sábado, 24 de diciembre de 2011

¿Por qué los Hermanos Musulmanes?

Alvaro Vargas Llosa. El Instituto Independiente.

Occidente se llama a escándalo porque los Hermanos Musulmanes y sus derivados ganan con comodidad las elecciones en los países árabes (esto, en el supuesto dudoso de que el mundo árabe no pertenezca a Occidente). Asusta que en Túnez, Marruecos y Egipto (donde la segunda vuelta acaba de ratificar lo sucedido en la primera) reemplacen a la bota marcial con el Corán y la Sunna.

No hay nada sorprendente en lo que sucede. Ya había triunfado Hamas en Gaza en 2007, organización también “desovada” por los Hermanos Musulmanes. Y aunque en Sudán el islamista Omar al-Bashir no llegó al poder por la vía electoral sino por un golpe de Estado, en 1989 habría barrido en la urnas si las hubiese habido.

Las razones no son difíciles de entender. Los Hermanos Musulmanes son la organización política más antigua del mundo musulmán. Nacieron en 1928 en Egipto. Como el Apra, organización nacionalista y populista de América Latina surgida en los años 20´ y salvando las distancias, tuvieron desde el inicio una vocación internacional: crearon “capítulos” en varios países. Llevan un siglo buscando el poder. Cualquier organización que sobrevive tanto tiempo tiene -y renueva- arraigo popular. La combinación de activismo político y asistencialismo religioso, que estuvo en el propósito de los fundadores desde el inicio, permitió a la organización soportar la clandestinidad política sin tener que soportar la clandestinidad social.

Mientras eran reprimidos o prohibidos por distintos gobiernos, seguían actuando allí donde importaba -entre los pobres- con una combinación de mística y dinero. El tiempo y los reveses fueron haciendo de ellos los políticos más astutos del mundo. Allí donde entendían que había obstáculos, hablaban del largo plazo; allí donde estaban en seria desventaja, optaban por la no violencia; allí donde se sentían fuertes, usaban el terrorismo; allí donde la vía electoral parecía abierta para colocar un pie en la puerta democrática, lo metían. Y esperaban. Y esperaban.

Los liberales y seculares, en cambio, ni tenían la implantación social, ni contaban con entrenamiento político, ni tenían peso en las mezquitas  mientras los países árabes se llenaban de dictadores militares nacionalistas que robaban, fornicaban y mandaban sin contemplaciones. Eran una entelequia; su insignificancia parecía justificar a los dictadores, que con apoyo de las democracias liberales, argumentaban (el verbo es excesivo) que sólo había dos posibilidades: ellos o el califato. 

Por eso había algo parcialmente engañoso en las revueltas de la “primavera árabe”: en ellas, los grupos de inclinación liberal y secular adquirieron un protagonismo que parecía anunciar una mayoría. No eran mayoría. Eran una sociedad civil emergente pero no emergida. Es lógico. Lo impresionante es que gracias a la era informática y la globalización tantos jóvenes árabes sean tan liberales y seculares.

¿Está todo perdido? Claro que no. La batalla cultural en favor de sociedades libres y laicas será larga, como lo es en América Latina la batalla contra el populismo (allí sigue el peronismo, la religión argentina).  Pero hay síntomas de que los islamistas van a actuar dentro de un cierto pluralismo y moderación. Los tres grupos islamistas que han encabezado los resultados en Túnez, Marruecos y Egipto así lo han dicho una y otra vez. En la primera ronda de las elecciones en Egipto, no es tanto el triunfo del partido Libertad y Justicia (los Hermanos Musulmanes) lo que asustó a las minorías liberales, sino el segundo lugar, con un 20 por ciento, de los salafistas de al-Nour. Los primeros han mantenido un discurso prudente.

¿Mera táctica? No parece. Los fanáticos son astutos pero no hipócritas. Hay al interior del islamismo un debate -que se remonta a los años 20, cuando nacieron los Hermanos Musulmanes-  sobre la separación entre Estado y religión. En todos los grupos que han ganado las elecciones hay por lo menos una tendencia hacia una versión más actualizada y secularizada del Islam que convive con la otra.

A ello se suma que los grupos liberales, por minoritarios que sean, fueron los artífices de la caída de varios tiranos. Ese antecedente es un poder que debería servir para prevenir desde ahora, mediante constituciones e instituciones, cualquier tentación teocrática.  No me extrañaría que acabemos viendo una alianza táctica de los liberales y los ejércitos (lo cual, vaya ironía, podría ayudar con el tiempo a democratizar a los segundos, grandes culpables del crecimiento del islamismo). Numerosas encuestas muestran que amplios sectores de la sociedad musulmana quieren democracia. La base moral de los liberales es bastante superior a su base electoral.

Otra baza con que cuentan los liberales es que tienen interlocución con (y la simpatía de) el mundo exterior, léase las democracias occidentales. La tendencia moderada del islamismo no puede darse el lujo de romper con ellos porque sería devorada por la tendencia radical y perdería crédito externo, que le interesa mucho en este momento.

Queríamos democracia en el mundo árabe, ¿no? Pues ahí la tenemos. Con todas sus sombras, es mucho mejor que lo otro.

El Hombre que Amaba la Libertad

Carlos Alberto Montaner. FIRMAS PRESS.

