Burke cuál era, según su criterio, las posibilidades de éxito
de la operación, a lo que este le aseguró que había una cifra probable de
alrededor del 50 por ciento.
Sobre estos aspectos, el Coronel Hawkins
diría tiempos más tarde:
“Pensamos en otro plan para Trinidad con tropas de desembarco que irían
directamente a las montañas... pero no había ningún campo de aviación.
Finalmente, a través de fotografías, encontramos lo que pensábamos era un campo
útil ─ esto fue en el área de Zapata ─ y esto es lo que nos llevó a esa área.
El plan rápidamente se armó. Comenzamos alrededor del 15 de marzo ─ después de
la reunión del 11 de marzo. Un error de interpretación de la fotografía había
ocurrido. Creímos que había una pista usable de 4 500 pies al norte de Zapata [presumiblemente
Soplillar]. Uno de los inconvenientes era
la bahía de 18 millas, lo que quiere decir que tendríamos problemas llevando a
la gente en horas del día. Encontramos un campo de 4 100 pies en Playa Girón.
Nunca habríamos adoptado el Plan Zapata si
hubiéramos sabido que (Castro)
había coordinado fuerzas que cerraría y lucharían como lo hicieron. El
requerimiento del campo de aterrizaje fue lo que nos condujo a Zapata”[7].
(...) Barnes señala que la “junta de jefes de Estado Mayor, aunque eran tibios en su apoyo (al
plan Zapata) en presencia de Kennedy, en
privado desdeñaban el plan de la agencia considerándolo ‘débil’ y ‘poco
riguroso’. El ministro de defensa, Robert McNamara, y el asesor de seguridad
nacional, McGeorge Bundy ─ ninguno de los cuales tenía un alto nivel militar o
un trasfondo en la inteligencia ─ respaldaron la idea”[8].
La participación aérea sería aportada por solo 8 aviones de los 16 que
previamente se habían considerado. A pesar de sus dudas, Kennedy llegó a
considerar exitoso el nuevo plan desoyendo los consejos de valiosos asesores
que le advertían en contrario.
(...) Aunque aceptando con ciertas dudas
el plan de invasión, Kennedy continuaba posponiendo la fecha de inicio y discutiendo
todavía sus detalles, ya que dos de sus más estrechos asesores, Arthur M.
Schlesinger, a quien el novelista cubano partidario del castrismo, Lisandro
Otero, denominara el Maquiavelo de
Kennedy, y su secretario de Estado Dean Rusk, se oponían al proyecto.
(...) Las largas dadas a la ejecución del
plan, colmaban la paciencia de Richard Bissell quien le reclama al presidente
diciendo: “No puede dejar para mañana
este asunto. Puede cancelarlo, en cuyo caso se plantea otro problema. ¿Qué
hacemos con los mil quinientos hombres? ¿Los
soltamos en Central Park a que se
desmadren, o qué?”
Ciertamente Kennedy tenía una papa
caliente en sus manos. Había iniciado su mandato con un plan de operaciones
paramilitares, ya en fase de conclusión, elaborado durante la anterior
administración y ─ como apunta Pfeiffer[9]
─, recibido en herencia “un contingente
paramilitar en formación con aviones (bombardero/soporte de tierra y
transporte) y una brigada de infantería que tenía probablemente la mayor
concentración de poder de fuego en la cuenca del Caribe, sino en toda la América
Latina”. Toda la operación estaba bajo la lupa inquisitiva de los medios.
No era posible guardar el secreto de que algo se estaba preparando en Estados
Unidos contra Castro; “el plan del
gobierno, como diría Pfeiffer, de
mantener la “plausible deniability”
sobre su participación anticastrista, tenía la invulnerabilidad de la ropa
nueva del emperador”.
