La
Contradicción entre Religión y Política, a la luz del Cristianismo
Mario J. Viera
Muchos, en los tiempos que corren, son
los cristeros que se empeñan en mezclar sus creencias fundamentalistas con el
ejercicio del gobierno de un Estado. En apoyo de sus criterios ortodoxos buscan
justificaciones en el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana. Si nos atenemos
a una adecuada hermenéutica de los textos del Nuevo Testamento, con la
comparación del idioma en los que fueron redactados (el griego koiné o vulgar)
y nos situamos en el momento histórico-cultural donde transcurre el relato,
podemos adelantar un criterio más o menos ajustado a los propósitos que
animaban a los evangelistas.
Podemos concluir que Jesús, en toda su
peregrinación entre la Galilea (la Galilea de los gentiles como se le
denominaba) y Judea, no pretendió crear una nueva religión, ni instituir un
cuerpo sacerdotal que se ocupara de sus enseñanzas para convertirlas en dogmas
inamovibles de fe. Recorría montes y desiertos y nunca buscó amparo en los
poderes del Gobierno. No se sometió a Herodes y ante él no pronunció ni
siquiera una palabra. Muchos del pueblo creían que él los conduciría a la
liberación de Roma y que alzaría, sobre las tierras del antiguo Israel, un
reino más poderoso que el de Salomón. Pero su reinado no existía. Él era la
Palabra, el mensaje de un nuevo mundo espiritual, un nuevo Βασιλεὺς, reinado,
abierto dentro de cada persona. Llegado el momento, la gente defraudada, porque
él no se declaró Melej rey, se apartó de su lado al verle abatido por el
poder imperial y clamó a favor del rebelde que peleaba, espada en mano contra
los romanos, “¡Queremos a Bar Abbas!”
El creía, y lo predicaba, que hay
cosas separadas, lo de Dios y lo del poder mundano. Ninguna contaminación de lo
espiritual con los intereses políticos del poder. Cuando algunos provocadores,
enviados por los sacerdotes y los escribas, fueron ante él, para hacerle
tropezar con una palabra que, en política, pareciera una toma de posesión
frente al imperio romano, y le preguntan “¿Nos es lícito dar tributo al César, o
no?” Su respuesta fue contundente, “¿Por qué tratan de provocarme?”
Lc. 20: 25 “Entonces, Él les dijo: Pues dad al César lo que es del César, y a Dios
lo que es de Dios”. [ὁ δὲ εἶπεν πρὸς αὐτούς Τοίνυν ἀπόδοτε τὰ Καίσαρος Καίσαρι καὶ τὰ τοῦ Θεοῦ τῷ Θεῷ]. “Y él les dijo a ellos, por tanto, den lo del
César al César, y también lo de Dios a Dios”. Es decir, una cosa son los
asuntos de política y otra la religión. Lo que es de la política, dejarla a los
políticos; lo que pertenece a la esfera de la religión que se ciña a lo
religioso. Todo creyente puede participar en política, pero nadie tiene derecho
a imponer a otros sus convicciones y dogmas religiosos.
Él se proponía una reforma de las
prácticas que, en su tiempo y en su medio geográfico, se venían siguiendo. Todo,
enmarcado dentro de los principios de una nueva moral que debía fundarse en la vida
dentro de la verdad. Y el evangelista Juan cita sus palabras en el capítulo 3
de su evangelio: “Porque todo aquel que
hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea
manifiesto que sus obras son hechas en Dios”. Es decir, trata de vivir
honestamente, limpiamente, tú. Y vive en tu verdad; pero esto no quiere decir
que intentes imponer tu verdad a los otros. El mensaje va dirigido a ti;
piensa, ¿qué intentas ocultar de ti mismo?, ¿qué hay de turbio en ti que no
quieres que salga a la luz? “Practica la verdad”; pero ¿qué es la verdad? Esa
es la pregunta que Pilato le formula a Jesús, luego de que este dijera “Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz”;
pero ¿qué es la verdad? Esa es la pregunta que queda sin respuesta.
Pero Juan en el capítulo 12: 46 – 48,
da una pista de lo que en Jesús significa la verdad: “Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no
permanezca en tinieblas. Al que oye
mis palabras, y no las guarda, yo no le
juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras,
tiene quien le juzgue...” La verdad es vivir en medio de la luz, tú, yo,
aquel... Pero no juzgues a otros por lo que tú interpretas como verdad; vive
según esa verdad, pero no intentes imponérmela, no me juzgues, júzgate a ti
mismo. Si crees que alguien, si muchos, no recibe las palabras de Jesús... ¡No
juzgues! Si crees de verdad en las enseñanzas de Jesús, no juzgues a otros,
ellos ya tienen quien les juzgue; no intentes, desde las esferas
gubernamentales, imponer tu verdad. ¿Qué sucedió cuando la iglesia se imponía
sobre los poderes terrenales, defendiendo “su” verdad? Intolerancia hacia las
opiniones de otros, que también adelantaban su propia verdad, y guerras y
¡Hasta la Santa Inquisición, que de santa nada tenía!