Fue como un cuento. En diciembre de 1989, súbitamente, Vaclav Havel se convirtió en presidente de Checoslovaquia. En pocas semanas, el escritor checo pasó desde de la más absoluta indefensión a la cúspide del poder. Todavía a mediados de noviembre la policía política continuaba aporreando a los disidentes y el Partido Comunista mantenía las riendas del control social.
En la tercera semana de noviembre comenzó la asombrosa Revolución de Terciopelo. Las calles y las plazas se llenaron de miles de personas que, finalmente, se atrevieron a manifestar lo que creían del sistema comunista, pero no se aventuraban a decir: era un tormento horrible que debía terminar cuanto antes. Comenzaron las huelgas. El régimen se desplomó. El comunismo teórico era un disparate. El comunismo real, consecuentemente, se había tornado en una creciente pesadilla. Havel le llamaba “Absurdistán”.
Hubo algo sorprendente en el vertiginoso fin del comunismo checoslovaco. En febrero, los eslovenos –entonces una república adscrita a la federación yugoslava— crean un partido de oposición. Polonia, de la mano de Lech Walesa y con el impulso masivo del sindicato Solidaridad, había comenzado a derrotar la dictadura en las elecciones de junio. Los tres países bálticos, en agosto, pidieron la independencia de la URSS. En octubre, los comunistas húngaros habían cambiado de nombre y aceptaban el pluripartidismo. A principios de noviembre los alemanes derribaban el Muro de Berlín. El 25 de diciembre los rumanos fusilaron al dictador Nicolás Ceaucesu y a su pérfida mujer, la inefable Elena, para poder dar inicio a los cambios. Un mes antes lo habían elegido por unanimidad como líder del Partido Comunista.
Los checos, en cambio, parecían rezagados. De pronto, la libertad llegó como un relámpago. El 29 de diciembre Havel era elegido presidente por un Parlamento que no veía otra salida a la crisis. Su figura se había agigantado al frente del Foro Cívico, una organización que agrupaba, esencialmente, a escritores y artistas disidentes. Era el primer país que rompía sin ambages la cadena moscovita e iniciaba el entierro de las supersticiones marxistas. Seis meses más tarde la inmensa mayoría de la sociedad le concedía sus votos a Havel.
Y aquí vino lo bueno. Los agoreros pensaban que un escritor poco conocido, sin experiencia política, y mucho menos burocrática, amante del jazz y del rock, bohemio y tímido, que había pasado casi toda su vida adulta preso o perseguido, sería incapaz de gobernar a un país que mudaba de sistema y se enfrentaba a la inmensa tarea de corregir las arbitrariedades, errores, abusos y estupideces cometidos durante algo más de cuarenta años de dictadura comunista.
Es verdad que no fue fácil y en el trayecto, al poco tiempo, checos y eslovacos se divorciaron por mutuo consentimiento (algo que hoy parece mucho menos traumático que entonces), pero, en general, el escritor inexperto resultó ser un gran estadista.  ¿Cómo sucedió ese fenómeno? Ocurrió algo primordial: Havel no conocía de leyes, pero había conocido la injusticia. No sabía economía, pero sí experimentó la escasez y la falta de oportunidades. No tenía experiencia gerencial, pero estaba dotado de sentido común, sabía delegar y escogía bien a sus colaboradores. Era, además, una persona inteligente.
Havel tenía un objetivo: devolverles a sus compatriotas el control de sus vidas. La libertad era eso: la posibilidad de tomar decisiones sin coerción ni miedo. Los checos, que una vez formaron parte del imperio austrohúngaro, habían visto cómo los austriacos libres se habían convertido en ciudadanos prósperos de una nación pacífica. Y habían comprobado que la Alemania libre era mil veces más feliz y rica que la Alemania comunista. La regla de oro era obvia: había que tomar decisiones y crear instituciones que fortalecieran la libertad individual. Havel gobernaría desde los valores y los principios. El pragmatismo casi siempre es el disfraz de los oportunistas y los inescrupulosos. El título de una de sus últimas obras resumía su concepción de la política: El arte de lo imposible.
Por eso Havel me honró con su trato solidario. Cuando era presidente me recibió en Praga, en el Castillo, públicamente, con toda la alharaca posible, para subrayar su respaldo a los demócratas cubanos y su repudio a la dictadura de Castro. Creía que lo sex satélites europeos tenían una obligación moral con las víctimas de la última tiranía marxista-leninista de Occidente. Los pueblos habían sido hermanos en el infortunio y debían salvarse juntos. Cuando dejó de ser presidente organizó un Comité Internacional por la libertad de Cuba y una tarde me convocó a Praga para que presentáramos juntos un libro del gran poeta cubano Raúl Rivero, entonces preso en la Isla. Lo hicimos en un café, como cuando él luchaba contra la dictadura checa. Ya estaba enfermo, pero los ojos le brillaban con fiereza. Era el fuego de la libertad.

Separados del pueblo de Cuba

Oscar Peña. EL NUEVO HERALD

La trampa legislativa que hizo Mario Díaz Balart de meter silenciosamente de contrabando en un paquete la limitación de los viajes a Cuba (una medida que no prosperó en el Congreso) es como si el mismo congresista sacara en sus oficinas de Miami y Washington un cartel grande y lumínico que dijera: “No me interesa lo que quieran el pueblo de Cuba y la mayoría de los cubanos de Miami. Yo pienso y reacciono como político norteamericano y mis planes son siempre molestar y estropear lo que hagan mis adversarios del Partido Demócrata en los Estados Unidos y complacer solo a la pequeña minoría de cubanos votantes que van a las urnas (o los llevan) a votar por mí”.

Realmente estamos ante un dilema. Si fuéramos abogado del congresista, tenemos que concluir que sus razonamientos son válidos y sirven para defenderlo. El es un político de Estados Unidos, no del pueblo de Cuba. El sabe que los cubanos de la isla quieren que sus parientes vayan sin limitación de tiempo, él sabe que la considerable mayoría de los cubanos de Miami también quieren lo mismo, pero hay un problema muy grave: no son sus votantes. Posiblemente haya que darle a Mario Díaz Balart el beneficio de la duda y pensar que si él dependiera del voto del pueblo de la isla y de las mayorías cubanas de Miami no castigaría de esa forma al pueblo cubano de a pie.
Hay que entender al congresista en cuanto a la presión que le hacen muchos de sus votantes que no tienen familiares en Cuba o que han perdido sus sentimientos o facultades de pensar por ellos, como también de la inmensa presión publica que reciben de las incoherencias de algunos miembros influyentes de la prensa cubana de Miami, pero –aun justificando la acción del congresista– la verdad es una sola y no se puede ocultar: es muy penoso que legisladores del país campeón de la libertad intenten limitar el movimiento de los seres humanos.
No soy ciego ante el problema. Efectivamente cada dólar que se manda a la familia en Cuba o se deja en un viaje termina en las manos del régimen, pero hay otra verdad más grande y más humana: se trata de nuestro pueblo, se trata de nuestros padres, hermanos, primos, amigos y vecinos a quienes visitamos o les mandamos remesas para que no se mueran de hambre y para que sepan que aún lejos no dejamos de ser un solo pueblo. Ese principio humanitario vale más que toda la política del mundo.
Además se trata de no hacer nunca lo que criticamos. Quien hace prohibiciones o limitaciones como hace el régimen de Cuba o las apoya pierde la moral y la efectividad para actuar o acusar a Cuba de violar los derechos humanos. Lamentablemente, Mario Diaz Balart y quienes lo apoyan se separan del pueblo de Cuba.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Esto es la Navidad: JESUS EN EL PESEBRE

Feliz Navidad

Pedro X. Valverde Rivera. EL UNIVERSO. Guayaquil

Por estos días todo es apuro, festejo y algarabía. Vale la pena tomarse un descanso y prepararse para vivir con sentido verdadero lo que estas fechas representan.

Si nos asomamos a la ventana del mundo, parece increíble pero cierto… hoy hasta los chinos festejan Navidad. Me dio algo de risa enterarme de ello, pues se supone que la Navidad es una fiesta religiosa; y, en la China, obviamente, las manifestaciones religiosas no están permitidas. Sin embargo, vale más el comercio que las razones, y frente a los millones de dólares que se mueven en diciembre hasta nuestros amigos no creyentes del mundo entero, se montan en el trineo regalón.

En Estados Unidos por ejemplo, hace algunos años tuvo lugar la famosa pelea legal que obligó a las megatiendas Wal-Mart, entre otras, a cambiar los tradicionales mensajes de Navidad en sus tarjetas, por un etéreo “Felices Fiestas”, bajo el pretexto de respetar a las masas no creyentes.