¿Qué hacer? Su Secretario de Estado está
en contra del proyecto e igualmente su principal consejero, Schlesinger, lo
rechaza, y él mismo tiene sus dudas. Hasta el Senador demócrata William
Fulbright le ha entregado un informe donde se decía: “La invasión es un secreto a voces. Castro
se ha vuelto más fuerte, no más débil. La resistencia cubana será
formidable y probablemente Estados Unidos deba usar sus fuerzas armadas. En Cuba los van a estar esperando.
Darle a la invasión un apoyo encubierto, es la misma clase de hipocresía por la
que los Estados Unidos denuncian constantemente a la Unión Soviética. (...)
A menos que la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviética use a Cuba como una base política y no militar, el
régimen de Castro es una espina clavada
en el costado. Pero no es una daga
clavada en el corazón”. El tiempo estaba conspirando… la pregunta
sería: ¿Contra quién? ¿Contra el éxito de la operación ya acordada o contra el
mismo presidente?
(...) Ya la operación no podía abortarse y
Castro ganaba prestigio internacional y recibiría la solidaridad internacional.
Era ahora el David enfrentado a Goliat, la sardina que no podía devorar el
tiburón. El mito de Castro se fortalecía, no solo en la conciencia nacional,
sino en las simpatías internacionales. Para América Latina, Cuba comunista no
era la Guatemala de Arbenz, y todo, debido a los planes burdamente elaborados
por la CIA, y chapuceramente impulsado por los asesores políticos de John F.
Kennedy. Los expedicionarios de la Brigada 2506, serían vistos ahora como
mercenarios y luego quedarían abandonados a su suerte por Estados Unidos. He
ahí el peligro de confiar en potencias extrajeras para triunfar sobre una
dictadura.
(...) Se insiste en que todo el fracaso de
las operaciones de fuerza contra Castro se debió a la débil actitud de John F.
Kennedy, y en parte tienen razón los que así opinan; sin embargo, esa
responsabilidad se debe cargar también sobre otros hombros. Kennedy tenía
serias dudas en cuanto a la magnitud de las operaciones que hacían
impracticable la “negación plausible” de que Estados Unidos estaba detrás de
todo aquel operativo, y quería evitar que esto sucediera a todo coste. Para
nadie era secreto que en Guatemala se entrenaba una Brigada de exiliados
anticastristas y que la CIA estaba comprometida en aquella actividad, como lo
denunciara Raúl Roa. Dean Rusk no estaba de acuerdo con la operación tal como
se había concebido y Schlesinger la rechazaba, considerando que era preferible,
en lugar de decidirse por acciones drásticas, practicar la alta política propia
de un estadista.
Kennedy decidió que se estudiaran otros
sitios y otros planes alternativos para la operación, y, en solo tres días, la Task Force y el WH/4 dio su respuesta. Todo un plan estratégico y sus
contingencias, resuelto en solo unos pocos días. Dulles no puso objeción
alguna. Hawkins eligió una nueva zona para lanzar la operación; ¿pudieran
aceptarse las conclusiones a las que arribara Hawkins para elegir la zona de
Zapata? Un experto en operaciones anfibias, de la talla de Hawkins, no puede
caer en la simpleza de haber elegido un campo de operaciones basado en las
informaciones de fotografía, y aceptar luego, que hubo un error de
interpretación de esas informaciones. Se elegía Zapata solo porque en Soplillar
había un campo de aterrizaje de 4 500 pies, cuando en la zona de Trinidad había
otra pista más adecuada. Hawkins no podría ser tan irresponsable para elegir
una zona donde no había posibilidad de una retirada hacia las montañas, en caso
de eminente derrota, que les permitiera a los invasores unirse a las
guerrillas, y una zona pantanosa y estrecha sin posibilidad de impedir el
avance ofensivo del enemigo como estaba previsto en Trinidad.
(...) ¿Fue un descuido no
intencionado? ¿Se pudiera aceptar la justificación dada por el general White,
que “se trataba de un cambio de
ubicación, más que algún cambio significativo en el plan”? Esto no se
concibe en un general de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Todo cambio de
ubicación del campo de operaciones conlleva también cambios significativos en
los planes.