¡Ah, dicen algunos, Jesús es Cristo
Rey, y todas las naciones deben rendirse ante Cristo Rey! Como Jesús es Cristo
Rey, los cristeros proclaman que hay que llevar su majestad, con su trono
colocado junto a la silla presidencial. La idea de Jesús como rey se funda,
principal y erróneamente en la interpretación del capítulo 18 del texto
evangélico de Juan, donde desarrolla un supuesto diálogo entre el procurador
romano Poncio Pilato y Jesús. Aunque debe notarse un detalle importante: Juan
no pudo de ningún modo ser un testigo presencial de este diálogo entre Jesús y
Pilato, porque este se desarrolló dentro del Pretorio (πραιτώριον) ya que para
los judíos penetrar en la residencia de un gentil representaba impureza. Sin
embargo, Juan recrea, como enseñanza catequística, el supuesto diálogo.
Jn 18: 33 “Entonces Pilato volvió a entrar
al Pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Basileus (rey) de los
judíos? [Εἰσῆλθεν (entró) οὖν (entonces) πάλιν (de nuevo) εἰς τὸ πραιτώριον (al
pretorio) ὁ Πιλᾶτος* καὶ ἐφώνησεν (llamó) τὸν Ἰησοῦν καὶ εἶπε αὐτῷ Σὺ εἶ ὁ Βασιλεὺς (Basileus, rey) τῶν Ἰουδαίων
(de los judíos)]; 34 Jesús respondió:
¿Esto lo dices por tí, o porque otros te lo han dicho de mí? (...) 36 Jesús respondió: Mi reino no es de este
mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para
que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí”.
Para Juan, Jesús es el rey ungido, el Melej
Hamashíaj, el líder judío que redimiría a Israel en el fin de los días; pero lo
ve de una manera trascendentalista, es decir por encima del ámbito terrenal,
“pero mi reino no es de este mundo”. Jesús se eleva al plano espiritual; es el Mashíaj
esperado, el que debía aparecer al final de los días, y Juan creía que ya el
final de los días estaba cercano. Es que ni siquiera Jesús es rey en el sentido
que normalmente se le confiere al término. Juan escribe en griego y emplea la
palabra Βασιλεύς, que luego es
traducida en español como “rey”; pero el basileus, o rey entre los griegos, es
también aquel que obtiene su autoridad por Dios. Jesús, para Juan, es el
receptor de la voluntad de Dios y lo deja bien claro cuando, para que no haya
confusión, le atribuye la frase de “mi reino no es de este mundo”. Jesús, por
tanto, no es Rey, no ha venido al mundo para gobernar. Él es el λóγος, la
palabra, el pensamiento. Los sacerdotes del templo y los fariseos han acusado a
Jesús ante Pilato de pretender proclamarse como rey, como basileus, como melej,
en fin, como enemigo de Roma, pero Jesús solo es el “ungido” por Dios para la
enseñanza, como la Palabra misma de Dios, no un rey.
Juan, según la habitual traducción del texto,
en el versículo 36 de ese capítulo 18, agrega: “Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de
este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a
los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí”. No obstante, en el texto
griego se lee: “ἀπεκρίθη Ἰησοῦς
(respondió Jesús): Ἡ βασιλεία
(reinado) ἡ ἐμὴ (mí) οὐκ ἔστιν (no existe) ἐκ τοῦ κόσμου τούτου (en este mundo): εἰ
ἐκ τοῦ κόσμου τούτου (ese mundo existe) ἦν ἡ
βασιλεία ἡ ἐμή, οἱ ὑπηρέται
ἄν ⇔ «οἱ ἐμοὶ ἠγωνίζοντο»,
ἵνα μὴ παραδοθῶ
τοῖς Ἰουδαίοις· νῦν δὲ ἡ βασιλεία
ἡ ἐμὴ οὐκ ἔστιν ἐντεῦθεν (pero ese reinado mío no existe
aquí)” lo que podría traducirse del siguiente modo: “Mi reinado no existe en este mundo. Si mi reino fuera de este mundo,
entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera traicionado por los
judíos; pero ahora mi reinado no existe aquí”.