Con todas estas ideas uno no puede sino preguntarse si ¿en realidad la Navidad tiene su importancia en algún hecho histórico o si es un invento de los magos del marketing para hacernos gastar unos billetitos de más? Usted, mi amigo lector, que tiene su propia ideología y creencia religiosa personal, sabrá contestar desde su óptica esta inquietud; pero para aquellos que creemos que esta fecha marca la vida de los hombres por habernos traído esperanza en la Vida Eterna, no es por decir lo menos, sino una verdadera falta de respeto que se pretenda obligarnos a pensar que un Winnie The Pooh vestido de Papá Noel, sea la figura central de una fiesta profundamente religiosa.

Cuando los chinos festejan su Año Nuevo, los judíos sus Rosh Hashaná, o los musulmanes su Ramadán… ¿tenemos derecho los católicos para intentar si quiera cambiarles la forma de festejarlo, o de dirigirse a sus comunidades, o de graficarlo como ellos quieren? Cuando usted festeja el cumpleaños de algún miembro de su familia, ¿pueden los que no celebran cumpleaños prohibirle que compre una torta con velitas para soplarlas en público?

El argumento del respeto se utiliza hoy para vender y comprar, para pasar por encima de las tradiciones familiares y en definitiva y, sobre todo, para irrespetar a quienes, por comodidad o falta de fe, no son capaces de defender sus ideales. A los católicos nos ha pasado esto, la Navidad fue secuestrada hace muchos años por gente que no cree en ella, pero la necesita para llenarse los bolsillos y cerrar el año con números en azul.

Desde esta columna hago votos porque todos los que creemos que un pequeño e indefenso Niño cambió para siempre la historia de la humanidad, logremos demostrarlo en nuestra forma de celebrar la fiesta más hermosa del año; de tal forma que nadie dude que Él es el personaje central de una celebración religiosa verdadera.

Les deseo a mis lectores, cualquiera sea su creencia, que tengan una feliz y santa Navidad, colmada de las bendiciones que no traen los regalos ni la comida, sino el único y verdadero Rey de Reyes que está por nacer y la alegría de tener una familia unida en cuyo seno los hombres de bien son verdaderamente amados e importantes.

Navidad a media asta

Iván García. DIARIO DE CUBA

Aunque ya Diego, 35 años, tiene un cerdo rollizo casi listo para asar en el patio de su casa en el caserío de El Calvario, al sur de La Habana, un ejército de botellas de ron añejo y media caja de cerveza clara Cristal, el dinero no le alcanzó para comprar turrones ni uvas.
"Como quiera la pasaré bien. En familia, comiendo puerco asado en púa y tomando ron y cerveza de calibre. Eso en Cuba ya es bastante", dice.
Diego es un trabajador por cuenta propia. Su familia es oriunda de Sancti Spíritus, y a pesar de los pesares, siempre han celebrado las Nochebuenas. Con árboles de navidad o sin ellos. Autorizadas o no.
Como Diego, los cubanos se aprestan a celebrar las navidades. Por favor, abran las billeteras. Y la gente lo hace con gusto. Diciembre es un mes de resumen.
Y la tradición de sentarse en una mesa donde se sacan las vajillas guardadas todo el año, se ponen grandes cacerolas de arroz, frijoles negros, tostones, ensalada de lechuga y tomates, y una bandeja repleta de cerdo asado. Es algo sagrado para las familias cubanas. Incluso en los años duros del "período especial", una economía de guerra que dura 22 años, la gente se la agenciaba para celebrar las navidades. Durante años, desde que  Fidel Castro las suspendió en 1969 alegando que era más importante estar en un surco de caña quemada que brindando con la familia, las Nochebuenas quedaron abolidas por decreto.
Como es natural, muchas familias se burlaron de tales normativas. Y en las frescas noches del 24 de diciembre esperaban la Navidad, oyendo bolerones, pellizcando chicharrones y tomando ron de caña.
El régimen de Castro actuaba de manera cínica. Haz lo que yo digo no lo que yo hago. Recuerdo que en casa de Blas Roca, máximo dirigente de los comunistas cubanos antes de 1959, cercano a mi familia por parte de madre, se esperaba las Nochebuenas por todo lo alto: vinos importados, uvas, turrones y un lechón asado, entre otras delicias. No pocas veces, Castro llegaba al filo de la media noche con su sempiterno uniforme de verde olivo a compartir un rato con Roca y dar sus típicas chácharas optimistas, y todos debíamos escuchar en silencio. Hablaba el líder.
Ese doble rasero es típico de la sociedad cubana. La ley es para los otros. No para que la cumpla la casta gobernante. Así vemos que ciertas "ilegalidades", como las peleas de gallos, tener una antena satelital, internet sin autorización o viajar al extranjero, están prohibidas para el cubano común. Sin embargo los mandarines se saltan esas reglas de juegos. Y con las navidades sucedió otro tanto. La gente con los arbolitos puesto en un rincón apartado de la vivienda, para que las luces no los delatara, mientras nuestros "sacrificados" líderes tiraban la casa por la ventana en las Nochebuenas.
Fue un 25 de diciembre de 1997 cuando, a tono con la visita del Papa Juan Pablo II, Castro comprendió que Cuba era una sociedad occidental. Desde entonces los cubanos, por esta fecha, decoran sus casas con artilugios navideños. Cada cual como puede. Y el 24 de diciembre se ha convertido en una noche especial. Donde familias y amigos se reúnen y se desean suerte para el año que viene.
Los medios oficiales no hacen ningún tipo de comentario o publicidad sobre  la Navidad. Aunque los hoteles, tiendas y restaurantes por moneda dura decoran sus locales con adornos navideños.
Estas navidades no serán diferentes. A pesar de la crisis. Ya en los mercados, tanto en divisas como en pesos, repiquetean alegremente las cajas contadoras. La carne de cerdo por estos días es más apreciada que nunca. Y cara.
La libra se vende en los agromercado a 24 pesos. Los criadores de cerdo están en alza. "Hay gente que paga un peso convertible (algo más de un dólar) la libra en pie de cerdo", señala Roberto, quien en diciembre suele vender entre 15 y 18 cerdos.
Algunos compran vinos. Depende del bolsillo. Los más desahogados adquieren tintos españoles. Los precarios, vinos cubanos. Malos, pero son nuestros vinos. Aunque lo habitual es destapar ron de calidad, algún whisky enviado por los parientes al otro lado del charco, y cerveza.
También los turrones adornan las mesas navideñas cubanas, junto a algunos dulces caseros. En divisas se ofertan turrones españoles entre 3.10 hasta 5 cuc, el salario quincenal de un obrero. Ciertas familias con recursos ponen regalos debajo del árbol de navidad.
Las iglesias se abarrotan para escuchar la Misa del Gallo. A medianoche la gente tira cubos de aguas y se abrazan. Muchos aprovechan para desear cambios más profundos en su patria. Y que los cubanos, por encima de las diferencias ideológicas, tracemos una estrategia de futuro para la nación. Que abarque y respete a todos.
Diciembre no da tregua.  Hay que guardar algún dinero en la alcancía para comprarle juguetes a los hijos el Día de Reyes, al doblar de esquina, otra de las tradiciones rescatadas por el cubano de a pie. Pero esa es una historia que merece ser contada aparte.