Se le pudo hacer ver claramente a Kennedy,
que la mejor plaza era la zona de Casilda/Trinidad, argumentos para ello había
suficientes y, manteniendo esta como zona de operaciones, haber estudiado otras
opciones que cumplieran con el requisito de la “plausible deniability”. Otra pregunta a la que hay que dar respuesta:
Si el Estado Mayor Conjunto, como asegurara el General White, no estuvo de
acuerdo con el traslado de las operaciones de Trinidad hacia Zapata, ¿por qué entonces le dio su “máximo apoyo”
al Plan Zapata? ¿Por qué no advirtió al Presidente y dejó que este asumiera
que todo iba bien?
(...) Hawkins relataría tiempo después lo
que había conversado con Richard Bissell en torno a la localización de una zona
que cumpliera con la condición de contar con una pista de aterrizaje. Esta
zona, según él, estaba ubicada en las proximidades de la península de Zapata. “Le dejé claro a Bissell ─ declararía
Hawkins ─ que, sí, que podríamos entrar
allí y mantener esa área por un rato
debido al estrecho acceso que poseía a través de los pantanos y a un tercio de
Cienfuegos a lo largo de la costa. Ahora bien, podemos mantener esta (posición) por
un rato, pero no por mucho. Por otra parte, la Brigada no tiene ninguna
oportunidad de abrirse paso para salir de allí. A despecho de estas
advertencias que le di, sobre los peligros militares que rodeaban a esta zona,
Bissell dijo, si este es el único lugar que satisface el requerimiento del
Presidente, entonces eso es lo que vamos a hacer. Y dijo, adelante y desarrolla
el plan en la Bahía de Cochinos”[10].
Así, sin más, sin un análisis sobre
aquella opción, sin atender cuanto se apartaba de las condiciones que existían
en Trinidad, Bissell dio carta blanca
para elaborar el Plan Zapata. Pero Hawkins agrega: “Bissell actuó imprudentemente al no defender la operación Trinidad. Si
en realidad se querían deshacer de Castro, él debió defenderla, porque esta era
la única posibilidad. Más adelante no defendió la necesidad de las operaciones
aéreas. Yo no sabía que el presidente en realidad nunca había sido informado
sobre la necesidad de la eliminación de la fuerza aérea de Castro y
aparentemente no lo fue. Y yo no conocía eso. Yo resentía el hecho de que en el
último momento Bissell no hubiera luchado fuertemente para preservar nuestra
propia capacidad aérea y particularmente no permitir que el bombardeo final
fuera completamente cancelado. Yo pensaba que nos convenía tener suficiente
honor y no hacerla a aquellas tropas cubanas”. A estos pronunciamientos de
Hawkins, agregaba Esterline algo que podría entenderse como una acusación: “Me veo obligado a llegar a una conclusión
muy infeliz y es la de que (Bissell) estaba mintiendo por razones que todavía no entiendo totalmente. Ahora estoy convencido
de eso. Pienso que el hecho de que
alguien tergiversara una situación deliberadamente al máximo jefe de Estado, es
algo bastante imperdonable”[11].
(...) ¿Acaso hubo una conspiración contra
Kennedy, sabiendo como es conocido que muchos oficiales CIA les eran
contrarios, con el propósito de hacerle cargar con una derrota lacerante?
Toda una armazón de errores y omisiones
condenaron la operación Zapata, fatal y necesariamente, a un total desastre.
¿Traición? El hecho real de todo aquel desastre lo resumiría el ex combatiente
de la Brigada 2506 González Rebull: “Si
no hubo traición, hubo abandono. Sin lugar a dudas, sabíamos que nosotros los
cubanos, teniendo en cuenta el poco armamento, la distancia y los escasos
aviones que teníamos, no podíamos realizar esa acción militar solos. Sabíamos
que sucedería lo que sucedió: Fidel Castro pondría toda su fuerza allí,
artillería, tanques y miles de hombres contra los 1.246 de la Brigada 2506”[12].