Claramente queda expresado: “Mi reinado no
existe”, y lo demuestra agregando que si existiera en este mundo el habría sido
defendido por sus servidores; pero su “reinado no existe aquí”. Jesús, el
Mesías, el Cristo, no es rey.
La advocación por la cual se le denomina
Cristo Rey, no tiene valimiento dentro del cristianismo no adulterado por las
reformas de Pablo de Tarsos. A Jesús se le “corona” como Rey, en diciembre de
1926 por decisión del Papa Pío XI ejerciendo el derecho del papado de ungir a
los monarcas del mundo cristiano. ¿Cristo Rey, con corona colocada sobre su
frente por un pontífice romano? ¿Por qué equiparar la humildad de Jesús, que es
su principal distinción, con el poder de un soberano absoluto? “Bienaventurados los humildes, pues ellos
heredarán la tierra”. Toda palabra, justa y cierta. tiene poder, conmueve e
impulsa, pero no impone. Y en Juan 13. Se muestra la humildad de Jesús, cuando se inclina ante sus discípulos y les
lava los pies, y les dice: “Vosotros me
llamáis el Maestro y el Señor (Κύριος – kírios), y ciertamente como decís, en verdad lo soy. Sí, no obstante, yo, el
Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis lavaros los pies
los unos a los otros”.
Debe anotarse que kírios es un apelativo
que los griegos usaban de común para referirse a un hombre, como el Sr., que se
emplea en español, o el Mr., como se usa en inglés. Podría referirse como una
expresión de respeto, para referirse a un jefe, un amo o un soberano; pero Juan
le da otra equivalencia, la misma empleada en la Septuaginta para Adonai,
empleaba en sustitución de la palabra Dios. Con el título que Juan le da a
Jesús de Kirios, con mayúscula inicial, resaltaba la divinidad de Jesús. Jesús
no es rey. No hay tal Cristo Rey.
Los fundamentalistas, leen, pero no
comprenden, leen lo que el traductor consideró sería la mejor versión del texto
que tradujera; leen y no se colocan a considerar la época en la que fuera
redactado el texto. Entonces justifican sus fobias, sus prejuicios con citas de
los libros sagrados. Por ejemplo, los homófobos, quieren que el gobierno
reconozca como deformaciones mentales el homosexualismo y rechazan la unión
matrimonial entre los mismo, quieren que el gobierno imponga leyes
antiabortistas. Cuando no hay ni la menor referencia en contra del
homosexualismo en las palabras de Jesús que se citan en los evangelios, ni
siquiera la menor referencia en el libro del judeizante Mateo.
Entonces el cristero saca a relucir. fuera
de contexto, el versículo 21 de Marcos 7: “Porque
de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos,
fornicaciones (esto, en algún que otro texto la traducción es, en lugar de
fornicaciones, se dice, “inmoralidades sexuales”) robos, homicidios, adulterios”. Analicemos: El texto se refiere a
la respuesta que Jesús diera a los fariseos que le criticaban que comiera sin
antes lavarse las manos como era la costumbre. El texto en griego koiné emplea
la palabra πορνεῖαι (pornéia) que en
algunos textos se traduce, no solo como “fornicaciones”, sino también como
“relaciones sexuales indecorosas” y hasta por el término ya citado de
“inmoralidades sexuales” y que da pie a muchas interpretaciones. Sin embargo, pornéia
es una derivación de la palabra πόρνη
(pórne) que quiere decir, prostituta, se trata entonces de las relaciones
sexuales practicadas con prostitutas o, incluso, con prostitutos [ἀρσενοκοῖται (arsenokoitai)].
Pero el fundamentalista replicará y te
dirá: “¡Ahí está 1 de Corintios 6: 9 de Pablo!” Y te recita de memoria el
versículo: “¿No sabéis que los injustos
no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales”.
Reproduciré el versículo, intercalándole los sinónimos del idioma en que fue
redactado: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os
dejéis engañar: ni los inmorales (πόρνοι),
ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados [μαλακοὶ (malakoi)], ni
los homosexuales [ἀρσενοκοῖται (arsenokoitai)]”. Cedo entonces, la
palabra al lingüista e historiador estadounidense John Eastburn Boswell,
refiriéndose a la palabra malakoi,
dice: “es una palabra griega harto común;
aparece en muchos pasajes del Nuevo Testamento con el sentido de ‘enfermo’ y en los escritos patrísticos con sentidos
tan variados como ‘líquido’, ‘cobarde’, ‘refinado’, ‘abúlico’, ‘delicado’, ‘amable’ y ‘libertino’. Muchas veces, en un contexto específicamente
moral, significa ‘licencioso’, ‘disoluto’, ‘carente de autocontrol’. En un nivel más amplio, podría traducirse
como ‘desenfrenado’ o ‘lascivo’, pero es absolutamente gratuito suponer
que alguno de estos conceptos se aplica necesariamente a los gays”.