jueves, 22 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD 2011

Aquellas Navidades cubanas

Mario J. Viera

Apenas tenía doce años de edad, soñaba con poseer mi arbolito de Navidad; un día encontré botado un arbolito artificial, lo recogí, y como pude lo compuse un poco. Para obtener los adornos necesitaba reunir dinero, por lo que me iba a pie hasta el colegio ahorrando lo que recibía para pagar el pasaje de ómnibus, y guardaba hasta los centavos que me daban para la merienda. De ese modo fui adquiriendo las bolas y otros adornos para mi flamante árbol navideño.
Una vecina me regaló una guirnalda de multicolores luces y me di a la tarea de armar “con todos los hierros” mi preciado arbolito. Mi padre, militante del PSP (comunista) se encogía de hombros viéndome hacer, a mí que era católico. Al año siguiente ya tenía, el mismo arbolito más un Nacimiento que obtuve con mis ahorros de merienda y pasajes y el auxilio de varios vecinos. Para no extenderme, en mi tercera Navidad pude contar con un tremendo pino natural y con todos sus adornos y luces que me había comprado mi padre. Su ateísmo se había rendido ante la alegría y el luminoso mensaje de la Navidad.
Aquellas navidades de mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud qué maravillosas y alegres eran, si hasta en esos día se olvidaba la pobreza, se echaban a un lado las angustias existenciales y uno se entregaba de lleno al entusiasmo navideño.
Muchas veces nos trasladábamos al pueblo de Morón en la antigua provincia de Camagüey para celebrar en la casa de mis abuelos paternos la Nochebuena. Mi abuelo, un isleño de Canarias, aunque muy liberal en su vida diaria era, en cuanto a la Navidad, un furioso conservador. Exigía que todos sus hijos se reunieran ese día en el comedor de su casa, aquel bohío de techo de guano de palma cana, paredes de tabla de palma real y pisos de cemento coloreados.
Mi abuela, también isleña, refunfuñaba con todo el ajetreo de los preparativos de la cena, reclamando que primero, antes de cenar había que asistir a la Misa del Gallo.
Mi abuelo unía dos mesas grandes y las cubría con todos los manjares habidos o por haber para la fiesta. El lechón asado, en ocasiones hasta dos bien cebados que él mismo criaba, no podía faltar en la comelata. Le encantaba el guineo y sobre la mesa las postas de esa ave nunca faltaban. Congrí, mi abuelo estaba bien “aplatanado”, en cantidades industriales, y arroz blanco y potaje de frijoles negros; plátano maduro frito, plátano verde en tostones o chatinos, abundancia de yuca con mojo, ensalada de lechuga y tomates, y turrones de jijona, de alicante, de yema, y el vino, no podía faltar el vino, vino rojo, vino dulce, vino blanco, todo acompañado con nueces,  avellanas, castañas,  higos y dátiles.
En la calle ya comenzaba la celebración desde el día 23. El algunas zonas se armaban corrales para la venta de puercos, guineos y guanajos, es decir pavos, vivitos y coleando que serían sacrificados el día de la gran fiesta. Había una alegría contagiosa; dondequiera que uno pasaba siempre alguien te invitaba a probar el lechoncito que se asaba y hasta darte un trago de vino, cerveza o ron.
Los comercios ardían de luces. Los escaparates se adornaban con motivos navideños. La Navidad penetraba por todos los rincones y eso que el cubano no fue nunca un pueblo de religión practicante, casi laico, pero católico en su mayoría y que solo visitaba la iglesia en las fiestas más solemnes o más vinculadas a sus tradiciones.
La Nochebuena de 1958 fue una celebrada con tristeza, sin mucho jolgorio, casi clandestinamente. Corría mucha sangre por las calles y los campos. Mi abuelo ya no vivía y aquella cena, allá en el pueblo de Morón, solo mi abuela, mi hermana, una tía política, su hijo y yo comimos la cena en silencio. Miembro del Movimiento 26 de julio yo había buscado refugio en Morón para evitar caer en manos de la policía batistiana.
Llegó luego la Nochebuena de 1959. Esperanza. Se recobraba el entusiasmo por la celebración de la festividad. Parecía que siempre iba a ser así y quizá mejor....
En 1969, Fidel Castro decretaba el fin de las celebraciones navideñas y se trasladaban los festejos para el caluroso mes de julio en celebración de una fecha que bien hubiera podido se luctuosa, por todos los que murieron en la aventura del Moncada.
Ya no se volvería a celebrar el nacimiento del Salvador. Quedaba abolido su recuerdo.
En 1998 Juan Pablo II visitó a Cuba con su mensaje de “¡No tengan miedo!”, como una concesión al Santo Padre, el gobierno de Fidel Castro declaró el 25 de diciembre como día festivo. De nuevo aparecieron árboles de Navidad en las casas... pero la Navidad no volvió a ser la de antes... Ya no queda alegría en Cuba.

Navidades, ¿en Cuba?

José Antonio Fornaris
Arbol de Navidad en hotel cubano

LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -Siendo adolescente, en una visita a “La Moderna Poesía”, vi un libro con un título muy sugestivo, que aún recuerdo: Lo que los hombres saben de las mujeres.
Cuando lo abrí, sorpresa: no tenía nada escrito. Todas las páginas estaban en blanco. Era evidente, eso lo supe después, que sobre el tema no hay nada que decir.
El desconcierto de aquella ocasión volvió a mi mente cuando, hace poco, una amiga me sugirió que escribiera algo acerca de la Navidad en nuestro país.
Creo que pudiera haber hecho lo mismo que el autor del libro de referencia, dejando fuera cualquier rasgo de ironía: escribir el título y no agregar nada más.
En Cuba no hay Navidad. En 1969, con el pretexto de la Zafra de los 10 Millones de toneladas de azúcar, que como es bien conocido no logró, el régimen, utilizando como vocero al ministro e intelectual Carlos Rafael Rodríguez, anunciaba que las fiestas navideñas serían suspendidas.
Presuntamente la fabricación de azúcar está en su cenit durante esta época del año. Y los festejos navideños interrumpían la importante actividad productiva, según aquel anuncio. Sin embargo, antes de esa decisión estatal las Navidades siempre se celebraron en la isla como la mayor fiesta nacional, sin que por ello se dejase de producir azúcar.
Con la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en 1998, volvió a aparecer el 25 de diciembre entre las efemérides memorables del país. Pero los casi tres decenios en que la Navidad estuvo proscrita, dañaron de gravedad su espíritu. A tal punto que en la actualidad prácticamente nadie habla sobre la fecha. Y son pocos los que la celebran de acuerdo con su tradicional solemnidad.
Cierto es que desde hace 8 o 10 años se venden aquí árboles artificiales y otros artículos ornamentales relacionados con las fiestas navideñas, y la gente los compra, todo en divisa, pero son escasos y, sobre todo, muy caros.

Para recuperar una tradición interrumpida de forma tan abrupta y por tantos años, habría que crear incentivos disímiles, y eso está muy lejos de la voluntad del Estado, que nunca ha tenido intención de tomar las enseñanzas de Cristo como guía de su accionar.
Además, aunque el nacimiento del Redentor sea recordado por muchos en la isla, el pueblo no tiene motivos para mostrar alegría. Las personas sólo se sienten aptas para el júbilo verdadero cuando se han alcanzado satisfacciones materiales y espirituales, y eso, en la actualidad, es una quimera para el cubano común.
En fin, la Navidad es otra de las tradiciones que el régimen, primero, nos quitó mediante un decreto oficial; y luego, borró de nuestra memoria a través de la miseria material y espiritual.

Navidad en el reencuentro

Armando López. DIARIO DE CUBA

¡Navidad! Gran fiesta a medias recobrada. Porque desde la fundación de nuestra nación, los cubanos todos, ricos y pobres, blancos y negros, la celebraban con la familia reunida y hoy estamos regados por el mundo.
Por siglos, la Navidad fue la gran fiesta de los cubanos. Para unos fiesta de fe, para otros, sencillamente fiesta. Las vidrieras exhibían el pesebre con el niño Jesús y los Reyes Magos,  mientras cientos de emisoras de radio entremezclaban villancicos con mundanas guarachas y sones.
A La Habana llegaban miles de turistas a ver los quioscos de cubanerías de los parques de La Fraternidad, de la Playa de Marianao, de la Avenida del Puerto, las luminarias musicales de las calles Reina, Galiano, San Rafael con sus cinéticas campanas de acera a acera, que hacían la noche día y dejaban escuchar tiernas melodías navideñas.
Los turistas no venían por fe religiosa, sino a gozar de las calles engalanadas, de los espectáculos en los lujosos cabarés Tropicana, Montmartre y Sans Souci, de las verbenas de los barrios de Jesús María y Atarés, de los coros de guaguancó en los patios del Cerro, de las contentosas mulatas de rumbo (por qué no), de los treinta kilómetros de clubes con música en vivo de la capital más fiestera de América.
La Habana siempre estaba llena de turistas, pero en la gran fiesta se desbordaba. Conseguir un cuarto de hotel desde víspera de Nochebuena a pasado Día de Reyes, era un acontecimiento. Los mercados de Carlos III, de la Plaza del Vapor, hervían, los pregones de los dulceros tomaban las calles.
En la mañana víspera de Nochebuena, las mujeres adobaban el puerco que los hombres asaban en la noche a fuego lento y las abuelas cocinaban guineos y guanajos en fricasé con aceitunas y alcaparras, herencia de antepasados moros. En el campo, el puerco se asaba en puya, haciéndolo girar sobre la candela, sazonándolo con hojas de guayaba.
No faltaban en la comelancia los dátiles y turrones heredados de España, ni los frijoles negros bautizados con miel, herencia de África, o los buñuelos de yuca que nos legaron los taínos. La Nochebuena sincretizaba los sabores de una nación crecida a golpes de látigo, tambores y bandurria.
Casas, solares y bohíos, vestían sus mejores galas: el arbolito brillaba sobre el niño Jesús en el pesebre y, a su alrededor, enmarcándolo María, José, los Reyes Magos, y las carticas de los niños, donde pedían juguetes que algunos no recibirían.
Los mayores se sentaban en una larga mesa. Los muchachos aparte, para que mortificaran menos. "En mi casa nos reunimos 12". "Pues en la mía éramos 40". Cada cubano alardeaba del tamaño de su familia, de los que vinieron de lejos.
El fiestón comenzaba el 23 de diciembre, seguía en La Nochebuena del 24, en el almuerzo montería del 25 (con lo que sobraba de la cena), continuaba en la espera del Año Nuevo, donde creyentes y ateos (por si acaso), arrojaban el cubo de agua a la calle para que se llevara lo malo, y culminaba el 6 de enero, con Gaspar, Melchor y Baltazar.
La Nochebuena era la zafra de los vendedores de vinos españoles, de las rojas manzanas venidas del norte (que muchos ofrecerían a Santa Bárbara), de los curas que pasaban el cepillo en las iglesias, de la bullanguera vitrola en la bodega de cada esquina.
Era la fiesta en que regresaba el hijo pródigo, la tía fea, los primos lejanos, donde el abuelo dejaba que los nietos hiciéramos lo que nos diera la gana, y las mujeres, por beatas que fueran, tomaban hasta hacer chistes verdes y sonrojar a sus maridos…
Algunos iban a la Misa del Gallo, a media noche del 24, para celebrar el nacimiento de Cristo. Pero la noche siguiente, cuando ya, el niño Jesús sonreía, los cubanos salían a bailar a las sociedades (Tennis y Liceos, los blancos), al Gran Maceo (los mulatos), a La Bella Unión (los negros), a los cabarés los faranduleros, a los bateyes de los centrales los campesinos.
En las fiestas de 1959, la mayoría de los cubanos celebraron la tradición y la esperanza de un futuro mejor. La Nochebuena, Fidel, la pasó con los carboneros de la Ciénaga de Zapata y en la Plaza de la Revolución hubo una cena gigante para los fidelistas que entonces eran la gran mayoría de los cubanos.
Ya Santa Claus, comenzaba a ser popular. La televisión lo usaba en sus comerciales y, almohada por barriga, barba truco, gorrita con pompón, tocaba campanitas en los portales de 23 y L, en el Vedado, la esquina que la sensual del cine italiano Silvana Pampanini, llamó "la más caliente del mundo", después de dormirse al comandante.
Pero Fidel, empeñado en eliminar al anglosajón  Santa, pretendió sustituirlo por Feliciano, un personaje de guayabera, sombrero de guano y barba, que la gente no tragó… Ya el comandante comenzaba a transgredir nuestras tradiciones, o peor, a creerse nacido en el pesebre.
En las Navidades de 1960, con el título de Jesús del bohío, en la marquesina de CMQ Televisión, instalaron tres insólitos reyes magos, Fidel, El Che y Juan Almeida, que traían como regalos la Reforma Agraria y la Reforma Urbana.
Comenzó el éxodo masivo de cubanos.
En 1962, la libreta de abastecimientos no contempló arbolitos de Navidad, ni guirnaldas de colores, ni estrellas de Belén, ni niño Jesús de yeso, ni turrones. Las sociedades donde los cubanos bailaban fueron nacionalizadas. La religión fue considerada contrarrevolución.
Las fiestas navideñas fueron prohibidas por decreto oficial en 1969, con la excusa de ser un estorbo a la zafra de los 10 millones que no fueron. Los cubanos debían tener las manos libres, no para asar el puerco, sino para cortar caña.
Por décadas, con las ventanas cerradas, algunas familias, con lo que forrajeaban en el mercado negro, pretendieron continuar la tradición navideña, pero con una Nochebuena apagada por los temores al CDR, por el éxodo de padres, hijos, tíos, primos, entristecida por las lágrimas de ausencia.
En la Isla, el niño Jesús y los magos Gaspar, Melchor y Baltazar, serían expulsados de la iconografía de la Revolución. El Día de Reyes se sustituiría por El Día de los niños (1974), cada tercer domingo de Julio. Los niños cubanos crecerían con un juguete básico al año, y los harían jurar: "Seremos como el Che". El Año Nuevo dejó de celebrarse para festejar el triunfo de la Revolución.
La caída de la Unión Soviética, obligó al régimen a hacer concesiones (1991). Con la visita del Papa, Juan Pablo II a la Isla (1998), el gobierno colgó un enorme corazón de Jesús en la Plaza de la Revolución y autorizó a celebrar la Navidad. En hoteles y cines volvieron los arbolitos para turistas; en iglesias, como la catedral de La Habana, sacaron el pesebre con el niño Jesús  a la calle.
Hoy, los cubanos retoman a medias la gran fiesta, a medias, porque Nochebuena, Navidad y Año Nuevo, son alegría de la familia reunida, y la nación cubana está dividida: los de la Isla y los errantes por el mundo. Solo en el reencuentro habrá verdadera Navidad.