Analicemos el término arsenokoitai que emplea Pablo y que los traductores del texto
bíblico emplean por homosexual. En Grecia, y en los territorios de habla griega
del Imperio romano, se aplicaba ese término para identificar a los hombres que
practicaban la prostitución, algo que era muy común en ese entonces y que debió
alarmar al puritanismo paulista. La palabra, en definitiva, es una compuesta, ἀρσενο
(arseno) que significa varón y κοίτης
(Koites), palabra de la que deriva la palabra coito, es decir, coito con hombre
o varón-cama. Los hombres que ejercían la prostitución y esta podría ser tanto
con hombres como mujeres. Por otra parte, el término homosexual es
prácticamente de uso reciente, a partir de 1869.
Entonces. podemos reconstruir la cita
paulina diciendo: “¿No sabéis que los
injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales,
ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los lascivos, ni los hombres que se
prostituyen”.
Pero los cristeros, católicos y
protestante, interpretando lo que no explicita el texto bíblico, ponen como
“palabra de Dios” el rechazo a la interrupción del parto. Entonces citan el
Salmo 139, versículos 13 a 16:
13 Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre.
14 Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; (...)15 No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado, (...) 16 Mi
embrión vieron tus ojos, Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
Que fueron luego formadas, Sin faltar una de ellas.
Y justificando lo que consideran malvado,
hacen una trasnochada interpretación de lo dicho en Éxodo 21:22-23:
22 Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte,
serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren
los jueces. 23 Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida...
Se trata de una de las tantas
formulaciones de la Ley del Talión, de ojo por ojo, mano por mano y vida por
vida. Pero, el texto no era un llamado en contra del aborto, sino un amparo del
derecho de propiedad del patriarca. Si la mujer abortaba, estaba perdiendo él
su propiedad.
Hay tanta hipocresía en esos alegatos que
hasta se olvidan de otras “enseñanzas” bíblicas. ¿Qué sucedió en Jericó? El
exterminio total de su población, sin respetar niños ni mujeres embarazadas.
Solo se salvó de la muerte una prostituta que traicionó a su pueblo cuando
acogió en su casa a unos espías hebreos. ¿Somos imagen y semejanza de Dios, y
ese Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, no se inmutó para darle muerte a
cuarenta y dos muchachos que se burlaban de un profeta?
2 Reyes. 2: 23 y 24 Después
Eliseo se fue de allí a Betel. Cuando subía por el camino, un grupo de
muchachos de la ciudad salió y comenzó a burlarse de él. Le gritaban: “¡Sube,
calvo! ¡Sube, calvo!” Eliseo se volvió hacia ellos, los miró y los maldijo en
el nombre del Señor. Al instante salieron dos osos del bosque y despedazaron a
cuarenta y dos de ellos.
¿Pro-vida? ¿Derecho a la vida? Y si una
mujer, no un hombre, cometía adulterio, ¿qué dictaba la ley bíblica? ¡La muerte
por apedreamiento! Pero Jesús, el Cristo, no actuaba como los cristeros de
estos tiempos. La sanción de muerte podría estar amparada legalmente, pero él
no lo entendía así. La ley puede existir, pero lo que importa, más que lo que
dicte la Ley, es el principio de justicia. En Juan 8: 1 – 11, un grupo de
hombres, entre los que se encontraban Maestros de la Ley y fariseo, presentaron
ante Jesús, quien sentado en el patio del templo estaba hablando con el pueblo,
a una mujer sorprendida en adulterio, y le dijeron a Jesús: “Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó
Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” Ellos buscaban
comprometer a Jesús, porque los romanos les habían prohibido a los judíos
dictar sentencias de muerte, si reconocía la sentencia estaría violando lo
dispuesto por Roma, y si se oponía al cumplimiento de aquella disposición,
estaría faltándole al mismo Moisés.
“Pero
Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como
insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin
pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo
hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra”. Los hombres, guardaron
silencio y avergonzados dejaban caer de sus manos las piedras y se marcharon
dejando solo a la mujer y a Jesús. “Enderezándose
Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los
que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús
le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
“Ni yo te condeno”, ¿habrán meditado los
cristeros en la profundidad de esta simple sentencia gramatical?