La retirada

Sergio Muñoz Bata. EL NUEVO HERALD.

Al amanecer del domingo 18 de diciembre, con el cruce del último convoy de tropas a Kuwait, Estados Unidos puso fin a nueve años de guerra en Irak, una guerra en la que nadie ha salido victorioso.
Al anunciar el retiro de las tropas, el presidente Obama reconoció el sacrificio, ensalzó el valor y el patriotismo de las fuerzas armadas y le recordó a la nación que con este acto final cumplía su palabra de retirar las tropas estadounidenses de Irak antes de Navidad. En Bagdad, al declarar el fin oficial de la guerra, el secretario de Defensa, Leon Panetta, habló más de los riesgos que se avecinan que de los logros de la ocupación norteamericana.
Para quienes resienten la invasión extranjera a su patria; para los parientes y amigos de los más de 100 mil muertos en los bombardeos y para los heridos y damnificados, el fin de la ocupación estadounidense es motivo de celebración. Aunque hay también muchos que agradecen el derrocamiento de Saddam Hussein. Casi todos coinciden en que hoy el futuro de su país es más incierto.
Y si el saldo de la guerra ha sido negativo para los iraquíes, no lo ha sido menos para los norteamericanos. Casi 5 mil estadounidenses murieron ahí, más de 35 mil fueron heridos y el gasto de los contribuyentes a esta guerra se aproxima al billón de dólares en un momento en el que la economía naufraga y el 9% de los norteamericanos están desempleados.
Pero el fracaso de la invasión a Irak es mucho mayor de lo que se supone porque el verdadero propósito de la Operación Libertad Iraquí, ha escrito el historiador y coronel retirado del ejército norteamericano Andrew Bacevich, “era demostrar que Estados Unidos seguía dirigiendo la marcha de la historia”.
Según Bacevich, el derrocamiento de Hussein representaba la gran oportunidad para Estados Unidos de remover cualquier duda sobre su poderío militar y su determinación, así como para revalidar el Consenso de Washington. Es decir, para reafirmar las expectativas ideológicas, económicas y militares que se crearon en EEUU con el fin de la guerra fría, y que proclamaban la victoria definitiva e irreversible del capitalismo global con Estados Unidos liderando en su papel como “la nación indispensable” (según Bill Clinton).
Cuando sobreviene el 11 de septiembre, George W. Bush sabe que no solo tiene que responder a la afrenta sino que debe aprovecharlo para erradicar cualquier sospecha de debilidad nacional. Bush convierte la guerra global contra el terrorismo en una guerra para rescatar la preeminencia global de EEUU y el primer paso en su estrategia era mostrarle al mundo que la guerra en Irak sería cuestión de días. La historia no se escribió así y la guerra se prolongó y el desprestigio de EEUU se extendió por el mundo y a Obama fue a quien ahora le tocó intentar apagar un incendio que él no provocó.
Para Obama, la retirada de las tropas de Irak era inevitable. Primero porque como senador se opuso a la invasión por considerarla como una guerra “tonta”, ofensivo e inexacto adjetivo el que usó para calificarla cuando “injustificada”, “improcedente” o “inmoral” habrían descrito mejor su naturaleza.
Como presidente, la guerra en Irak le sirve a Obama de plataforma para estructurar su política exterior, definiéndola como una distracción que impedía enfocarse en la guerra “necesaria”, la de Afganistán; argumentando que la invasión de Irak había dañado severamente la imagen y la estatura de EEUU en el mundo; repitiendo que en estas épocas el poderío militar de un país, por más grande que sea, no determina los resultados; y explicando que el cambio democrático solo sucede cuando surge desde dentro y nunca cuando se intenta imponerlo desde fuera.
En un año de elecciones, la apuesta de Obama es que los estadounidenses ya quieren cerrar ese capítulo. Pero no cabe duda de que en caso de que la situación en Irak empeore y su deterioro tenga repercusiones en EEUU, los republicanos más belicosos acusarán a Obama de ser un presidente débil que desoyó el consejo de los militares que insistían en mantener en Irak una presencia militar permanente. Cualquiera que sea el riesgo, la apuesta bien vale la pena.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La hipocresía de Rick Perry, pide austeridad pero cobra su jubilación sin dejar de ser gobernador

Aparecido en AMERICA MUNDO bajo el título: “Rick Perry, pide austeridad pero cobra su jubilación sin dejar de ser gobernador”
Rui Ferreira.

El candidato presidencial Rick Perry no anda precisamente predicando con el ejemplo. Si por un lado aboga por recortar las pensiones al mundo laboral estadounidense, por otro lleva un año recibiendo su pensión de jubilación, aunque sigue en siendo gobernador de Texas y recibiendo 150.000 dólares anuales por ello.

Por él todo bien, dice sin un ápice de vergüenza. "Es legal", asegura. Al menos en Texas. Según cuenta, sus asesores le informaron de que por haber servido en las Fuerzas Aéreas, y tras más de 25 años en la vida civil pasando por diversos cargos gubernamentales en Texas, Perry tiene derecho a recibir su pensión de gobernador de Texas.

"Es una regla que existe hace décadas. Yo no lo sabía, pero mi gente me lo explicó y no creo que sea nada fuera de lo común", dijo Perry.

Así es como, además de su sueldo anual de 150.000 dólares, desde hace 12 meses el gobernador percibe 7.896 dólares mensuales adicionales.

Lo interesante de todo esto es que Perry ha hecho del sueldo de los empleados públicos uno de los ejes de su campaña. En su opinión, reciben sueldos excesivos y el Gobierno federal debe rebajarlos, incluyendo las pensiones.

En su campaña por los recortes salariales, Perry ha llegado a afirmar que la reforma del sistema de seguridad social de los trabajadores estadounidenses es una estafa, un sistema piramidal al estilo 'Ponzi'.

"Hoy estamos pagando a los jubilados de ayer sin saber si tenemos dinero para mañana", sostuvo en julio el gobernador de Texas, en una entrevista en televisión.

Los demócratas no han tardado en reaccionar indignados. Lo acusan de hacer todo a su alcance para inflar su salario, al mismo tiempo que impone millones de dólares en recortes a los fondos de pensiones del estado de Texas, con un presupuesto anual 'draconiano'.

"Cuando se comienza a ganar más dinero de su empleador, al mismo tiempo que se recibe un salario, en mi idioma eso se llama un incremento de salario", reaccionó el portavoz de los demócratas en Texas, Anthony Gutiérrez.

Para los demócratas, "parece que en el presupuesto de Texas no hay cabida para pagar a los profesores pero se puede dar a Perry un aumento anual de 100.000 dólares. Si el gobernador quiere beneficiarse de su jubilación, lo mejor que tiene que hacer es eso mismo, pasar a retiro", dijo el portavoz.

"Hay que tener una gran insensibilidad para concederse un aumento de sueldo mientras se reduce el de los profesores", agregó.

Los republicanos siguen incólumes. Que está todo muy bien, y es parte del sistema, como explica el portavoz de la campaña de Perry, Ray Sullivan.

"El gobernador no ha hecho más que acogerse a la ley que autoriza el cobro de pensiones originadas por una función que aún se está ejerciendo, al final de 25 años de empleado público", dijo el portavoz.

Según los documentos entregados a la Comisión Federal de Elecciones, Perry tiene una fortuna personal que supera los 100 millones de dólares.

Bajo su propia ley penal Castro califica como terrorista.

Mario J. Viera

En la Sección Séptima del Capítulo Dos del Código Penal vigente en Cuba que tipifica los delitos contra la seguridad interior del Estado, se define, en los artículos 106 al 109, ambos inclusive, el delito de Terrorismo.
El artículo 106 define como terrorista todo aquel que “con el fin de afectar la seguridad del Estado, fabrique, facilite, venda, transporte, remita, introduzca en el país o tenga en su poder, en cualquier forma o lugar, materias, sustancias o instrumentos inflamables, explosivos, asfixiantes, tóxicos, o agentes químicos o biológicos, o cualquier otro elemento de cuya combinación puedan derivarse productos de la naturaleza descrita, o cualquier otra sustancia similar o artefacto adecuado para producir consecuencias de la naturaleza de las descritas en los artículos 104 y 105...” estos dos artículos tipifican el delito de sabotaje y contemplan 1) los actos realizados con la intención de destruir, alterar, dañar o perjudicar “en cualquier forma los medios, recursos, edificaciones, instalaciones o unidades socio-económicas o militares...”, 2) la intención de destruir bienes de uso o consumo depositados en almacenes o en otras instalaciones o a la intemperie.
El párrafo 1 del artículo 107 define también al terrorista al que “con ánimo de afectar la seguridad del Estado (...) ejecute un acto contra la vida, la integridad corporal, la libertad o la seguridad personal de un dirigente del Partido Comunista de Cuba, del Estado o del Gobierno, o contra sus familiares...”
Las sanciones previstas para estos delitos van desde 10 años de privación de libertad hasta la pena de muerte.
El Código de Defensa Social vigente en los últimos años de la República no contemplaba el delito de terrorismo ni las sanciones que le penalizan en el vigente Código Penal. Si esa figura delictiva se hubiera contemplado en el derogado Código, los miembros de los movimientos insurgentes que se enfrentaban al dictador Fulgencio Batista podrían calificar como terroristas y sujetos a las mismas penas, incluida la de muerte. Fidel Castro sería, por tanto, calificado legalmente como el líder de una organización terrorista.
Veamos algunos ejemplos. Los medios oficialistas del castrismo resalta la participación de muchos militantes de acción vinculados a actos calificados ahora como actos terroristas, tales como la realización de sabotajes, atentados contra personalidades gubernamentales, el uso y manipulación de materiales explosivos e instrumentos inflamables como el fósforo vivo y atentados explosivos en salas de cine.
El castrismo exalta actos de claro corte terrorista como el cometido por la joven revolucionaria Urselia Díaz Báez que muere víctima de su propia intención de colocar una bomba-reloj en el baño del teatro América el 3 de septiembre de 1957. El sitio web La Demajagua describe la acción terrorista: “Una bomba-reloj bien atada al muslo con una cinta adhesiva portaba (Urselia) cuando se dirigió al cine América. Entró y se puso a ver la película. Entusiasmada el tiempo pasó y de repente se percata de que se ha demorado demasiado. Se dirigió a los baños y unos segundos después el artefacto explotó en sus manos”. Un acto muy semejante al de los suicidas terroristas islamitas de los días actuales.
La página jovenclub (oficialista) destaca la intensificación de las acciones de sabotaje realizado en Matanzas tras el alzamiento de Cienfuegos del 5 de septiembre de 1957:
La primera acción de los yumurinos sería la colocación  y  explosión de una bomba en el parque Machado (hoy René  Fraga  Moreno), otra en el bar Libertad (frente al parque del mismo nombre) y una tercera debajo de un automóvil en la calle Manzano. El  grupo  de los corta-postes tumbaron la línea de 66 000 voltios  ocasionando a la Compañía Cubana de Electricidad daños por $30 000.
Otras acciones en esos días sería la explosión en horas de la mañana del día 8 de una bomba en el parque de Pueblo  Nuevo;  y  la colocación de otra por Caridad Díaz Su rez en los servicios sanitarios del cabaret Rainbow  ( situado  en  la  zona  de  Canímar) cuando en los salones se encontraba Jorge Batista, hijo del  dictador. También se colocaron explosivos en el restaurant La  Dominica y en la tubería maestra del acueducto de Matanzas.
Continuando los miembros del MR-26-7 sus actividades de  sabotaje el 10 de septiembre a la 1.00pm explotaba  una  bomba  entre  las   tiendas La Giralda y Ania (ambas desaparecidas) situada la última en Medio 83 entre Santa Teresa y Zaragoza, afectándose con la explosión a la mueblería La Universal (desaparecida), ubicada en la acera de enfrente”.
Esta misma página hace referencia a una casa alquilada en Matanzas por Henrique Hart Dávalos a nombre de Carlos Manuel Gómez (pseudónimo de Hart) señalando que “la vivienda por estar ubicada en  un  lugar  bastante aislado serviría de escondite y almacenamiento para los  materiales que se utilizarían en las acciones de sabotaje”.
Todos estos actos están calificados como terroristas según el Código Penal del castrismo.
La página EcuRed (Versión castrista de Wikipedia) se refiere a las acciones de corte terrorista ejecutadas en Ciego de Avila durante los sucesos de la huelga del 9 de abril de 1958 ─ huelga no apoyada por los trabajadores ─ que se califican como sabotaje en el Código Penal vigente (Artículo 104): “La acción de asalto e inutilización de la plata eléctrica ubicada en el poblado de Vicente, fue la acción más importante durante el desarrollo de la huelga revolucionaria con la inutilización de los equipos de la planta, se obtuvo que estuviera dos días sin poder generar electricidad, además se le impidió al ingeniero que se encontraba dentro de la planta comunicar a Ciego de Ávila de lo que estaba sucediendo”.
EcuRed agrega a lo anterior: “En la zona de Gaspar y Baraguá el M-26 -7 desarrolló una intensa actividad el día 9 de abril destacándose el cierre del comercio en ambos lugares, la quema de una guagua en el poblado de Gaspar la noche del 8 y la quema el propio día 9 de la casi totalidad de los cañaverales de las colonias de la zona entre ellas La Habana, Chiquita, La Amistad, La Americana, etc. También se mantuvo paralizado parcialmente el central Baraguá.
Zona de también mucha efervescencia durante la huelga fue Jagüeyal , donde la mayoría de los cañaverales de las colonias cercanas fueron pastos de las llamas entre ellas las colonias Bravo, Guarry, Palenque, La Isabelita, El triunfo, fueron quemadas varias grúas cañeras entre ellas el Dos Bravo y el Tres Bravo, se paralizó las labores de reparaciones férreas en el taller, se cortaron los cables del tendido telefónico y cerca del poblado se efectuó el descarrilamiento de una locomotora con varios carros de caña.
En la zona de Venezuela y el Quince y Medio fueron efectuadas distintas actividades por el M-26-7 como el cierre del comercio, la obstaculización del tránsito por la carretera entre Venezuela y el Quince y Medio lo que se logró sacándole el vapor a una locomotora que paraba en aquel lugar, también fue volado un transformador eléctrico y se da candela a varias colonias entre ellas la de Galleguitos, también se lograron paralizar parcialmente las labores en el central Stewart.
En Júcaro miembros del M-26-7 descarrilaron varias casillas del ferrocarril que estaban cargadas de azúcar y también quemaron el apeadero de Dos Hermanos en la línea férrea de Ciego de Ávila a Júcaro”.
Estas acciones son magnificadas por el régimen de los hermanos Castro, así lo expresa EcuRed: “Sin lugar a dudas en la Historia de la Huelga de los avileños el 9 de abril de 1958 aparece escrito con las letras más grandes y maravillosas que puede escribir un pueblo revolucionario, las letras de REBELDIA Y ACCIÓN”. Esos mismos actos, llevados a cabo por militantes de acción en contra del sistema comunista no serían considerados por los jerarcas como actos de rebeldía y acción sino actos terroristas y merecedores hasta de la pena de muerte.
En adición se pueden citar las palabras del desaparecido General de Brigada (r) Demetrio Montseny Villa aparecidas en “Secretos de generales” de Luis Báez:
A partir de febrero de 1957 pasé a la clandestinidad. Nuestras células eran muy activas. En varias ocasiones logramos paralizar la ciudad. Saboteamos el transporte por carretera y ferrocarril, pusimos petardos y bombas, lanzamos cócteles Molotov, dejamos la ciudad sin electricidad, ajusticiamos chivatos y traidores, incluyendo al gallego José Morán. También tuvimos que lamentar la explosión de un arsenal de armas y explosivos que teníamos en la calle Aguilera que le llamábamos el laboratorio de fabricar bombas.
En dicha vivienda teníamos bombas, niples y granadas en construcción y una romanita de farmacia donde se pesaban los componentes químicos para lograr los explosivos. También en un túnel que habíamos construido, se encontraban almacenadas numerosas cajas con dinamita, romperroca, escopetas, en total diez arrobas, más de doscientas libras de explosivos junto a herramientas y medios diversos para la fabricación de las bombas y granadas”.
Agregó Montseny el contacto que sostuvo con uno de los dirigentes del Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba, René Ramos Laatour:
Tuvimos una conversación muy amplia donde me expuso un panorama general de la situación y me planteó que por mi experiencia en cuestiones de explosivos, montara una fábrica de bombas en Santiago. Logré ponerla en producción, pero se creó la dificultad de cómo distribuirlas. Era más seguro llevarle la bomba a los que ejecutaban el sabotaje, a que fueran a recogerlas. Yo mismo me encargaba de repartirlas. Utilicé como depósito de explosivos una ferretería situada en Trocha y Cristina, propiedad del compañero René León. También empleamos como almacén un túnel que construimos en una casa que tenía el propio León por la zona de Boniato”.
En un estudio realizado por la Universidad de Oriente se señala el atentado en contra de la vida del Ministro de Gobernación del gobierno de Batista, Santiago Rey por parte de activistas del Directorio Revolucionario: “...el 14 de junio un comando encabezado por Raúl Díaz Argüelles y Tavo Machín realizan un atentado contra el ministro de gobernación de Batista, Santiago Rey Pernas, al que logran herir, en L y 25, en el Vedado”.
Alma Mater, revista oficialista de la Universidad de La Habana hace referencia al atentado “contra Luis Manuel Martínez, dirigente de la sección juvenil del partido político fundado por Fulgencio Batista, de quien era un cercano colaborador, amigo íntimo y su vocero en la televisión” acción que se intentaría por dos miembros del Directorio Revolucionario, Ramón Valdivia y Mario Reguera.
El escenario de los hechos había sido la céntrica esquina de San Rafael e Industria, la cual, como todos los domingos a las 8 de la noche, estaba densamente concurrida tanto de paseantes como de miembros de la policía, pues en aquella zona la vigilancia era reforzada para desanimar las acciones revolucionarias en el perímetro de lo que constituía entonces el más importante centro comercial de la capital. En consecuencia, inmediato a su comisión se había producido un desigual enfrentamiento con el enjambre de policías que apareció por el lugar, en el que fatalmente resultaría apresado Valdivia”, agrega Alma Mater y señala que aquella fallida acción “honraba los acuerdos recién alcanzados en la ciudad de La Habana entre organizaciones del Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario para coordinar estrategias y unir fuerzas contra la creciente represión del régimen”.
Estos dos hechos se enmarcan dentro de los enunciados del párrafo 1 del artículo 107 del Código Penal castrista.
Concluyendo. Castro, a la luz de su justicia penal puede calificarse perfectamente como el dirigente de una organización terrorista, es decir una especie de Osama Ben Laden criollo.